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Hace algo más de treinta años en un Ministerio de
Salud provincial se adquirieron las primeras PC. La
conmoción fue grande: el fantasma de las cesantías del
personal que iba a ser reemplazado por las máquinas
invadió los pasillos ministeriales, convenientemente
agitado por delegados y activistas. Hubo sabotajes. Hubo
personal que se negó a utilizarlas; algunos sentían
pavor frente al teclado, otros, simplemente no
encontraban motivo para cambiar sus rutinas (lo que
ahora llamamos el espacio de confort, o algo así). El
espíritu burocrático, temeroso y conservador, crujía.
Hoy, como todos sabemos, en ese ministerio y en
cualquier otra oficina pública o privada, nada puede
hacerse cuando “se cae el sistema”.
Recuerdo también que poco antes de eso, el servicio de
tocoginecología de uno de los hospitales de la mayor
complejidad de la misma provincia solicitó la suspensión
de los consultorios externos hasta tanto se reparara el
ecógrafo. Sin ecógrafo no podemos atender el
consultorio, sostenían los jóvenes médicos de entonces,
y su jefe nos lo transmitía, con resignación y
desencanto. (De paso, siempre sospechamos que para
algunos de los colegas era una buena excusa para dedicar
más horas a la actividad fuera del hospital…).
Soy de la generación que presenció una extraordinaria
transición de lo analógico a lo digital en la medicina.
Por aquellos años en los que sucedieron estas historias
no existía internet tal como hoy la conocemos, la vida
privada era un valor muy estimado, existía el correo
postal y si bien era extraordinario el aporte de la
aparatología al diagnóstico y luego cada vez más al
tratamiento, nadie hablaba de pantallas y software
reemplazando a los profesionales en el consultorio.
¿Era un mundo mejor? No lo sé. Pero con seguridad era
muy distinto a éste.
Hoy la inteligencia artificial (IA) promete una medicina
certera, rápida y personalizada (en términos
biológicos): los algoritmos pueden ser mucho más
eficaces que los profesionales a la hora de hacer
diagnósticos o definir tratamientos, y lo harían más
barato. Una medicina sin errores y, en el extremo, sin
médicos. O al menos sin los médicos que somos hoy.
Las cuestiones que plantea la irrupción de la IA en
medicina no parecen tan significativas si nuestra
atención está enfocada sólo en la discusión sobre las
consultas virtuales, primera oleada de irrupción
tecnológica que parece haber producido el conocido
efecto del agua fría llegando a ese nivel un poco por
debajo de la cintura. En estos días se habla mucho de
eso.
Pero el agua ya nos había llegado a las rodillas cuando
los pacientes empezaron a googlear, antes o después de
las consultas: todavía hoy cuesta convencer a muchos
médicos que parte de nuestro rol profesional es asesorar
respecto de la calidad de la información disponible en
las redes.
Y los pies se nos habían mojado antes, con las historias
clínicas electrónicas.
Ahora los financiadores privados se vuelcan rápidamente
a la innovación: claramente esperan reducir costos
directos (se han denunciado casos concretos de impacto
sobre el deteriorado honorario médico, al reemplazar
visitas en domicilio por consultas virtuales) e
indirectos, al liberar capacidad instalada que se ocupa
por consultas o reconsultas “banales”. Y también a
mejorar la satisfacción de los clientes, ávidos de
consumir tecnología a toda hora.
Se genera, además, un nuevo activo de enorme valor para
los gerentes y accionistas: la información.
Ingente cantidad de datos sobre necesidades, demandas,
preferencias, consumos, gasto, utilización, impacto,
costos y varios etcéteras que constituyen un capital de
gran valor económico, y no sólo sanitario.
La IA -que, en resumen, es la capacidad de analizar
rápidamente esos enormes volúmenes de datos, establecer
patrones, ofrecer respuestas y modificarlas, pone en
cuestión como nunca la esencia misma del ejercicio de la
profesión médica: ¿podrán las máquinas darnos certezas
donde ahora la incertidumbre reina?
Si esto fuera así, la pregunta siguiente es:
¿terminaremos siendo innecesarios?
En una reciente publicación Gustavo Tolchinsky (1) sobre
la IA se pregunta: ¿quién gobierna realmente la toma de
decisiones y sus repercusiones éticas. ¿Quién toma
realmente las decisiones?
El tema es central, habida cuenta de la enorme
influencia de las industrias y los grandes financiadores
sobre el sector. ¿Quién y con qué lógica, intenciones y
valores construye o valida los algoritmos que son el
corazón del concepto de IA?
Pero conceptualmente la situación no es novedosa, solo
que la IA multiplica exponencialmente la potencia y la
efectividad del marketing tradicional: de la influencia
en las guías de práctica clínica -mediada a través de
colegas- los regalos y los congresos, a la injerencia en
los algoritmos diagnósticos y/o terapéuticos.
La cuestión adquiere franco dramatismo si uno adhiere a
la expresión de Seamus O’Mahony(2), para quien la
profesión médica “se ha convertido en el equipo de
ventas para la industria [de los medicamentos]”.
Es decir: la IA puede ser más de lo mismo, pero peor.
Pero tampoco es ésta la única cuestión trascendente que
se plantea alrededor de la IA. El AMA Journal of Ethics(3)
acaba de publicar un número completo dedicado a la IA.
Los títulos de los artículos repasan aspectos algunos
centrales de la agenda en materia ética, legal, clínica,
política y filosófica, que es necesario discutir.
No sabemos cómo serán los pacientes del futuro, pero por
ahora podemos afirmar, siguiendo a Daniel Flichtentrei(4)
que: “el objeto de la medicina no es el conocimiento
sino el padecimiento. La información es un insumo, una
herramienta, no un fin”.
Y el dominio del padecimiento, agregamos, es el de la
subjetividad. El de lo esencialmente humano.
En el mismo artículo -a propósito de un muy recomendable
libro de Henry Marsh- dice: “la verdadera tragedia no es
que Google se convierta en médico, algo muy improbable,
sino que los médicos nos convirtamos en Google, en meros
recopiladores de datos”.
En resumen, el problema no son las herramientas sino los
valores que sustentan su uso; y no deberíamos dejar que
el mercado convenza a las personas de que el acto médico
se resume en una operación de recolección de datos y
obtención de unos resultados lógicos (eso podría llegar
a hacerlo mejor un algoritmo) sino, por el contrario,
demostrar cada día que el encuentro clínico es
esencialmente un espacio de comunicación significativa
entre personas.
Esa sería la mejor defensa de la medicina.
1 - Tolchinsky G, Cui
Prodest. La irrupción de la inteligencia artificial
traerá cambios… Avances en Gestión Clínica. Disponible
el 22/02/19, en: https:/ gestionclinicavarela.blogs-
pot.com/2019/02/la-irrupcion-de-la-inteligencia.html?m=1
2 - Bravo R, ¿Se puede curar la medicina? La corrupción
de una profesión. Primun non nocere 2018. Disponible el
22/02/19
en: https://rafabravo.blog/2019/02/15/se-puede-curar-la-medicina/amp/?__twitter_impression=true
3 - AMA Journal of Ethics, February 2019 Volume 21,
Number 2: E119-197. Disponible el 22/02/19, en: https://journalofethics.ama-assn.org/sites/journalofethics.ama-assn.org/files/2019-01/joe-1902_0.pdf
4 - Flichtentrei D, Sin historias no hay medicina.
Revista ñ. 08/02/19. Disponible el 22/02/19 en: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/historias-medicina_0_33l5Z1GNY.html
(*)
Médico.
Máster en Economía y Ciencias Políticas.
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