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EL CASO QUE NUNCA LLEGÓ A
LA PRIMERA PLANA DE LOS MEDIOS
Nocturno esplendor de Selene que brilla iluminando desde
lo alto la Facultad de Medicina; son las 2 a.m. del 1 de
noviembre. Pasteur lo mira a Paracelso y pregunta
“¿vamos a ver la autopsia?”, Claude Bernard advierte “no
se muevan que van a percibir que retornamos a la vida”.
Reflexivo como siempre Hipócrates señala “no se
preocupen, la gente que transita por la zona solo
focaliza su vista hacia el piso, son pocos los que miran
hacia adelante asegurando no desviarse del rumbo a
seguir, y menos aun los que buscan en las alturas el
camino que el Señor les tiene reservado”.
Automáticamente las alegorías de Prevenir y Curar se
miraron y a dúo expresaron: “¡Por algo es el Padre y
Maestro de la Medicina!”.
En silencio todos bajaron del sitial que les asignó el
arquitecto Sanmartino coronando la entrada de la actual
Facultad. Los seis cruzaron la calle Paraguay y se
persignaron frente a la Parroquia San Lucas. Esta
construcción neogótica junto a unos pocos árboles es lo
único que quedó en pie luego de la demolición del
antiguo Hospital de Clínicas en 1975. El hombre
microcefálico, de corazón hipotérmico, con taladro o
lapicera en mano es capaz de derribar cualquier cosa,
incluyendo su propia obra. - Paracelso exclamó “¿qué
pasó con el Hospital Público? ¿qué enfermedad fatal lo
afectó?”. “Te dije que veamos la autopsia, es la que
tiene la última palabra y nos aportará el diagnóstico de
certeza”, responde Pasteur. Hipócrates continuó
avanzando a paso firme, mirando el frontispicio de la
actual Facultad de Ciencias Económicas en donde Andrea
Vesalio ya tenía el cuerpo del “Hospital Público” en la
mesa de Morgagni; a su lado otros espectadores estaban
ansiosos de ver con sus propios ojos el origen del
terrible mal.
El anatomista ya había tomado las medidas del cadáver,
rescataba muestras de larvas del cuerpo, hacía hisopados
y seguía los pasos necesarios para poder establecer la
fecha probable de defunción. La mirada perpleja de
Pasteur se focalizó sobre el rostro de aquel que fuera
modelo indicativo en los procesos técnicos y
organizacionales; indiscutible referente académico en el
campo de la docencia e investigación; y garante de la
equidad en la atención de la salud.
Las facies hipocráticas de “Hospital Público” eran un
claro signo de su muerte agónica, con sufrimiento de sus
tejidos por anoxia tisular, muerte lenta posible de
diagnosticar dosando glucosa, glucógeno o fosfatos en
las muestras de sangre o por la presencia de coágulos
fibrinosos; pero ¿cómo medir el sufrimiento de su alma
en esa lenta agonía?
Vesalio con prolijidad técnica continuó con el tiempo
craneal y luego con el toracoabdominal, extrajo el
“pool” de vísceras para los estudios toxicológicos,
inmunológicos y anatomopatológicos, muestras de humor
vítreo y contenido gástrico.
Eran las 4 a.m. la autopsia había terminado, la luna
comenzaba a bostezar entre las sábanas, en poco más de
una hora el sol estaría por asomar. En cada amanecer se
aguarda una esperanza, un nuevo renacer, la oscuridad
dando paso a la luz, y en este caso la mentira a la
verdad.
Vesalio comenzó a redactar su informe:
“Paciente de más de 100 años, muerte agónica, con anoxia
tisular y anomia espiritual, afectado por un doble
cáncer; patologías que comenzaron aproximadamente en la
década del 70 y fueron progresando lentamente. El
paciente no tomó conciencia de la gravedad de la
enfermedad y su sistema inmune lejos de reaccionar
terminó adaptándose, tal vez resignándose. Se comprueban
metástasis múltiples que afectan todos sus órganos
vitales, hasta alcanzar al recurso humano”.
El informe continuaba: “Dos cánceres conformaron la
bisagra que destruyó el sistema público: el desarrollo
de la seguridad social con transferencia de recursos
hacia el sector privado y el “boom” tecnológico en el
campo de la salud. Ambos factores desequilibrantes se
refuerzan y potencian durante las décadas del 70 y se
consolidan en el 80. El Hospital Público quedó marginado
de los recursos que recibían las Obras Sociales. La
falta de asistencia financiera influyó en el deterioro
edilicio y especialmente en la insuficiente
incorporación de nuevas tecnologías de alta complejidad.
La anomia e inconsciencia social no percibieron que el
Hospital Público era un bien necesario para el
desarrollo del país”. Firmado: Andrea Vesalio.
Los seis personajes emprendieron su regreso; con hondo
pesar caminaron en silencio, tal vez llorando, subieron
las escalinatas de la Facultad de Medicina y se fueron
ubicando en sus tradicionales posiciones. Allí arriba
Hipócrates dejó abierto el diálogo para el ateneo
anátomo-clínico que tendría lugar en diciembre.
INTRODUCCIÓN A LA
INFORMACIÓN GENERAL Y NECESARIA PARA LA COMPRENSIÓN DEL
ATENEO:
“La práctica médica tradicional durante muchos años
articuló la ciencia con el arte en adecuadas
proporciones; el médico disponía de ambas en iguales
condiciones tanto en su desempeño público como privado,
el peso relativo que le asignaba a cada una de ellas no
dependía del ámbito en el que trabajaba sino de su
idoneidad y decisión. El boom tecnológico afectó esta
situación, ciencia y arte necesitaron de nuevos
dispositivos médicos para poder expresarse. En estas
condiciones fue el ámbito laboral (público o privado) en
donde el profesional ejerciera, el que definió el peso
relativo que adquiriría ahora cada uno de los tres
componentes (ciencia, técnica y arte)”.
“El Estado Nacional definió políticas claras,
promoviendo la incorporación de tecnología en el sector
privado en detrimento del Hospital Público. En 1978 la
ley 21.908 otorga franquicias para el ingreso de
tecnología (desgravación del IVA y exención aduanera)
con la condición de que se cediera el 20% de su
capacidad operativa para usos de la Secretaria de Salud
Pública”. Bajo estas condiciones en 1979 se importaron
equipos médicos por un valor de u$s 38,9 millones, en
1980 u$s 78,1 millones y en 1981 u$s 98,9 millones. Esto
originó el desarrollo de empresas de atención médica que
estimularon la introducción y utilización de tecnologías
cada vez más complejas. En 1985 existían en el país 42
tomógrafos computados, de los cuales 22 se encontraban
en Capital Federal y Gran Bs. As. En 1991 ningún
hospital dependiente de la Ciudad de Bs. As. tenía un
tomógrafo público. Cuando el actor Adrián Ghio fallece
en el Hospital Fernández, centro de trauma de máxima
complejidad, éste aún no contaba con esta tecnología.
Hipócrates cerró el dialogo: “en diciembre espero sus
comentarios y aportes sobre el diagnóstico, pero más aún
aguardo ansioso las propuestas de cambio”
(*) Decano Facultad de Ciencias Médicas -
Universidad Católica Argentina
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