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Ya se puede vencer a la muerte. La ciencia ya supera las
fronteras de la vida”. La frase fue tapa de una revista
muy conocida, hace pocas semanas. Casualmente, algunos
días después me llegó un artículo del médico español
Juan Gérvas referido a las falsas promesas de eterna
juventud, que se inicia relatando la historia de
Gilgamesh de Uruk, el héroe sumerio empeñado en la
búsqueda de la inmortalidad -casi tres mil años antes de
Cristo- contada en una serie de bellos poemas,
considerados la obra épica más antigua conocida.
Tanta agua que ha pasado bajo el puente desde entonces y
aquí –tan lejos de la Mesopotamia asiática- la revista
que ahora tengo frente a mí me informa, entre otras
frivolidades, que el envejecimiento dejó de ser un
destino fatal.
¿Habremos logrado finalmente lo que el Sumerio no pudo?
LA ETERNIDAD
Sin dudas el ansia, la esperanza o la fe en una vida
eterna son tan antiguas como el temor del hombre ante la
certeza de la finitud de la vida.
Como instrumento de la espiritualidad, la Eternidad
adquiere profundos sentidos que orientan la conducta de
los hombres en su tránsito terrenal, y otorga sentido al
presente y al futuro. Pero también la promesa de una
continuidad más allá de esta vida ha sido, y es,
herramienta de sometimiento, resignación, o entrega
plena e ilimitada a la piedad, o a la barbarie.
La Fe, en tanto elección personal o don recibido, merece
un supremo respeto. Como herramienta para el terror, un
absoluto rechazo.
La de finitud parece ser una noción que, en el mejor de
los casos, vamos adquiriendo con el paso del tiempo. En
filosofía, la incertidumbre que produce la certeza del
final se halla en el núcleo central del pensamiento
existencialista: la angustia.
EL MERCADO
Más allá de la religión o la espiritualidad la idea de
una vida sin límites penetra en nuestra cultura
consumista como un valor laico.
Así, la idea de vivir para siempre se nos vuelve una
posibilidad familiar, asequible como un bien, y ya no
como una recompensa para después de la muerte.
El mercado nos dice, en definitiva, lo que queremos
escuchar: que ya no es necesario morir para vivir por
siempre. Prolongarnos eternamente en la existencia está
al alcance de la mano porque “la ciencia” proveerá los
conocimientos necesarios para lograrlo, a través de un
variopinto conjunto de herramientas de la genómica, la
criogenia, la cibernética, la nutrición, la
celuloterapia, la “homesis”, etc. (Claro, para quien
pueda pagarlo)
Los gurúes del marketing de la eternidad repiten
infatigablemente que ya nació el hombre que vivirá mil
años (y, agregan: actualmente tiene 45). ¿Será alguno de
nosotros?
La cultura del consumismo implica adquirir la necesidad
de la satisfacción instantánea, la evitación de todo
sufrimiento (por mínimo que parezca), la certeza de las
respuestas sencillas, la ilusión de libertad (antes que
la verdadera libertad), y la permanente renovación y
exaltación del deseo (en un espiral de consumo e
insatisfacción) como motor de la existencia.
Lo contrario de lo que, en un sentido clásico,
constituye la esencia de lo humano. Lo que nos define
como personas, en la profundidad de cada uno.
NO PENSAR
En ese marco, la salud se entrelaza con la estética y el
poder.
Salud, belleza y eternidad nos son ofrecidas a cambio de
rendirnos a la ilusión del poder de una ciencia
utilitarista y dominante, ajena a la reflexión sobre los
valores y el sentido de la propia existencia. Nada
menos.
Probablemente la posibilidad de eludir la muerte, más
que la expectativa del goce ilimitado de la existencia
ofrezca el alivio de no tener que enfrentar la idea de
la finitud. Aunque sea esa finitud la que otorgue algún
sentido trascendente al existir.
En las antípodas, Iona Heath advierte: “La muerte forma
parte de la vida y es parte del relato de una vida. Es
la última oportunidad de hallar un significado y de dar
sentido coherente a lo que pasó antes”.
En otras palabras: transitando esta modernidad que
describió Zygmunt Bauman, al postular que “La vida
líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de
incertidumbre constante”, el mercado nos ofrece la
posibilidad de no reflexionar sobre la incertidumbre ni
cuestionar nuestras creencias, y postergar para siempre
el enfrentar conscientemente el final de nuestras vidas.
Claro que el mercado no entiende de espiritualidad. Ni
de justicia. Ni de moral, laica o religiosa.
La idea de vencer a la muerte como promesa del marketing
contraría la necesaria reflexión sobre nuestra
existencia que debiera permitirnos vivir, plenamente,
hasta el final.
Pero esa es una tarea de personas, no de mercados.
CONSEJOS PARA GILGAMESH
Cuenta la historia que Gilgamesh fracasó en su intento
de lograr la juventud eterna (vencer a la muerte), su
extenso y próspero reino fue finalmente conquistado por
los Acadios, pero según uno de los poemas que relatan su
épica aventura, recibió algunos consejos que treinta
siglos después no han perdido vigencia:
En cuanto a ti, Gilgamesh, que tu vientre esté lleno,
Haz felices día y noche.
De cada día has una fiesta de regocijo.
¡Baila y juega día y noche!
Deja que tus vestidos sean brillantes,
Lava tu cabeza; Báñate en agua,
Presta atención a una pequeña que se aferra a tu mano,
Deja a un cónyuge deleitarse en tu pecho.
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
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