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En los últimos años, la innovación surgida a partir de
las nuevas drogas biotecnológicas -especialmente en el
campo de la oncología, pero también en el de las
Enfermedades Poco Frecuentes (EPF)- ha dado lugar a tres
tipos de turbulencias: económicas, sanitarias y éticas.
La primera se fundamenta en que, para la sociedad, el
costo de las nuevas terapias las torna cada vez menos
accesibles y más inequitativas. La segunda es que más
allá del costo, la utilidad del tratamiento como valor
clínico se hace relativa en pacientes que cuentan con
pocas posibilidades de sobrevida en el corto plazo. El
problema más sensible es con la tercera cuestión. Los
precios globales de los medicamentos contra el cáncer
han aumentado en un 10% por año entre 1995 y 2017. Y
este nivel de inflación de precios como negocio frente a
su efectividad real no es ni económicamente sustentable
ni éticamente aceptable como para permitirse o
justificarse. La tormenta que se avecina es cada vez más
compleja.
Algunos ejemplos. El erlotinib (Tarceva®) puede servir
de caso testigo para analizar la diferencia entre
efectividad y precio según indicación, tipo de tumor y
estadio de avance. Administrado por vía oral en el
carcinoma pancreático no resecable o metastático, la
sobrevida media que se obtiene no supera las dos
semanas. Pero en el adenocarcinoma de pulmón localmente
avanzado o metastásico con mutaciones activadoras de
EGFR, su efectividad es de 6.7 meses, contra 4.7 meses
de una combinación de quimioterapia tradicional. En base
a estas diferencias, el precio por comprimido de la
droga debería ser inferior para el primer tratamiento
respecto del segundo. El inconveniente es que la droga
tiene un solo precio de mercado para ambas alternativas
(u$s 7.224 por 30 comprimidos de 150mg). Algo de esto
ocurre también con el bevacizumab (Avastin®), aprobado
primero para el tratamiento del cáncer colorrectal y
luego para el de mama metastático. La disparidad entre
el valor agregado que aporta (utilidad) y el precio es
significativa. Un estudio del NEJM demostró que sumada a
otras, la droga extendía la vida 4.7 meses en promedio
(20.3 versus 15.6 meses) a un costo de entre u$s 42.800
a u$s 55.000. Pero según Goldstein, utilizada como de
primera línea sólo provee un adicional de 0.10 AVAC (5
semanas de sobrevida) a un costo de u$s 59.361.
Hay cerca de una treintena de recientes innovaciones con
monopolio de patente, de uso en casos avanzados, cuyos
precios del tratamiento exceden largamente los u$s
150.000/año no aportando suficiente efectividad en
AVAC´s como para prolongar la vida a los pacientes en
forma adecuada. Mucho menos presumir una cura. Una
cuestión es entonces el beneficio terapéutico y otra muy
diferente el precio de mercado, que se exacerba con la
nueva batería de biotecnológicas disponibles y supone la
creación de barreras artificiales a su acceso. En EUA,
muchas familias han sufrido graves problemas financieros
después de que un miembro de la familia fuera
diagnosticado con cáncer, al endeudarse a futuro con
bancos privados para pagar los altos costos de
tratamiento que exigen las nuevas monoclonales. Incluso
contra discretas mejoras marginales en la evolución de
la enfermedad.
A pesar que la mayoría de los cánceres aún no tienen
cura, y los tratamientos funcionan solo durante un
tiempo determinado, resulta difícil desde el punto de
vista ético construir la lógica del NO para relativizar
o desaconsejar la aprobación o el uso de cualquier nueva
molécula de altísimo precio y baja efectividad. Además,
al ser los médicos quienes deciden la oportunidad de
utilizar cada opción terapéutica, pasan a ser
administradores de los costos. De allí que la
justificación ética se torne un proceso complejo, si de
lo que se trata es de no aceptar financiar un
tratamiento por la simple razón de considerar que la
escasa ganancia obtenida en calidad de vida del paciente
no justifica su exagerado costo.
¿Cómo llegar entonces a la construcción legítima del NO
frente al negocio de las farmacéuticas y a la propia
demanda de los pacientes? Muchos pacientes procurarán
beneficiarse de las nuevas drogas publicitadas
independientemente de su real utilidad. Y como ocurre
con cualquier posición monopólica otorgada por la
exclusividad de la patente, la farmacéutica decidirá
fijar el precio que el mercado y los financiadores
puedan soportar, a veces perdiendo de vista toda
cuestión racional. De allí que en el ciclo invención –
innovación – difusión – comercialización, algún eslabón
siempre esté roto. Asumiendo su rol regulador, el
National Institute for Health and Care Excellence (NICE)
decidió tomar cartas en el asunto respecto de los
llamados tratamientos end of life, muy costosos y con
ganancias de salud comparativamente pequeñas, al
demostrar que la relación costo/AVAC incremental queda
muy por encima de las £30.000 aceptadas como tasa de
corte. Tras un gran debate social y político luego de la
recomendación preliminar de rechazar seis medicamentos
contra el cáncer por no ser costo-efectivos, el NICE
debió replantear que ningún fármaco oncológico que
cumpliera criterios “end of life” podría costar más de
£43.000 - £53.900 (u$s 48.000 - u$s 60.200) por año
adicional de vida ganada ajustada por calidad (AVAC).
Particularmente, en América latina se enfrenta un
tremendo desafío. Sus países se dan cuenta de que pagan
precios diferentes por los mismos medicamentos
innovadores, que muchos de ellos ni siquiera están al
alcance de sus sistemas de salud, y proponen compartir
información sobre costos y efectividad. Más cuando
tendrán que lidiar con presupuestos limitados y con una
población que envejece y en la que aumenta la incidencia
de enfermedades crónico-degenerativas, que la llevará a
demandar drogas innovadoras, más efectivas y más caras.
La regulación de precios se vuelve así una instancia
crítica. Quizás el paradigma sea Colombia, que creó una
canasta comparativa de moléculas monoclonales entre 17
países (Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Chile,
Ecuador, Francia, Alemania, México, Noruega, Panamá,
Perú, Portugal, España, Reino Unido, Estados Unidos y
Uruguay) para establecer que el precio aceptado surgirá
de aplicar el denominado “tercer cuartil” o percentil
75. Es decir, una droga innovadora autorizada en
Colombia tendrá un precio máximo de mercado en base al
equivalente al percentil 75 del producto
internacionalmente menos costoso. Esto la llevo a
obtener una caída comparativa de hasta el 60% de los
precios.
Regular el precio de los medicamentos de alto costo se
vuelve una necesidad económica y hasta ética en medio de
la tormenta. De lo contrario, el objetivo de brindar
cobertura de “atención médica universal” (CUS), como
exige la Organización Mundial de la Salud (OMS), se
tornará un verdadero dilema sanitario si queda
condicionado al impacto financiero de los nuevos
medicamentos innovadores. Como bien dice el anatema
griego, “los grandes navegantes deben su reputación a
como enfrentan tempestades y tormentas.
(*)
Mg. Profesor Titular Análisis de Mercados de Salud.
Universidad ISALUD. Buenos Aires. Argentina.
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