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El consumo de bebidas azucaradas es un grave problema de
salud pública. Menor consumo de estas bebidas, ricas en
glucosa, fructosa o sacarosa, significaría en la
población una mejor nutrición, y reducción de la
prevalencia de sobrepeso, obesidad, diabetes y caries
dentales.
En 2014 la OMS reportaba casi un 40% de la población
adulta del mundo en niveles de sobrepeso, y un aumento
de la obesidad de más del doble entre 1980 y 2014,
llegando a unos 500 millones de adultos. Estimaba
también unos 42 millones de niños menores de 5 años con
sobrepeso u obesidad en 2015.
En América latina sobrepeso y obesidad afectan a
alrededor del 25% de los menores de 19 años. En Estados
Unidos a uno de cada tres niños y jóvenes entre 6 y 19
años.
Respecto de la diabetes, el número de personas que la
padecen también aumentó de 108 millones en 1980, a 422
millones en 2014. La OMS estima que la enfermedad fue
directamente responsable de 1,5 millones de muertes en
2012.
El aporte de gran cantidad de calorías vacías, es
particularmente nocivo en los niños, los adolescentes y
adultos jóvenes, y especialmente en los más pobres.
Para el ministro de Salud, un experto en epidemiología y
enfermedades crónicas, la situación en la Argentina es
clara: a mediados de noviembre Rubinstein afirmó que la
obesidad infantil es el principal problema de salud
pública en la Argentina, sosteniendo que ha aumentado
entre nosotros más del 40% en los últimos ocho años. Y
que en la Región somos el primer consumidor de bebidas
azucaras per cápita. Por lo tanto, no dudó en definir el
problema como “una epidemia gravísima que puede
hipotecar el futuro de la próxima generación”.
Aquellas declaraciones se alineaban con el anuncio del
proyecto de reforma fiscal elaborado por el Gobierno a
fines de octubre, en el que se incluía el incremento del
impuesto a las bebidas azucaradas, del 8% al 20%.
Y es que las recomendaciones internacionales para
enfrentar este problema enfatizan en la utilidad de las
medidas fiscales: se estima que un aumento del 20% en el
precio de estos productos implicaría un impacto
positivo, en términos sanitarios, particularmente en los
sectores sociales más expuestos y vulnerables.
No es, claro, la única medida, pero sí se la considera
de alta efectividad, y otros países la implementan con
éxito (por ejemplo, México).
Las declaraciones del ministro y la existencia en el
proyecto de Ley que proponía el Ejecutivo de un aumento
del gravamen también al alcohol parecían marcar un rumbo
auspicioso en materia de articulación de políticas
públicas en favor de la Salud. Un camino escasamente
transitado entre nosotros. Muchos nos entusiasmamos.
Claramente, se avecinaba una confrontación: ya en
setiembre de este año el gobernador de Tucumán, y ex
Ministro de Salud de la Nación, había reaccionado
fuertemente contra una ordenanza del gobierno de la
Ciudad de Córdoba restringiendo la oferta de azúcar en
locales gastronómicos de la ciudad. El 12/09 afirmó en
el diario La Gaceta, de esa provincia: “Esta ordenanza
nos preocupa porque no responde a ningún criterio
sanitario. Yo he defendido el azúcar en Ginebra y en
distintos lugares porque cada tanto hay una avanzada de
estas características en contra de nuestra principal
producción. Por eso decidimos ponernos al frente de la
defensa del azúcar”. En la misma sintonía se había
manifestado el Centro Azucarero Argentino: “los
fundamentos de la norma, que declara a Córdoba ‘Ciudad
Responsable’ en el consumo de azúcar, parten de un
desconocimiento supino del problema; de afirmaciones
falsas, como que el azúcar provoca daños a la salud, y
de sugerencias equívocas, como que su carencia es
síntoma de vida sana, cuando en rigor es un nutriente
que en sí mismo no ocasiona daños a la salud”.
Temían que el ejemplo se extendiera a otras ciudades, y
eventualmente al plano nacional.
De manera que con el anuncio de la reforma fiscal el
conflicto escaló rápidamente.
La reacción de la industria de las bebidas gaseosas fue
rápida y contundente: Coca Cola dejó trascender que
frenaría inversiones por unos u$s 1.000 millones en
nuestro país y dejaría de comprar jugos a productores
citrícolas por unos u$s 250 millones.
En los días previos a la redacción de estas líneas el
gobierno nacional priorizó la necesidad de la pronta
aprobación por el Congreso de un paquete de medidas para
la reforma del sistema previsional, para lo cual
requería votos de legisladores opositores.
Los acontecimientos se precipitaron.
El 13 de diciembre el diario Ámbito Financiero informó
que “La apuesta del Gobierno giró hacia la Reforma
Previsional y concedió al Ejecutivo tucumano la
eliminación de la suba a cambio del apoyo en los cambios
propuestos al cálculo del régimen de jubilaciones y
pensiones”.
El senador tucumano Alperovich escribió en su Tweet ese
día: “Hace unos minutos me confirmaron que NO habrá
aumento en los impuestos de las bebidas azucaradas. Este
fue uno de los pedidos que hice a los ministros
nacionales”.
A la luz de lo sucedido el 15 de diciembre en el
Congreso Nacional el apoyo prometido no se produjo.
Las palabras del Ministro de Salud no fueron oídas por
el propio Gobierno.
En cualquier caso, no será la primera vez que una medida
trascendente de política sanitaria naufraga en las
inciertas aguas de la negociación política.
Y siempre es más rentable, en varios sentidos, promover
programas asistenciales que impliquen compras de
medicamentos e insumos, que articular y sostener
políticas de fondo, más allá de los acotados límites del
asistencialismo. Algo que, también, ya hemos visto antes.
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
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