|
Confieso que hasta hace pocos días no conocía a Joseph
Overton. Escuché de él por primera vez a través de la
notable ex Ministra de Ciencias e Innovación española,
Cristina Garmendia Mendizábal, hablando sobre
tecnologías disruptivas.
Overton (muerto a los 43 años en un accidente con un
ultraliviano) fue directivo de un think tank liberal
norteamericano, el Centro Mackinac de Políticas
Públicas.
Desde ese ámbito su nombre quedó asociado al concepto de
la “ventana del discurso” o, desde entonces, la Ventana
de Overton (que es el título, además, de un thriller
político publicado en 2010, siete años después de la
muerte de Overton).
La famosa ventana grafica el rango en que los problemas
políticos empiezan a ocupar la atención de los decisores
públicos, y pueden llevarlos a la promoción de acciones
y políticas destinados a su resolución, más allá
–inclusive– de las propias convicciones del decisor.
Sencillamente porque hacerlo se vuelve convenientes para
él.
Básicamente, existe un conjunto estrecho de potenciales
políticas que resultan aceptables en un momento y una
situación determinados: las que el decisor “ve” dentro
de los márgenes de una ventana imaginaria.
Fuera de esos límites, ajenos a cualquier debate sobre
su factibilidad existen problemas o necesidades
políticas que otro autor –Treviño– clasificó como
impensables (más lejos de la ventana) y radicales (un
poco más cerca, pero aun afuera). Y las que
progresivamente van ingresando a la vista
(consideración) del político son, sucesivamente:
aceptables, sensatas, populares y, finalmente se
convierten en políticas.
Para los operadores políticos o grupos de interés
preocupados por promover políticas que en determinado
momento son impensadas o radicales el desafío es,
entonces, llevarlas desde afuera de los marcos de la
ventana del decisor haciéndolas progresivamente
aceptables, sensatas y finalmente populares.
En el mundo de la comunicación masiva e instantánea (y
la post verdad…), existen múltiples herramientas para
influir en esa transformación.
Desde esta perspectiva, en 2014 un analista ruso –Evgueni
Gorzhaltsán– popularizó la idea de la Ventana como una
herramienta de manipulación social.
De hecho, él explica la utilización de esta teoría para
justificar una hipotética legalización del
canibalismo(1), como ejemplo de su potencialidad.
Indudablemente esta perspectiva es enormemente
inquietante, pero nada ajena a la percepción que
cualquier observador atento de la realidad social y
política contemporánea puede tener.
Por otra parte, y en términos menos dramáticos, al
escuchar a Garmendia Mendizábal pensé en aquellas
cuestiones impensables o radicales en la política
sanitaria argentina.
¿Sería posible, por ejemplo, mover hacia la ventana de
la decisión política una reforma sanitaria estructural,
de largo aliento?
La ventana de Overton es la agenda política de un
gobierno. Pero también, y quizás fundamentalmente,
representa la valoración social de una necesidad.
Nos hemos cansado de repetir que la salud “no está en la
agenda” y que “la gente no reclama”.
Dos hechos ciertos, con conclusiones obvias: en el mejor
de los casos el pragmatismo de las pequeñas cosas -que,
si están bien hechas, siempre suman, pero aun así nunca
alcanzan-, y la renuncia a la pretensión de una
transformación de fondo.
En Argentina las urgencias y las excepcionalidades
ocupan la cotidianeidad.
Una institucionalidad anémica y tambaleante, y el
vaciamiento cultural de las estructuras partidarias
terminan de sazonar un clima social y político en el que
las grietas se ensanchan, aun poniendo en riesgo la
sustentabilidad del sistema político.
El corto plazo es lo instantáneo, y el mediano plazo se
transforma en un horizonte lejano.
Cuando uno se acostumbra a vivir en una permanente
zozobra lo primero es mantenerse a flote, y resulta
difícil fijar un rumbo cierto.
Pero cuando hablamos de reformas de fondo nos referimos
a políticas de Estado, que requieren intensidad política
–fundamentalmente, voluntad de acordar- y calidad
técnica.
Quizás recuperar colectivamente esa voluntad de
transformación, primero, y después la capacidad para
pensar y construir un futuro mejor para nosotros
requiera ensanchar la ventana. Un fuerte liderazgo
político y moral podría hacerlo.
Pero también podríamos pensar, al estilo de Gorzhaltsán
con el canibalismo, en cómo hacer que lo impensable de
la reforma sectorial deviniera en aceptable primero, y
luego hasta en popular.
Puesto en blanco sobre negro una reforma sectorial
profunda implicaría conflictos importantes, porque
cualquiera sea el camino que se tome debería enfrentarse
el problema de la fragmentación del sistema: es decir,
el problema de los intereses objetivos, económicos y de
poder político, de varios sectores gananciosos en el
estado actual de la situación.
A diferencia de la propuesta escandalizante del ruso la
resignificación de la reforma sanitaria no debiera
apelar a los engaños ni las conspiraciones. Pero sí a la
exposición y la discusión pública de los costos
sociales, sanitarios y económicos de seguir haciendo lo
que hacemos.
Probablemente con menos retórica, más reflexión, y
preocupación sincera, se pueda.
Y debería ser más fácil que promover el canibalismo.
Recomiendo la lectura de una síntesis en español del
articulo original: ¿Cómo legalizar cualquier fenómeno,
desde la eutanasia hasta el canibalismo? disponible en:
https://actualidad.rt.com/sociedad/view/125437-legalizar-overton-eutanasia-incesto
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
|