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Opinión  


En defensa
de la
medicina

Por el Dr. Javier Vilosio (*)

 
Hace algo más de treinta años en un Ministerio de Salud provincial se adquirieron las primeras PC. La conmoción fue grande: el fantasma de las cesantías del personal que iba a ser reemplazado por las máquinas invadió los pasillos ministeriales, convenientemente agitado por delegados y activistas. Hubo sabotajes. Hubo personal que se negó a utilizarlas; algunos sentían pavor frente al teclado, otros, simplemente no encontraban motivo para cambiar sus rutinas (lo que ahora llamamos el espacio de confort, o algo así). El espíritu burocrático, temeroso y conservador, crujía.
Hoy, como todos sabemos, en ese ministerio y en cualquier otra oficina pública o privada, nada puede hacerse cuando “se cae el sistema”.
Recuerdo también que poco antes de eso, el servicio de tocoginecología de uno de los hospitales de la mayor complejidad de la misma provincia solicitó la suspensión de los consultorios externos hasta tanto se reparara el ecógrafo. Sin ecógrafo no podemos atender el consultorio, sostenían los jóvenes médicos de entonces, y su jefe nos lo transmitía, con resignación y desencanto. (De paso, siempre sospechamos que para algunos de los colegas era una buena excusa para dedicar más horas a la actividad fuera del hospital…).
Soy de la generación que presenció una extraordinaria transición de lo analógico a lo digital en la medicina.
Por aquellos años en los que sucedieron estas historias no existía internet tal como hoy la conocemos, la vida privada era un valor muy estimado, existía el correo postal y si bien era extraordinario el aporte de la aparatología al diagnóstico y luego cada vez más al tratamiento, nadie hablaba de pantallas y software reemplazando a los profesionales en el consultorio.
¿Era un mundo mejor? No lo sé. Pero con seguridad era muy distinto a éste.
Hoy la inteligencia artificial (IA) promete una medicina certera, rápida y personalizada (en términos biológicos): los algoritmos pueden ser mucho más eficaces que los profesionales a la hora de hacer diagnósticos o definir tratamientos, y lo harían más barato. Una medicina sin errores y, en el extremo, sin médicos. O al menos sin los médicos que somos hoy.
Las cuestiones que plantea la irrupción de la IA en medicina no parecen tan significativas si nuestra atención está enfocada sólo en la discusión sobre las consultas virtuales, primera oleada de irrupción tecnológica que parece haber producido el conocido efecto del agua fría llegando a ese nivel un poco por debajo de la cintura. En estos días se habla mucho de eso.
Pero el agua ya nos había llegado a las rodillas cuando los pacientes empezaron a googlear, antes o después de las consultas: todavía hoy cuesta convencer a muchos médicos que parte de nuestro rol profesional es asesorar respecto de la calidad de la información disponible en las redes.
Y los pies se nos habían mojado antes, con las historias clínicas electrónicas.
Ahora los financiadores privados se vuelcan rápidamente a la innovación: claramente esperan reducir costos directos (se han denunciado casos concretos de impacto sobre el deteriorado honorario médico, al reemplazar visitas en domicilio por consultas virtuales) e indirectos, al liberar capacidad instalada que se ocupa por consultas o reconsultas “banales”. Y también a mejorar la satisfacción de los clientes, ávidos de consumir tecnología a toda hora.
Se genera, además, un nuevo activo de enorme valor para los gerentes y accionistas: la información.
Ingente cantidad de datos sobre necesidades, demandas, preferencias, consumos, gasto, utilización, impacto, costos y varios etcéteras que constituyen un capital de gran valor económico, y no sólo sanitario.
La IA -que, en resumen, es la capacidad de analizar rápidamente esos enormes volúmenes de datos, establecer patrones, ofrecer respuestas y modificarlas, pone en cuestión como nunca la esencia misma del ejercicio de la profesión médica: ¿podrán las máquinas darnos certezas donde ahora la incertidumbre reina?
Si esto fuera así, la pregunta siguiente es: ¿terminaremos siendo innecesarios?
En una reciente publicación Gustavo Tolchinsky (1) sobre la IA se pregunta: ¿quién gobierna realmente la toma de decisiones y sus repercusiones éticas. ¿Quién toma realmente las decisiones?
El tema es central, habida cuenta de la enorme influencia de las industrias y los grandes financiadores sobre el sector. ¿Quién y con qué lógica, intenciones y valores construye o valida los algoritmos que son el corazón del concepto de IA?
Pero conceptualmente la situación no es novedosa, solo que la IA multiplica exponencialmente la potencia y la efectividad del marketing tradicional: de la influencia en las guías de práctica clínica -mediada a través de colegas- los regalos y los congresos, a la injerencia en los algoritmos diagnósticos y/o terapéuticos.
La cuestión adquiere franco dramatismo si uno adhiere a la expresión de Seamus O’Mahony(2), para quien la profesión médica “se ha convertido en el equipo de ventas para la industria [de los medicamentos]”.
Es decir: la IA puede ser más de lo mismo, pero peor.
Pero tampoco es ésta la única cuestión trascendente que se plantea alrededor de la IA. El AMA Journal of Ethics(3) acaba de publicar un número completo dedicado a la IA. Los títulos de los artículos repasan aspectos algunos centrales de la agenda en materia ética, legal, clínica, política y filosófica, que es necesario discutir.
No sabemos cómo serán los pacientes del futuro, pero por ahora podemos afirmar, siguiendo a Daniel Flichtentrei(4) que: “el objeto de la medicina no es el conocimiento sino el padecimiento. La información es un insumo, una herramienta, no un fin”.
Y el dominio del padecimiento, agregamos, es el de la subjetividad. El de lo esencialmente humano.
En el mismo artículo -a propósito de un muy recomendable libro de Henry Marsh- dice: “la verdadera tragedia no es que Google se convierta en médico, algo muy improbable, sino que los médicos nos convirtamos en Google, en meros recopiladores de datos”.
En resumen, el problema no son las herramientas sino los valores que sustentan su uso; y no deberíamos dejar que el mercado convenza a las personas de que el acto médico se resume en una operación de recolección de datos y obtención de unos resultados lógicos (eso podría llegar a hacerlo mejor un algoritmo) sino, por el contrario, demostrar cada día que el encuentro clínico es esencialmente un espacio de comunicación significativa entre personas.
Esa sería la mejor defensa de la medicina.


1 - Tolchinsky G, Cui Prodest. La irrupción de la inteligencia artificial traerá cambios… Avances en Gestión Clínica. Disponible el 22/02/19, en: https:/ gestionclinicavarela.blogs- pot.com/2019/02/la-irrupcion-de-la-inteligencia.html?m=1
2 - Bravo R, ¿Se puede curar la medicina? La corrupción de una profesión. Primun non nocere 2018. Disponible el 22/02/19
en: https://rafabravo.blog/2019/02/15/se-puede-curar-la-medicina/amp/?__twitter_impression=true
3 - AMA Journal of Ethics, February 2019 Volume 21, Number 2: E119-197. Disponible el 22/02/19, en: https://journalofethics.ama-assn.org/sites/journalofethics.ama-assn.org/files/2019-01/joe-1902_0.pdf
4 - Flichtentrei D, Sin historias no hay medicina. Revista ñ. 08/02/19. Disponible el 22/02/19 en: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/historias-medicina_0_33l5Z1GNY.html

(*) Médico. Máster en Economía y Ciencias Políticas.

 

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