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El sistema de salud argentino caracterizado por la
diversidad, segmentación e inequidad en el acceso,
cobertura, calidad y resultados se muestra hoy en toda
su dimensión como un servicio donde se accede según lo
que paga cada uno y donde no existen criterios
universales de equidad y calidad con independencia de la
cobertura que tenga cada familia o persona que integra
la población.
El Estado es quien sigue mostrando debilidades en
materia de regulación, rectoría y gobernanza. Podemos
detenernos a analizar qué sucedió con la seguridad
social y el privado a lo largo de los últimos años y
verificaremos cambios producidos durante los años
noventa y luego con posterioridad tanto en los
prestadores como en los aseguradores. Se puede observar
allí una cierta capacidad de adaptación. Libre elección,
programa médico obligatorio, creación de la
Superintendencia, programas para crónicos, fondo para
prestaciones especiales, mecanismos de financiamiento
que evitan selección adversa, y otras regulaciones e
innovaciones que le han permitido mantenerse a pesar de
que el trabajo ya no constituye el hilo de integración
social sobre el cual históricamente se desarrolló.
El sector público o estatal para mayor precisión pasó
por cambios forzados por cuestiones fiscales e
ideológicas antes que por un proyecto estratégico en el
sector salud que brinde precisión sobre un rumbo y
desafíos para responder a los cambios epidemiológicos,
tecnológicos, demográficos y sociales.
La gestión pública atrasa muchos años. Sin miedo a
equivocarme en el área de salud hasta los años cincuenta
cuando el ministro Carrillo brindó una orientación que
después no pudo ser retomada por los gobiernos que lo
sucedieron. El peronismo es uno de los grandes
responsables de esta fragmentación del sistema porque
alimentó y promovió de la mano de su lógica política (la
búsqueda del poder) esquemas de Seguridad Social que
alimentaron las coberturas parciales y con fondos
específicos por encima de un criterio de ciudadanía y
universalidad.
El acuerdo de los sindicatos con los militares que dio
origen a ley 18.610 y el boicot posterior de este
poderoso sector a dos proyectos que eran plataformas
para conformar un sistema integrado de salud como fueron
el SNIS (1973) y el Seguro Nacional de Salud (1988) son
una clara evidencia de esta afirmación.
El sector público se fue hundiendo con el tiempo y la
seguridad social y el privado fueron creciendo y ganando
espacio. Dejar que los pobres se atiendan en el Estado
mientras los que tienen trabajo formal e ingresos más
altos lo hacen en sistemas privados y de la seguridad
social es un quiebre institucional que refleja y
reproduce el grave problema social de la sociedad
argentina: 15 millones de personas en estado de pobreza.
Las transferencias de servicios de salud producidas
durante 1978 y luego en 1992 replanteando un modelo
centralista de servicios de salud que tenía como eje a
la Nación y que contaba con el apoyo de provincias y
municipios se hicieron sin un programa que reorganizara
los roles y las funciones. Es sabido que la
improvisación no funciona bien y menos en un federalismo
sui generis como el argentino, el Ministerio todavía
está buscando el rol que debe cumplir oscilando entre
desentenderse o involucrarse planteando nuevos esquemas
de centralización y provisión de servicios de salud.
Mientras tanto el COFESA sigue siendo una reunión social
de ministros de salud que asiste para ver si le toca
algo en la rifa del reparto nacional (una ambulancia, la
ampliación de un programa, que le financien un centro de
salud o un hospital, etc.).
Las devaluaciones, el desinterés de los gobernadores por
el sistema de salud y el interés político del gobierno
anterior por conservar cuotas de poder en el área de
salud incrementaron programas públicos muchas veces
superpuestos con las funciones y actividades de los
gobiernos provinciales. Los Ministerios de Salud
provinciales demuestran diariamente la escasa o nula
capacidad de rectoría y que viven también cabalgando
sobre la coyuntura.
Mientras no se muera gente lo cual sería costo político
no se registra el estado de salud de la población como
un problema público. Los gobernadores salvo honrosas
excepciones todavía no terminan de asumir que la
responsabilidad sobre la salud de los habitantes de su
territorio les corresponde y deberían demostrar mayor
capacidad de gestión e innovación. Tienden a
desentenderse de salud porque no existe una presión
social como en otras áreas, teniendo en cuenta que la
gente ha resuelto su problema con el privado o la
seguridad social sin esperar nada del Estado o quizá
sólo esperando que los hospitales funcionen en el caso
de urgencia. El día a día está resuelto desde otro
lugar.
