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En la convulsionada Argentina de fines de 1988 el
Congreso de la Nación sancionó la creación del Sistema
Nacional del Seguro de Salud (SNSS). Recordar las
circunstancias que rodearon el enormemente conflictivo
trámite político de aquella pretendida reforma del
sistema de salud resulta interesante porque pasaron ya
tres décadas, la mayor parte de la normativa nunca fue
aplicada, y porque en estos días asistimos a un nuevo
capítulo de la pelea entre líderes sindicales y
Gobierno, y las Obras Sociales vuelven a ser
instrumentos de esa confrontación: las Obras Sociales y,
en definitiva, el conjunto del sistema de salud.
Cuando el Congreso aprobó la ley 23.661 el presidente
Alfonsín llevaba cinco años hostigado por la CGT y los
militares. Una severa crisis hiperinflacionaria, y la
creciente hostilidad de estos grupos -incluyendo
levantamientos militares armados- erosionaron su
gestión. No llegó a cumplir el término constitucional de
su mandato: adelantó las elecciones nacionales y entregó
el gobierno a Carlos Menem en julio de 1989.
En la relación con los gremios las dos cuestiones
centrales de la época fueron el SNSS y las reformas en
la actividad sindical.
Las fricciones con la CGT habían empezado durante la
campaña electoral: Alfonsín denunció la existencia de un
pacto entre militares y sindicalistas -encabezado por el
ex presidente militar general Cristino Nicolaides y el
Secretario General de la UOM y Líder de las 62
Organizaciones Peronistas, Lorenzo Miguel-, y aseguró en
un discurso que el sindicalismo no pararía el país si él
ganaba. Ubaldini –Secretario General de la CGT-Brasil-
respondió: “Si Alfonsín no le da al pueblo lo que
legítimamente le corresponde, los trabajadores saldremos
a la calle y paralizaremos el país cuantas veces sean
necesarias”, lo que fue calificado por el candidato como
“una broma macabra” del dirigente cervecero.
Asumido el gobierno, existían diferencias dentro del
radicalismo respecto de la mejor estrategia frente a la
oposición planteada por el sindicalismo peronista: la
negociación o el sostenimiento de una fuerte ofensiva
que, al menos -especulaban algunos- podría beneficiar la
imagen pública de un gobierno firme en sus iniciativas.
Aldo Neri, el primer Ministro de Salud nombrado por
Alfonsín, se alineaba en este segundo grupo. El
presidente pivoteó entre unos y otros.
Con la vuelta al orden constitucional las dos CGT
existentes por entonces se unificaron, con dos
secretarios por cada organización: por la CGT-Brasil,
que había enfrentado a la dictadura, Saúl Ubaldini
(cerveceros) y Osvaldo Borda (caucho); y por la CGT-Azopardo,
de buen diálogo con los militares, su Secretario General
Jorge Triaca (plásticos) y Ramón Baldassini (correos).
En 1986 eligieron a Ubaldini como único Secretario
General.
Neri impulsaba una reforma profunda de la organización
de los servicios de salud (el Sistema Nacional) bajo un
modelo de gestión descentralizada, y en el marco de una
paulatina transferencia de la responsabilidad en el
funcionamiento del Seguro a las provincias, incluyendo
la administración de los servicios a prestar a todos los
argentinos a través del sector público y las Obras
Sociales, que serían, en palabras de Neri,
considerablemente independizada(s) de la gestión
sindical.
El ministro sabía que tocaba el nervio más sensible:
desde 1970, y gracias a un acuerdo establecido entre la
CGT y el gobierno del Gral. Onganía -en ese momento
jaqueado por movilizaciones sociales en las que el
sindicalismo de base disidente de la CGT tenía fuerte
protagonismo-, las obras sociales dependen de sus
sindicatos.
La independencia buscada por Neri comprometía el enorme
y creciente flujo de fondos a los gremios, por lo tanto,
su poder.
