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Opinión  


Acerca del humanismo médico

Por el Dr. Javier Vilosio (*)

 
El concepto de humanismo, enraizado profundamente en la historia del pensamiento, es una cuestión compleja. En la medicina ha sido más sencillo definirlo por contraste con la deshumanización del trato que los profesionales y sistemas de salud brindan a las personas que requieren su asistencia.
Filosóficamente -y enormemente sintetizada-, la perspectiva humanista es la de considerar a la dignidad humana como el patrón que otorga validez a las reglas y los valores sociales y como tal, el objetivo principal de las acciones humanas. Desde esta visión lo humano implica a la biología, pero también al contexto, la historia, las expectativas y el sentido que las personas damos a la vida, en general, a nuestra vida en particular y a la propia condición humana.
El deber del humanismo en medicina implica el desarrollo y la aplicación de valores, cualidades y actitudes en la relación médico paciente tales que superan largamente la sabiduría y la destreza para intervenir exitosamente sobre los aspectos biológicos involucrados en el continuo salud-enfermedad. Y también el compromiso con el entorno y las circunstancias sociales, y el accionar en el contexto de las organizaciones sanitarias complejas -de diverso tipo-, que han reemplazado casi totalmente a la figura del médico en su práctica individual.
Para los clásicos, no existe Medicina sin humanismo.
Sin embargo, las maneras poco humanas de hacer las cosas representan hoy un grave problema en el campo sanitario. La capacidad de causar daño a las personas que ingresan a los sistemas de salud es enorme, y está bien documentada. Y también la actuación individual y/o corporativa de los profesionales de la salud en prácticas contrarias al respeto de los valores humanos esenciales (1).
Muchos de los factores que influyen en ello exceden por lejos al propio sector de la atención sanitaria y otros manifiestan la transformación radical de algunos supuestos clásicos del ejercicio profesional: por ejemplo, la relativización de los valores morales (y su ética) y el masivo triunfo del mercado y el consumismo como orientadores de la vida social e indicadores del éxito personal en ambas esferas de la vida, la transformación de la política en tanto devaluación del idealismo y la anulación del pensamiento crítico, las profundas transformaciones de los roles profesionales y las formas de producción y adquisición de conocimientos en la sociedad contemporánea, las crisis económicas de los Estados y sus sistemas de protección social, y, particularmente, los extraordinarios cambios en las formas de ejercer la medicina que vienen de la mano de un corrimiento de la frontera de lo posible a partir de las posibilidades reales o supuestas de nuevos avances en el conocimiento científico o el desarrollo tecnológico que impactan cada vez con mayor intensidad sobre el mercado de la salud, y, particularmente, sobre la demanda (expresión de las expectativas) de las personas -convertidas ahora en consumidores-, y de los propios profesionales de la salud convertidos en promotores, sin más, de la oferta comercial.
Deshumanizar es también no preocuparse por las personas en primer lugar.
Aunque muchas veces se ha afirmado lo contrario, humanismo y ciencia no debieran ser términos excluyentes. Pero parece evidente que no es posible afirmar que la ciencia o la política hayan producido personas mejores, mientras que resulta plausible que mejores hombres hagan mejor ciencia o mejor política.
Aun fascinados y agradecidos por buena parte del desarrollo tecnológico aplicable al cuidado de la salud, y en épocas de resurgimiento del terraplanismo y otras creencias aún más agresivas que expresan desconfianza y rechazo a la racionalidad científica, parece adecuado interrogarnos sobre los motivos por los cuales debemos advertir en contra de la medicalización de la vida, que significa ni más ni menos que enfermar a los sanos; preguntarnos cómo hacer para que los hospitales sean lugares seguros para las personas; o dejar de colaborar en el quebranto económico de los sistemas de salud, una vía rápida al empeoramiento de la inequidad social y sanitaria.
Y no solo ello. Conviene recordar que tal como hace más de un siglo el no lavado de las manos cuando estamos con nuestros pacientes es un problema sanitario de primer orden para la Salud Pública. O que nos encontramos al borde de una catástrofe infectológica de escala mundial por el sobreuso de antibióticos -no sólo en la medicina humana-.
Utilizamos expresiones como medicina basada en datos para recordar que no basta con el gusto o la experiencia personal a la hora de tomar decisiones con un paciente. Para recordarnos que las decisiones son con los pacientes y no sobre ellos, (hablamos específicamente de decisiones compartidas); o de medicina narrativa para advertir que lo que sabemos sobre el sufrimiento de las personas, y la materia con la que los clínicos interactuamos todo el tiempo son las historias de nuestros pacientes, que debemos escuchar con atención. Medicina paliativa, para recordarnos que la muerte es el final de nuestro ciclo vital, y que siempre podemos ayudar y aliviar a quienes están llegando antes que nosotros, o medicina centrada en el paciente, para recordarnos que la persona humana es el eje ordenador y su bienestar el interés prioritario de todo el sistema de salud, y no otro.


1. Lo que se hizo especialmente evidente luego de la Segunda Guerra Mundial y los horrores del nazismo, pero también en muchos episodios posteriores, y contemporáneos, en los que grupos profesionales participaron o participan de violaciones sistemáticas a los derechos humanos, en diversos países y bajo diversas excusas de índole mayormente política

(*)  Médico, docente. Magister en Economía y Cs. Políticas. Maestrando en Educación para profesionales de la Salud.

 

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