|
Corría el año 1982. En ese momento
yo era Director Ejecutivo de una
Obra Social de Dirección en donde
teníamos contratada a una empresa de
medicina prepaga para la prestación
de los servicios médicos que cubrían
a una importante cantidad de
afiliados.
Periódicamente, como siempre en la
Argentina a merced de los procesos
inflacionarios, discutía con el
Presidente y Gerente General del
prepago los ajustes de rigor en los
valores de la cápita pactada. En
general, siempre nos poníamos de
acuerdo, pero en esa oportunidad en
que las finanzas del sistema no
acompañaban, las conversaciones se
prolongaron más de lo habitual.
Todo transcurría en conversaciones
sin ningún acuerdo hasta que un día
mi “contraparte” me anticipó que me
había enviado una comunicación
formal rescindiendo el contrato.
Efectivamente, al día siguiente de
la conversación llegó la carta
documento poniendo fin al vínculo.
Naturalmente, como no estábamos en
condiciones de cambiar de prestador
en ese momento, “rendimos las armas
de inmediato” y aceptamos el
incremento solicitado. Fue por
cierto una negociación muy
frustrante.
Pasado un tiempo me enteré que mi
interlocutor tenía ese “modelo de
éxito” en las negociaciones:
Conversaba un par de veces y luego
enviaba la carta documento...la que
siempre le resolvía exitosamente la
negociación.
Algunos años después el mismo
prepago firmó un acuerdo con una
Obra Social sindical de un volumen
de afiliados muy importante.
La relación entre ellos comenzó muy
bien, pero al cabo de cierto tiempo
se encontraron discutiendo el
porcentual de incremento del valor
cápita, es decir, lo usual.
Las conversaciones obviamente fueron
las de práctica y, tal como usted
podrá imaginarse amigo lector, la
empresa prepaga aplicó su fórmula de
éxito habitual enviando la carta
documento de rigor. El resultado fue
que la Obra Social contrató
rápidamente a otra empresa y se
quedaron sin el cliente.
La pregunta es ¿en que se equivocó
el dueño del prepago? Simple: aplicó
su fórmula de éxito
independientemente de su
interlocutor... y de que los tiempos
siempre cambian.
En realidad, ese error lo cometemos
todos, porque todos somos
partidarios de aplicar nuestras
“fórmulas de éxito”. Nos pasa en la
vida comercial y también en la vida
personal. Por cierto, la fórmula
exitosa para lograr que los hijos
cumplan una consigna, no es igual
cuando tienen 10 años que cuando
tienen 15 años y -ni que hablar-
cuando tienen 20 años.
En realidad, si uno se fija en la
historia, el error de aplicar “las
fórmulas de éxito” alcanza casi
todos los campos, incluyendo al
político y al militar. La historia
está llena de ejemplos y no resulta
un desafío demasiado complicado
hacer una larga lista de casos.
Tal vez y hablando ahora del campo
médico, nos estamos encontrando con
la misma situación por parte de
algunos financiadores del mercado de
la salud. Su fórmula de éxito se ha
basado en ir reduciendo los
honorarios de los profesionales en
forma sistemática hasta transformar
la actividad médica en algo muy
difícil de llevar adelante.
A diferencia de otros países en
donde el control del incremento del
gasto medico se ha realizado a
partir de fuertes inversiones en
tecnología y en el desarrollo de más
y mejores técnicas de gerenciamiento
del gasto, aquí algunas entidades
financiadoras, han “licuado” el
honorario médico no trasladando –o
haciéndolo parcialmente– los
incrementos de precios de las
cuotas.
Ya nos hemos referido en otras
oportunidades desde estas páginas a
la imposibilidad de que este modelo
se sostenga en el tiempo y creemos
que cada vez estamos más cerca del
final.
No hay forma de lograr una industria
exitosa sino es a través de la firme
convicción que es el gerenciamiento
del gasto y no su licuación, el que
le brindará futuro.
Resulta obvio que no se podrá seguir
trasladando eternamente a los
precios las ineficiencias y licuando
los honorarios médicos para que el
negocio arroje resultados positivos.
La ley de regulación de la medicina
prepaga es un buen ejemplo de esto.
Por supuesto que fueron diferentes
factores los que llevaron a la
sanción de la ley, pero sería una
negación infantil no aceptar que la
industria también hizo “méritos”
suficientes para obtener el
resultado que se obtuvo.
El cortoplacismo del negocio llevó a
que se cometieran muchos errores con
los usuarios y, porque no decirlo,
también muchas injusticias. Pero
claro, el modelo era exitoso.
Finalmente el sistema y sus
operadores logró tan mala prensa que
no hubo un solo voto en contra en
ninguna de las Cámaras del Congreso
de la Nación para oponerse a la ley
que finalmente hoy nos regula.
Resulta claro que la industria de la
salud no se puede sostener con los
modelos del éxito pasado. Deberá
aprender a mirar el largo plazo y
comprender que, si no existe un
futuro para los profesionales
médicos y para los prestadores en
general, tampoco existirá para ella
|