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Si hiciéramos un
inventario de los activos de nuestro país, tal vez nos
sorprenderíamos al descubrir que no carecemos, en su
conjunto, gravemente de ninguno de los componentes
necesarios para proveer a la población de una atención
de salud de calidad. A excepción, claro está, del factor
acaso más importante: la articulación de dichos
elementos según una planificación estratégica y bajo una
evaluación permanente.
Efectivamente, en su mayoría, los recursos,
profesionales y hasta instituciones que aparentemente
“faltan”, en verdad están mal distribuidos,
desaprovechados, mal controlados, y sobre todo poco o
nada articulados. Si tenemos un Consejo Federal de Salud
(COFESA), una Secretaría de Políticas Universitarias,
Hospitales públicos, recursos tecnológicos,
profesionales con experiencia, muchos estudiantes de
medicina y un presupuesto nada desdeñable, lo que falta,
principalmente, es el componente integrador y
coordinador que haga funcionar a la orquesta como
ensamble.
Dispersos entre los subsistemas público, privado y de
obras sociales, con pronunciadas asimetrías regionales y
con desequilibrios múltiples en un marco de fuerte
inequidad social, el país semeja un conjunto de islas
con náufragos por todos lados y salvavidas de todo tipo.
Lo que necesitamos no son mejores salvavidas, sino una
reconfiguración institucional que desde el Estado
integre a los distintos elementos, haciendo valer la
máxima de Aristóteles, según la cual el todo no es la
simple suma de las partes.
Entre los distintos puntos que dicha integración
requiere –cuyo resultado debiera ser un Sistema Federal
Integrado de Salud–, un aspecto clave está constituido
por la formación, la investigación y la producción (en
nuestro caso) de salud. Aunque no desvinculado de otras
áreas como por caso la producción de bienes insumos para
la asistencia médica (desde productos ortopédicos hasta
sueros, jeringas, agujas, etc.). De este modo se
contribuiría, además, a mejorar la clásica, pero a veces
olvidada regla de oro del desarrollo nacional: el
equilibrio entre los términos de intercambio, al
sustituir importaciones con valor agregado por
industrialización local.
Estamos hablando de la vinculación entre el conocimiento
y la producción, donde las Universidades en general, y
las públicas en particular, tienen –o deberían tener– un
lugar destacado. Pero esto no significa poner a las
Universidades a merced del Mercado, ni convertirlas en
apéndices de las empresas, ni tampoco subordinarlas al
poder político de turno, sino ponerlas a la altura de la
obligación del diálogo con otras agencias estatales para
establecer un proyecto nacional. Asumiendo así el rol
protagónico en la construcción de opciones que la
realidad demanda.
Tampoco implica un desmedro de la autonomía
universitaria, ni de la científica, sino entender que
esas conquistas son una herramienta de libertad que debe
aprovecharse para contribuir al beneficio del conjunto
de la sociedad que la sostiene en su lugar, no como una
prebenda sectorial, sino como un activo social. ¿Dónde
queda, si no, la responsabilidad por participar en el
desarrollo social? Su actitud individual y espontánea
oblitera la posibilidad de tomar posición por un
progreso armónico y así asumir su peso institucional. Es
de vital interés que la Educación Superior se comprometa
con sus esfuerzos pedagógicos a fin de mejorar la actual
situación del país participando en la edificación de un
sistema sustentable en todos los ámbitos, pero
particularmente en el de la Salud donde prima un colapso
sanitario que demanda un diseño de políticas públicas
equilibradas.
En la actual condición sanitaria argentina, con carencia
de profesionales en especialidades nodales
(especialidades médicas como pediatría, anestesistas,
terapia intensiva, parteras, emergentólogos para las
guardias, enfermeras, entre otros), el rol más
importante de nuestras 35 facultades de Medicina del
país es asumir la responsabilidad que les compete. Ya el
Dr. Alfredo Lanari sostenía que en lugar de un cupo de
ingreso fijo procuraría que se llegara a un número
adecuado teniendo en cuenta los requerimientos por
especialidades.
