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En los últimos meses, distintos
voceros calificados del gobierno
nacional vienen anunciando una serie
de reformas en materia económica,
financiera, laboral, previsional y
de obras sociales, para después de
las elecciones que se celebraron el
domingo 22 de octubre.
Si bien aparecen algunos esbozos,
aún nos falta conocer más
precisiones acerca del alcance y
contenido que tendrían estas
reformas.
En materia de obras sociales se
anunció -no de modo oficial- una
disminución del 2 % de las
contribuciones patronales destinadas
a financiar las prestaciones
brindadas por las obras sociales
nacionales que integran el Sistema
Nacional del Seguro de Salud; es
decir, del seis por ciento (6 %)
actual pasarían al cuatro por ciento
(4 %), lo que representaría una
reducción en la recaudación total
del Sistema Nacional del Seguro de
Salud.
Nos vamos a referir a continuación a
las consecuencias que produciría la
adopción de esta eventual medida de
gobierno.
Parece oportuno recordar que el día
12 de agosto de 1993, el gobierno
nacional y las provincias firmaron
el Pacto Federal para el Empleo, la
Producción y el Crecimiento. Entre
las medidas adoptadas por la Nación
se produjo precisamente una
importante rebaja en las
contribuciones patronales sobre los
salarios pagados por algunos
sectores de actividad, como la ahora
anunciada.
En aquel momento, el objetivo
anunciado de esta medida consistía
en “Disminuir la incidencia
impositiva y previsional sobre el
costo laboral”, a los efectos de
“favorecer la creación de empleo”,
con el fin de disminuir la
desocupación que ya venía afectando
a importantes sectores de la
población.
En cumplimiento de esos objetivos,
el gobierno nacional sancionó el
decreto 2069/93 que dispuso la
disminución de contribuciones
patronales para la producción
primaria, la industria, la
construcción, el turismo y las
investigaciones científica y
tecnológica.
Sin embargo, los índices de la tasa
de desocupación de los años
posteriores a 1993 demuestran que el
desempleo en lugar de bajar, subió.
La evolución de la tasa de
desocupación en esos años fue la
siguiente:
1992: 7,0 %
1993: 9,6 %
1994: 11,5 %
1995: 17,5 %
1996: 17,2 %
1997: 17,9 %
De ello se desprende claramente que
la baja de las contribuciones no
tuvo el efecto que se pretendía en
sus objetivos. Los hechos y los
índices demostraron que siguió el
camino contrario. Mayor índice de
desocupación significa, entre otras
cosas, menos trabadores cubiertos
por el Sistema de Salud y menos
aportes de obra social.
Como cualquier medida de gobierno,
tenemos que analizar qué impacto
tendría la eventual baja de
contribuciones patronales en un 33 %
como la que impulsa, al menos, un
sector del gobierno nacional.
Resulta inequívoco que, de modo
inmediato, esa disminución
produciría un ahorro en el sector
patronal. Es decir, habría un
“beneficio” para el empresariado
desde que no se está reduciendo el
aporte del trabajador.
Por otra parte, esa baja produciría
también un impacto equivalente
aproximadamente a una reducción de
tres mil seiscientos millones ($
3.600.000) en la recaudación del
Fondo Solidario de Redistribución.
Es importante destacar que los
gastos médico-asistenciales de las
obras sociales son regidos por un
aumento de costos que -en particular
en el sector medicamentos- van
habitualmente por encima de los
índices de inflación. Por lo tanto,
la disminución de las contribuciones
con esos destinos implicará,
necesariamente, un deterioro o
directamente la eliminación de
prácticas de salud.
La reducción de contribuciones
destinadas a la salud debe ser
analizada con extremo cuidado, pues
se vería directamente afectado este
servicio que recibe la gente.
Para poder mantener la misma calidad
de servicios, más que probablemente
las obras sociales intenten
conseguir auxilio económico y
financiero del Estado Nacional, por
vía del Fondo Solidario de
Redistribución o de los recursos del
Tesoro.
Si el porcentaje de las
contribuciones patronales
disminuyeren, obviamente, también
disminuirá el ingreso de dicho Fondo
Solidario de Redistribución. Por
ello, claramente, no habrá dinero
suficiente para atender estas
necesidades prestacionales.
Así, sólo cabría pedir socorro al
Tesoro Nacional, quien podría acudir
en ayuda del Sistema Nacional del
Seguro de Salud si modificamos las
fuentes de financiamiento actuales
de este subsector de la salud.
Además, hay que considerar que las
contribuciones no financian una
prestación a cargo de un organismo
público; sino en cabeza de entidades
de derecho público no estatal, como
son las obras sociales nacionales,
según lo dispuesto por el art. 2 de
la ley 23.660.
En consecuencia, el problema excede
los límites impuestos por los
problemas de competitividad
empresarial y afecta,
sustancialmente, temas vinculados
con la distribución del ingreso. Es
indudable que el desfinanciamiento
del Fondo Solidario de
Redistribución y de las obras
sociales, profundizará las
inequidades presentes en el sistema.
Por otro lado, y teniendo en cuenta
que hay aproximadamente cuatro
millones (4.000.000) millones de
argentinos que hoy “desregulan” sus
aportes en las empresas de medicina
privada, en donde su cuota de plan
está compuesta por un pago de
bolsillo y el componente de la
Seguridad Social, al verse
disminuida la contribución será aún
mayor lo que deba integrar de su
dinero personal para sostener el
mismo plan de salud.
Finalmente, se debe considerar que
los cambios en la distribución del
ingreso en favor de la rentabilidad
de las empresas afectan, no sólo al
sector público sino también las
prestaciones de salud de los
trabajadores y de los jubilados
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