Para construir una nación no podemos ignorar que el
problema de acceso a la salud de más de 15 millones de
personas está fuertemente vinculado con problemas
sociales, falta de trabajo, patologías de la pobreza y
las condiciones en las que vive y ha vivido esa
población.
La pobreza configura una ciudadanía limitada que termina
generando interrogantes sobre la consolidación
democrática. La población tiene los derechos al momento
de votar, pero no en los tiempos de exigir y reclamar
por los servicios que debe recibir, no es una población
emponderada. Es muy difícil construir una democracia sin
ciudadanos plenos.
La salud no es un tema prioritario en la agenda política
argentina. Los políticos no entienden ni conocen el
sistema sanitario y por supuesto su familia no se
atiende en ese ámbito. La salud desde un punto de vista
económico es un bien superior cuando una persona mejora
sus ingresos lo primero que hace es proteger su salud
contratando un seguro. Es lo que sucede con los
legisladores, los miembros del poder judicial y todo el
poder ejecutivo. La clase política argentina ignora o no
sabe lo que sucede en el sistema público de salud.
James M. Buchanan nos dice que “los déspotas
benevolentes no existen y que la política gubernamental
surge de una estructura institucional altamente
complicada e intrincada, poblada por hombres y mujeres
normales muy poco diferentes del resto de nosotros”.
Los costos de transacción-coordinación están
relacionados con los problemas relativos al
funcionamiento interno de los sistemas de salud: costos
de obtener, procesar y comunicar información; flujos de
intercambio para la toma de decisiones; objetivos y
comportamiento de las organizaciones que forman parte
del sistema; naturaleza de las relaciones contractuales;
impacto de la información; oportunismo, riesgo moral y
evasión; los procesos de negociación; la racionalidad
limitada; las asimetrías informativas; la incertidumbre
y los problemas asociados a la selección adversa.
Un rápido repaso de estos costos en el sistema sanitario
argentino nos lleva a evaluarlos como muy altos. La
diversidad y pluralidad de actores (sistemas públicos,
seguridad social, privado con o sin fines de lucro,
obras sociales universitarias, obra social fuerzas
armadas y otros poderes (judicial, legislativo) y la
ausencia de un criterio articulador del sistema hace que
cada uno busque y mantenga objetivos propios.
Cada uno juega su propio partido y no hay criterios
comunes para definir una política de cobertura universal
en salud. Los resultados son un sistema que no funciona
como tal, altos niveles de inequidad y desigualdad en el
acceso y resultados, un gasto de bolsillo muy alto,
población sin cobertura efectiva, superposición de
coberturas, ausencia de criterios comunes para
incorporar las nuevas tecnologías en salud y resolver la
cuestión de los gastos catastróficos.
Quizás ha llegado el momento de reconocer la debilidad
del Ministerio de Salud para encargarse sólo de la
rectoría y gobernanza del sistema y conformar un Consejo
Nacional de Salud que presidido por el Ministerio pero
sumando al PAMI, a la Superintendencia de Servicios de
Salud, al Consejo Federal de Salud y la COSSPRA (Consejo
de Obras Sociales Provinciales) constituyan un eje que
permita clarificar la dirección y los instrumentos
necesarios para la concreción de un sistema de cobertura
universal efectiva.
La agenda de ese Consejo surge rápidamente: información
(comparación de indicadores), evaluación de tecnologías,
regulación, definición de un plan de beneficios
(programa médico obligatorio), criterios de calidad para
los prestadores de servicios de todos los niveles,
fondos para cobertura de prestaciones de alto costo y
baja incidencia y definición sobre la financiación del
sistema organizando una matriz que permita identificar
fuentes y gastos del sistema en su integralidad.
Este organismo debería ser ágil y dinámico para
responder técnica y políticamente a los desafíos de
construir un sistema integrado y equitativo que brinde
cuide, mantenga y reponga la salud de las personas con
la mayor calidad y teniendo que pagar lo menos posible
del bolsillo de los usuarios de éste para facilitar el
acceso.
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(*)
Profesor Titular Salud
Pública – Universidad Nacional del Litoral.
Profesor Invitado Economía, Organización y
Gestión de la Salud – Universidad de San Andrés -
vassalloc@gmail.com
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