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A la hora de analizar el mercado de medicamentos, una
pregunta atraviesa cualquier otra consideración que se
quiera efectuar. ¿Son los precios de las moléculas
innovadoras desarrolladas en la última década demasiado
elevados en relación a su valor efectivo?
En una economía de mercado, la dinámica de precios es el
resultado del equilibrio que se alcanza cuando precio y
cantidad vinculan las fuerzas de la oferta y la demanda,
en el punto donde resulta más eficiente incentivar la
producción y la distribución de cualquier bien o
servicio. El inconveniente para los medicamentos surge
de la no existencia de un ideal equitativo de “precio
correcto”. En ese mercado, la fijación de los precios se
ve alterada por factores que afectan tanto a la oferta
como a la demanda, especialmente dada la inelasticidad
que adquiere esta última. Cuando los gestores políticos
recomiendan aplicar controles de precios o regulaciones
de cierta complejidad a los medicamentos para definir lo
que consideran un “precio correcto”, sólo logran
alcanzar una solución ilusoria a corto plazo, con
relativización de resultados a futuro. Quizás lo más
importante resulte de no tomar a la innovación como una
nube de humo que justifique conductas dirigidas a
aumentar artificialmente los precios no relacionados con
el real valor terapéutico, aunque esto sea en realidad
lo que viene sucediendo.
Lo que los pacientes (y sus aseguradores -
financiadores) desearían es contar con tratamientos
innovadores destinados a tratar sus padecimientos y
mejorar la calidad de vida, con precios razonables, y no
con una estampida de éstos con poco consenso respecto de
la evidencia de su valor. El argumento central surge del
lado de la oferta. Innovar es caro. Y los productores
disfrutan del poder de monopolio a través de patentes o
información de propiedad. Un caso emblemático es el
sofosbuvir (Sovaldi°). Si bien es altamente efectivo
para tratar la hepatitis viral C (HVC), su ingreso a la
comercialización fue a un precio disparatado. Pero para
Gilead, dueño de una patente adquirida, resultó ser
además de una molécula innovadora, curativa en más del
95% de los casos y que salva vidas, altamente rentable
no sólo por su elevado precio de venta sino por la
evidencia de “superioridad clínica” sobre los
tratamientos existentes. El precio se estableció así en
función del valor de este producto en el tratamiento de
la HVC y de los beneficios que aportará a los pacientes
más los supuestos ahorros sobre los sistemas de atención
médica en el tratamiento de esta enfermedad.
La industria farmacéutica justifica el alto precio de
algunos fármacos oncológicos por la inversión millonaria
en I+D que deben hacer hasta lograr su ingreso al
mercado, pero no revela su costo real. ¿Alguna vez se ha
analizado en profundidad cuánto cuesta desarrollar una
nueva droga? Un informe de la Universidad Tufts para el
Estudio del Desarrollo de Medicamentos de US lo calculó
en u$s 2.600 millones. Más allá del secreto de los
datos, se sabe que sólo es poco más de la mitad de este
costo y mucho la contribución pública. En tanto, los u$s
1.200 millones restantes son “costos de tiempo”, es
decir devoluciones que los inversores podrían haber
hecho si su dinero no estuviera comprometido en el
desarrollo de un medicamento en particular. No obstante,
el estudio Tufts es utilizado como una herramienta de
propaganda para justificar altos precios, en particular
en el segmento oncológico.
En contraste, una investigación publicada por JAMA y
efectuada por Vinay Prasad de la Science and Health
University de Oregón, y Sham Mailankody, del Sloan
Kettering Cancer Centre de Nueva York sobre 10 drogas
oncológicas en el período 2006 – 2016 demostró que el
costo real de la I+D osciló entre los u$s 159 millones y
los u$s 1.950 millones. En 9 de las 10 drogas analizadas
fueron más los beneficios obtenidos que los gastos en
I+D. Y 4 generaron 10 veces más dinero que el usado en
su desarrollo. Si bien sólo se trata de una muestra de
los medicamentos oncológicos presentes en el mercado
americano en el período analizado, la altísima
rentabilidad es evidente.
No sabemos cuánto cuesta desarrollar realmente un
medicamento. Pero el problema no está solo en eso, sino
si éste tiene o no el valor efectivo de los supuestos
precios que las compañías farmacéuticas le colocan. ¿Los
nuevos medicamentos funcionan mejor que los competidores
existentes? Hay argumentos sólidos que confirman que la
mayoría de las nuevas terapias contra el mieloma
múltiple no valen los precios actuales y que a algunas
debiera descontarse más del 75% para alcanzar los
objetivos de valor.
El desafío del alto precio también se extiende a las
enfermedades poco frecuentes (EPF). Existen al menos 11
medicamentos para ellas aprobados por la FDA que cuestan
más de u$s 225.000 por paciente/año. En muchos casos, se
han comenzado a ajustar los modelos de pago por su valor
para el paciente, ya que mientras las discusiones se
pierden en las formas de control de precio - vistas como
amenazas a la innovación - lo que preocupa es que exista
poca correlación con el valor clínico real. De allí la
necesidad de convencer a las empresas a negociar
acuerdos de riesgo compartido que vinculen resultados
con ajustes de precios.
Entonces, ¿Por qué es importante conocer los costos
reales de la I+D y si estas estimaciones son correctas o
no? Porque estaríamos observando el lado oscuro de la
luna. Los supuestos costos se utilizan para justificar
los cada vez más altos precios de las nuevas drogas. Y
estos van adquiriendo el potencial de poner en crisis
los sistemas de atención médica, crear enormes costos de
oportunidad (ya que los fondos que podrían gastarse en
otros bienes y servicios se desvían para comprar drogas
cada vez más costosas) y colocar al medicamento
innovador fuera del alcance de todos, menos de los
individuos o gobiernos ricos.
Saber cuánto cuesta desarrollar un medicamento podría
facilitar la negociación de los nuevos precios con que
las innovaciones van ingresando al mercado, lo que no
sólo sería beneficioso para la sociedad sino también
para garantizar rendimientos más predecibles a la propia
industria farmacéutica. También debería incluirse a los
pacientes en las discusiones centradas en la
efectividad, con la intención de analizar si el valor
relativo de los nuevos tratamientos es solo marginal.
Sin embargo, la industria innovadora mantiene su postura
de no permitir arrojar luz sobre el lado oscuro de la
luna. Si bien un secreto de este tipo puede
beneficiarlas en el corto plazo, no debiera pasar mucho
tiempo en que sea de interés público. De lo contrario,
estaremos dejando la sustentabilidad de los sistemas de
salud a merced de la industria y sus particulares
conductas.
(*) Profesor Titular
- Cátedra de Análisis de Mercado de Salud -
Magister en
Economía y Gestión de la Salud - Fundación
ISALUD.
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