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Lograr el completo bienestar físico, mental y social de
las personas es el corazón de la definición universal
del concepto de “salud”, algo que todos los que nos
hemos formado como médicos tenemos siempre presente. En
2016 la ONU presentó 17 objetivos para el desarrollo
sostenible, donde la salud y el bienestar encabezan ese
documento, junto con el fin de la pobreza y el hambre
cero. Esta declaración permitió dar un paso importante
en la difusión y generación de conciencia sobre el peso
que debe tener el sistema sanitario en la agenda de toda
la comunidad, comenzando por las administraciones
nacionales y por todos los que integramos este
ecosistema.
Dicha resolución invita a los Estados miembros a adoptar
un enfoque multisectorial y a actuar en relación con los
determinantes sociales, ambientales y económicos de la
salud, con miras a reducir las desigualdades y
posibilitar un desarrollo sostenible de ésta en el
tiempo. Y, si bien se obtuvieron grandes progresos, aún
queda mucho por hacer para alcanzar la meta propuesta
para el año 2030, la cual consiste en “lograr una
cobertura universal de salud y facilitar medicamentos y
vacunas seguras y asequibles para todos”.
Durante el 5to Foro de Salud Sustentable realizado en
Argentina a comienzos de este año, fueron varios los
interlocutores del sistema de salud argentino los que
coincidieron en que se deben definir indicadores para la
toma decisiones, de manera tal de priorizar y generar
previsibilidad. Se debe trabajar en los procesos
sencillos que permitan ordenar el sistema en
requerimientos, procedimientos y tiempos. Y en paralelo,
sobre el manejo de enfermedades crónicas no
transmisibles (ECNT) y otros temas de relevancia, con
foco en el foco en que hacer mañana.
Las ECNT de origen cardiovascular o respiratorias, el
cáncer y la diabetes son la causa de tres de cada cuatro
muertes en las Américas, y su prevalencia se encuentra
en aumento. Ellas son la principal fuente de gasto del
sistema de salud y tienen un impacto directo sobre los
financiadores. Frente a ello, los programas de gestión
de enfermedades cobran crítica relevancia para el
desarrollo sustentable del sistema de salud.
Estos programas tienen el objetivo de lograr un cuidado
efectivo y eficiente, adaptado al contexto donde se
desarrollan. Están dirigidos a grupos específicos de
pacientes que sufren de la misma condición crónica, que
permiten estructurar el tratamiento para mejorar su
gestión y brindarles una mayor contención. Un mayor
control de la enfermedad permite identificar antes y
mejor los síntomas y reducir los efectos secundarios.
Así, suele lograrse un mayor nivel de satisfacción del
paciente y una mayor adherencia al tratamiento, lo cual
redunda en menores costos futuros para el sistema de
salud en su conjunto. Más que una técnica concreta, es
un proceso de transformación estratégica de la atención
sanitaria y de la forma en la que se prestan los
servicios.
La atención de personas con ECNT requiere pasar de un
modelo reactivo, centrado en la enfermedad, a un modelo
proactivo y planificado, centrado en la persona, su
salud y contexto; un modelo que garantice la calidad de
atención, que favorezca la activa participación de los
pacientes y promueva la adherencia al tratamiento.
La clave radica, según el modelo de atención de personas
con enfermedades crónicas (MAPEC), descripto por Wagner,
e impulsado por la Organización Panamericana de la
Salud, en reunir varios elementos. El primero de ellos
implica lograr un entorno de políticas que priorice la
salud, que asigne recursos, mejore la accesibilidad y la
equidad, e integre las acciones de los distintos
interlocutores y programas. En este sentido, la creación
de la Agencia Nacional de Evaluación de Tecnologías de
Salud (AGNET), que promueve una mayor equidad por medio
de un marco regulatorio explícito, objetivo y
transparente para la definición de políticas de
cobertura sanitaria para mejorar la efectividad y la
calidad de los servicios de salud, se presenta como una
buena noticia para la Argentina.
Por otra parte, es importante que se pueda promover y
facilitar un equipo de atención multidisciplinario que
realice controles periódicos y fomente la educación para
la autogestión del paciente. Para ello, contar con un
sistema de registro, una oferta de turnos programados,
la disponibilidad de medicamentos esenciales y datos
clínicos de los pacientes resulta imprescindible. Con
esta información, organizada y confiable, es posible
tomar las mejores decisiones para controlar la
enfermedad, prevenir complicaciones y preservar la
calidad de vida.
Y de cara al paciente y su familia, es importante
también ayudarlos en la fijación de metas y en el
conocimiento y manejo de determinadas situaciones, cuyas
soluciones estén a su alcance. Las organizaciones
comunitarias y las asociaciones de pacientes desempeñan
un papel esencial en toda esta dinámica.
Tan importante como los otros aspectos, es necesario
cuidar de la innovación, a través de la cual se puede
dar respuesta a las necesidades insatisfechas de los
pacientes y sumar valor al sistema de salud. Su foco de
atención se centra en el desarrollo de medicamentos que
puedan ofrecer resultados clínicos sólidos, ventajas
cuantificables para los pacientes y recursos para
sostener la generación de valor científico en el corto,
mediano y largo plazo. Este es uno de los argumentos por
los cuales La industria global incrementó 15% el dinero
destinado a esta tarea fundamental para la humanidad
entre 2013 y 2017.
La transformación del sistema de salud para mejorar la
calidad de vida de las personas es un trabajo colectivo
que recién comienza y que requiere el apoyo de todos los
que lo conformamos. El cambio de paradigma que
gestionamos hoy en post de hacer más sustentable el
sistema se reflejará en la atención sanitaria que
tengamos nosotros y nuestros hijos en el futuro. Un
futuro más cercano de lo que creemos.
(*) Gerente
General de AbbVie región Latinoamérica Sur y Presidente
de CAEMe.
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