El SNSS propuesto buscaba universalizar la cobertura a
través del sistema de la seguridad social, transformando
al Ministerio nacional en un organismo regulador,
financiador y de gestión política, mientras los
servicios se prestarían en las instituciones de todas
las jurisdicciones y dependencias integradas al mismo.
Para fortalecer la infraestructura asistencial estatal
se contaba con un programa financiado por el BID.
Por otra parte, ya desde la campaña electoral Alfonsín
venía anunciando sus intenciones de reformar la
actividad de los sindicatos.
En la plataforma electoral, la UCR había comprometido:
“Se dictará una nueva ley de Asociaciones Profesionales
para asegurar sindicatos democráticos y la creciente
participación de los trabajadores en las decisiones del
sindicato”.
Apenas asumido envió al Congreso un Proyecto de “ley de
reordenamiento sindical y régimen electoral” -conocido
como Ley Mucci, por el apellido del Ministro de Trabajo,
un dirigente del sindicato gráfico- que desató una
fuertísima contraofensiva de los sindicatos: Saúl
Ubaldini, ordenó 13 paros nacionales y se registraron,
además, unos 4.000 conflictos sindicales sectoriales.
El Proyecto de reordenamiento, básicamente, introducía a
las minorías en la conducción gremial, reducía la
duración de los mandatos de los dirigentes y la
posibilidad de reelección, colocaba la regulación de las
elecciones sindicales en manos del Poder Judicial,
implementaba el voto directo, secreto y obligatorio, y
limitaba el manejo de los fondos sindicales.
La ley de creación del SNSS y el reordenamiento sindical
constituían claramente dos arietes apuntados al corazón
del poder corporativo de los sindicatos.
En definitiva, la reforma sindical se aprobó en
Diputados, donde la UCR tenía mayoría, pero se perdió
por un voto -el del Senador neuquino Elías Sapag- en el
Senado, en marzo de 1984.
En cambio, el trámite de la creación del SNSS fue mucho
más complejo y conflictivo: si bien la discusión del
proyecto se hizo pública desde 1983, recién fue enviado
por el Poder Ejecutivo al Congreso en 1985, y ya con
significativos recortes y modificaciones producto de
negociaciones políticas con la oposición. Pese a ello su
aprobación se demoró tres años más. Y entre otros
cambios sustanciales el proyecto original se dividió en
dos leyes: una que establecía la organización del
sistema de obras sociales (la ley 23.660) y otra para
incluir a quienes no tenían cobertura de salud (la ley
23.661), una de las exigencias impuestas por los
sindicatos, que desarticulaba así un eje central de la
reforma: la integración de la seguridad social al
sistema.
Cuando fueron aprobadas Aldo Neri ya llevaba dos años
fuera del gobierno. En los tres años de gobierno
restantes lo sucedieron: Conrado Storani, Ricardo
Barrios Arrechea y Enrique Beveraggi.
La reglamentación de las leyes se concretó cinco años
después de su aprobación.
Lo sustancial del debate político sobre el SNSS fue
definido como una discusión de cúpulas, ausente de la
agenda pública.
El resultado, para Belmartino fue “un seguro nacional
dotado de muy escasa sustentabilidad, tanto financiera
como política”, plasmado en una norma inaplicada. Y un
triunfo político del poder sindical.
Neri, años después describiría el papel de los
Legisladores “no como actores, sino como intermediarios
de las presiones corporativas, y en última instancia,
del Ejecutivo”.
Treinta años después no es posible reconocer en la
Argentina la existencia de un sistema nacional; por el
contrario, la fragmentación se ha acentuado, y salvo las
intervenciones a favor del mercado realizadas por el
gobierno justicialista en los años noventa en un sentido
diametralmente opuesto al del SNSS -y también al del
frustro Sistema Nacional Integrado de Salud durante la
brevísima presidencia del peronista Héctor Cámpora-
puede afirmarse que las sucesivas administraciones
abandonaron todo intento de reforma sustancial de la
organización de la atención de la salud de los
argentinos. Ambas reformas, la del sistema de salud y la
del funcionamiento sindical, siguen pendientes, treinta
años después.
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
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