|
El concepto de humanismo, enraizado profundamente en la
historia del pensamiento, es una cuestión compleja. En
la medicina ha sido más sencillo definirlo por contraste
con la deshumanización del trato que los profesionales y
sistemas de salud brindan a las personas que requieren
su asistencia.
Filosóficamente -y enormemente sintetizada-, la
perspectiva humanista es la de considerar a la dignidad
humana como el patrón que otorga validez a las reglas y
los valores sociales y como tal, el objetivo principal
de las acciones humanas. Desde esta visión lo humano
implica a la biología, pero también al contexto, la
historia, las expectativas y el sentido que las personas
damos a la vida, en general, a nuestra vida en
particular y a la propia condición humana.
El deber del humanismo en medicina implica el desarrollo
y la aplicación de valores, cualidades y actitudes en la
relación médico paciente tales que superan largamente la
sabiduría y la destreza para intervenir exitosamente
sobre los aspectos biológicos involucrados en el
continuo salud-enfermedad. Y también el compromiso con
el entorno y las circunstancias sociales, y el accionar
en el contexto de las organizaciones sanitarias
complejas -de diverso tipo-, que han reemplazado casi
totalmente a la figura del médico en su práctica
individual.
Para los clásicos, no existe Medicina sin humanismo.
Sin embargo, las maneras poco humanas de hacer las cosas
representan hoy un grave problema en el campo sanitario.
La capacidad de causar daño a las personas que ingresan
a los sistemas de salud es enorme, y está bien
documentada. Y también la actuación individual y/o
corporativa de los profesionales de la salud en
prácticas contrarias al respeto de los valores humanos
esenciales (1).
Muchos de los factores que influyen en ello exceden por
lejos al propio sector de la atención sanitaria y otros
manifiestan la transformación radical de algunos
supuestos clásicos del ejercicio profesional: por
ejemplo, la relativización de los valores morales (y su
ética) y el masivo triunfo del mercado y el consumismo
como orientadores de la vida social e indicadores del
éxito personal en ambas esferas de la vida, la
transformación de la política en tanto devaluación del
idealismo y la anulación del pensamiento crítico, las
profundas transformaciones de los roles profesionales y
las formas de producción y adquisición de conocimientos
en la sociedad contemporánea, las crisis económicas de
los Estados y sus sistemas de protección social, y,
particularmente, los extraordinarios cambios en las
formas de ejercer la medicina que vienen de la mano de
un corrimiento de la frontera de lo posible a partir de
las posibilidades reales o supuestas de nuevos avances
en el conocimiento científico o el desarrollo
tecnológico que impactan cada vez con mayor intensidad
sobre el mercado de la salud, y, particularmente, sobre
la demanda (expresión de las expectativas) de las
personas -convertidas ahora en consumidores-, y de los
propios profesionales de la salud convertidos en
promotores, sin más, de la oferta comercial.
Deshumanizar es también no preocuparse por las personas
en primer lugar.
Aunque muchas veces se ha afirmado lo contrario,
humanismo y ciencia no debieran ser términos
excluyentes. Pero parece evidente que no es posible
afirmar que la ciencia o la política hayan producido
personas mejores, mientras que resulta plausible que
mejores hombres hagan mejor ciencia o mejor política.
Aun fascinados y agradecidos por buena parte del
desarrollo tecnológico aplicable al cuidado de la salud,
y en épocas de resurgimiento del terraplanismo y otras
creencias aún más agresivas que expresan desconfianza y
rechazo a la racionalidad científica, parece adecuado
interrogarnos sobre los motivos por los cuales debemos
advertir en contra de la medicalización de la vida, que
significa ni más ni menos que enfermar a los sanos;
preguntarnos cómo hacer para que los hospitales sean
lugares seguros para las personas; o dejar de colaborar
en el quebranto económico de los sistemas de salud, una
vía rápida al empeoramiento de la inequidad social y
sanitaria.
Y no solo ello. Conviene recordar que tal como hace más
de un siglo el no lavado de las manos cuando estamos con
nuestros pacientes es un problema sanitario de primer
orden para la Salud Pública. O que nos encontramos al
borde de una catástrofe infectológica de escala mundial
por el sobreuso de antibióticos -no sólo en la medicina
humana-.
Utilizamos expresiones como medicina basada en datos
para recordar que no basta con el gusto o la experiencia
personal a la hora de tomar decisiones con un paciente.
Para recordarnos que las decisiones son con los
pacientes y no sobre ellos, (hablamos específicamente de
decisiones compartidas); o de medicina narrativa para
advertir que lo que sabemos sobre el sufrimiento de las
personas, y la materia con la que los clínicos
interactuamos todo el tiempo son las historias de
nuestros pacientes, que debemos escuchar con atención.
Medicina paliativa, para recordarnos que la muerte es el
final de nuestro ciclo vital, y que siempre podemos
ayudar y aliviar a quienes están llegando antes que
nosotros, o medicina centrada en el paciente, para
recordarnos que la persona humana es el eje ordenador y
su bienestar el interés prioritario de todo el sistema
de salud, y no otro.
1. Lo que se hizo especialmente evidente luego de la
Segunda Guerra Mundial y los horrores del nazismo, pero
también en muchos episodios posteriores, y
contemporáneos, en los que grupos profesionales
participaron o participan de violaciones sistemáticas a
los derechos humanos, en diversos países y bajo diversas
excusas de índole mayormente política
(*)
Médico,
docente. Magister en Economía y Cs. Políticas.
Maestrando en Educación para profesionales de la Salud.
|