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Imaginar el futuro siempre ha sido un reto apasionante.
E inevitable. Siendo que el pasado es inmodificable y el
presente es por definición efímero, avizorar el devenir
ha desvelado a la humanidad por generaciones.
La medicina, actividad humana compleja que expresa tanto
los anhelos más primordiales de nuestra naturaleza,
como, más modernamente, parte sustancial de la expresión
de un derecho humano, y por lo tanto fenómeno social y
político; estrechamente vinculada -y cada vez más- al
avance del conocimiento científico y las destrezas
tecnológicas, y al mismo tiempo multimillonario mercado
global, no es una excepción a esa necesidad de la
prospectiva. Muy por el contrario: siempre son motivo de
gran entusiasmo las promesas de la ciencia y la
medicina.
Imaginar el futuro simplemente como el resultado de la
cada vez más acelerada acumulación de conocimiento y
tecnología constituye un enfoque lineal y optimista, que
implica al menos algunos supuestos: confianza absoluta
en los criterios de verdad científica, cierta
neutralidad ideológica, y el colofón de que todo futuro
basado en más tecnología implicará, necesariamente, una
vida mejor.
Y en verdad la ciencia y la tecnología han aportado -y
aportan- enormemente a nuestra mayor supervivencia y a
nuestra calidad de vida. Sobran los ejemplos, también y
especialmente, en la medicina.
Quizás por eso, aunque seguramente no sólo por eso,
existe cierta tendencia a confundir los avances de la
medicina con la disponibilidad de mayores recursos
tecnológicos.
Pero el simplismo no aporta una respuesta útil para
prever el futuro.
Y, por supuesto, no hay ninguna neutralidad en la
producción y la aplicación del conocimiento.
Para los profesionales de salud es sencillo reconocer el
concepto de transición epidemiológica, que refleja la
ganancia global en expectativa de vida permutando unas
causas de muerte por otras. Nuevas soluciones generan
nuevos problemas.
Pero volviendo a la esencia del fenómeno salud
enfermedad y al desarrollo de la propia medicina como
resultado de una compleja interacción política y social,
el panorama es todavía mucho menos claro. Mucho más
complejo. Y bastante menos previsible.
Asistimos sin embargo a un nuevo embate del pensamiento
“positivista” que nos promete un futuro en el que la
medicina personalizada (en realidad, medicina de la
manipulación genética), la nanotecnología, la
inteligencia artificial, la gestión del Big Data -entre
otras herramientas tecnológicas en la cresta de la ola
actual- y la previsible enorme expansión de la
conectividad transformarán de raíz la medicina. Y por lo
tanto, nuestra salud.
Nos prometen ahora, básicamente, un futuro en el que las
pantallas proveerán mejores y más efectivos diagnósticos
y tratamientos, disponibles en tiempo real, sin
necesidad de incómodas interacciones humanas.
De hecho, la posibilidad casi ilimitada de prever
futuras enfermedades y riesgos, inscriptos en nuestro
ADN, nos pondría en los umbrales de la vida eterna (algo
que ya hemos comentado anteriormente).
Nuevos jugadores globales (Google, Amazon, Facebook,
Apple, p.ej.) ingresaron ahora al mercado de lo que
algunos llaman la medicina trashumanizada.
Una práctica, ya no primariamente en manos de lo que hoy
llamamos profesionales sanitarios sino en expertos en
estas tecnologías, que, más allá de la evitación o la
cura de enfermedades, nos promete convertirnos en
personas mejores, en términos biológicos. Más bellas,
más exitosas, más longevas. Más consumidoras.
La reflexión: el arte, como siempre, tiene mucho para
enseñarnos.
En 1949 Orwell publicó su famosa novela “1984”. El
futuro que allí imaginaba es sombrío. Una sociedad
regulada bajo un estricto orden jerárquico, autoritario
y represivo.
Pero quizás lo más sorprendente del enfoque futurista de
Orwell fue la tergiversación del lenguaje en ese futuro
siniestro, en el que la propaganda es fundamental, hasta
el punto de generar una realidad naturalizada por las
personas a través de las palabras, independientemente de
los hechos, que deben ser redescubiertos.
Así, en la neolengua orwelliana “la guerra es la paz, la
libertad es esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
El futuro es, entre otras cosas, inevitable. Pero no es
menos cierto que somos, laboriosamente, sus artífices.
No debiéramos dejarnos confundir por las palabras –sobre
todo las de la propaganda-, ni eludir la gran cuestión
pendiente del desarrollo de las herramientas
tecnológicas: sus límites. Es decir, la discusión ética
y moral.
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
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