Asimismo, quien fuera rector de la Universidad de Buenos
Aires, Risieri Frondizi, sostenía que la autonomía
universitaria “así como libera de influjos extraños
(dogmas), debe ejercerse de modo responsable”. Autonomía
entendida como un medio para afianzar la libertad
académica y de cátedra, pero no para dar la espalda a la
sociedad, sino para servirla mejor. No según los
dictámenes unilaterales de políticos o empresarios, pero
sí según una evaluación conjunta de las necesidades y
problemas sociales que tiene la Nación de la que es
parte y los ciudadanos que la sostienen. En dos
palabras, universidades autónomas, pero con
responsabilidad social.
Próximos como estamos al centenario de la Reforma
Universitaria de 1918, vale recordar que además de la de
cogobierno autónomo, otra bandera fue la triple función
de formación, investigación y extensión universitarias.
El político no le dice al científico cómo investigar, y
ni siquiera debe imponerle qué investigar, pero el
Estado en su conjunto, del que la universidad pública
forma parte, sí debe reconocer las necesidades de la
población para que la comunidad científica y
universitaria encuentre la mejor manera de realizar un
aporte. Tal vez fuera necesaria una agencia de enlace
que facilite como correas de transmisión las directrices
del Estado, entre organismos oficiales ya existentes,
pero que no siempre están a la altura de sus
nomenclaturas.
Ante todo, debe establecerse con claridad que la
prioridad universitaria es contribuir a reparar las
necesidades de interés reconociendo las vacancias
cualitativas en los recursos profesionales, y quien debe
requerirlos es el Estado. No pasa este tema crucial por
el libre juego del mercado, como si se tratara de un
bien a merced de la oferta y demanda, sino que
constituye una base ineludible para asegurar un derecho
fundamental como lo es la salud. Y dado que solo la
universidad forma a los profesionales, ésta tiene que
brindar dicho servicio a la sociedad, cumpliendo los
requerimientos fijados por el Estado, y así volver a
ocupar el rol de vanguardia que no deberían resignar.
Para ello cuenta con el Ministerio Nacional de Salud
Pública y el Ministerio Nacional de Educación, que
poseen los instrumentos para cumplimentar estos
objetivos, a saber, la Superintendencia de Seguros de
Salud, el COFESA, y la CONEAU que dependen de la
Secretaría de Políticas Universitarias, de manera tal
que se articulen a través de una agencia específica. A
ellos les compete encarar de frente este tema tan
sensible como profundo. Bien vale lo señalado por
Jean-Marie Domenach cuando afirma que “lo contrario de
la responsabilidad no es la irresponsabilidad, sino el
conformismo”.
De esta manera, el Estado daría un paso fundamental para
cumplir con el artículo 25 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos que forma parte de nuestra
Constitución Nacional: “Toda persona tiene derecho a un
nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su
familia, la salud y el bienestar, y en especial la
alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia
médica y los servicios sociales necesarios”.
La fragmentación social general y sanitaria en
particular se condice con un Estado archipiélago que en
su accionar inconexo se ve incapaz de generar las
transformaciones necesarias. No se pretende un Estado
omnipotente, pues sigue valiendo lo que sostenía en mis
escritos ya hace 30 años: “ni el Estado está en
condiciones de asumir el monopolio sanitario, ni la
actividad privada está en condiciones de tutelar la
salud del conjunto de la población”. Pero tampoco cabe
resignarse a un Estado ausente en su rol de garante y
tutor responsable con instituciones anquilosadas. Se
requiere por el contrario de la dirección precisa de un
Estado integrado e integrador que lidere la asunción de
responsabilidad y solidaridad de todos los actores
involucrados
Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves Jurídicas y Asistenciales para
la Conformación de un Sistema Federal Integrado
de Salud” - Editorial Eudeba (2012) - “Salud y
políticas públicas” - Editorial UNICEN (2016) |
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