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Opinión   


Los trolls de la salud y sus fake news
Las caras ocultas de la mentira

Por el Dr. Sergio Horis Del Prete (*)


En salud no basta con planificar y desarrollar políticas y acciones que estén bien estructuradas y mejor pensadas. Y tampoco que quien esté al frente de su conducción sea el único que las explicite. Cada vez es más necesario que ministerios y oficinas gubernamentales dispongan de especialistas de las más variadas disciplinas que colaboren para que esas políticas no sólo sean más efectivas, sino que estén mejor comunicadas a los ciudadanos. La “posverdad” no es novedad, pero gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación -los medios digitales y sobre todo las redes sociales- su impacto en cuanto a desinformación basada en manipulación y engaño resulta en muchos casos devastador al volverse viral. La salud -un ámbito de enorme repercusión en el colectivo social- no puede resultar ajena a este fenómeno. Y tanto las redes de comunicación como las aplicaciones de mensajería instantánea (WhatsApp) han permitido que cobre mayor relevancia el impacto de las denominadas “fake news” o noticias falseadas sobre temas sanitarios, dado el grado con que afectan la conciencia pública.
El Observatorio Nacional de Telecomunicaciones de España ha analizado que más de la mitad de la población se informa sobre salud en internet, y el 22 por ciento también por redes sociales. Y aunque no se le de credibilidad absoluta a lo que en dicho portal se lee, casi el 6 por ciento confía en lo que le cuenta el “Dr. Google”. Otro estudio, efectuado por Doctoralia en México, sostiene que 76 por ciento de las fake news sobre salud provienen de publicaciones en redes sociales que no cuentan con una fuente confirmada ni confiable, y que mientras el 50% de las personas utiliza diariamente WhatsApp, un 84 % acostumbra buscar en la web información sobre síntomas o soluciones posibles, lo que ocasiona que lleguen a la consulta médica con falsas ideas acerca del supuesto problema que poseen, o como resolverlo.
Por ejemplo, el 75% de los videos sobre cáncer en YouTube contienen información falsa. Y algunos de los centros que prometen curas milagrosas para la enfermedad tienen más de un millón de seguidores. Otro tema es el supuesto “efecto no deseado” de la vacuna triple viral, desestimado al comprobarse que un informe publicado en 1998 no era fiable. El doctor Wakefield, su autor, había cometido fraude científico falsificando datos y beneficiándose económicamente de la publicación, ya que había recibido pagos de un equipo de abogados por encontrar pruebas que apoyaran las denuncias de padres que creían que la vacuna había dañado a sus hijos en su desarrollo psíquico (autismo). Por ello también tuvo que rectificarse la prestigiosa The Lancet. La sociedad debe concienciarse de que vacunarse no es opinable, es una obligación y una responsabilidad social, no al revés. También generan pánico social las informaciones no contrastadas respecto de faltantes de determinada vacuna, por lo general debido a cuestiones transitorias de producción o de logística, pero que a nivel del inconsciente colectivo se traslada a faltantes de muchos otros insumos para la salud. Y lo mismo ocurre con el aumento de precios de medicamentos, reflejado en supuestos desabastecimientos de fármacos esenciales para el tratamiento de determinado segmento etáreo, por ejemplo, los adultos mayores. Atacar, tapar, parcializar o distraer adquieren importancia suficiente como para incidir en el debate político, y extender sus efectos por ejemplo a los procesos electorales, en base a generar corrientes de opinión positivas o negativas.
Detrás de cada fake new hay una clara intencionalidad que busca cambiar las opiniones sobre una persona, un grupo, un producto o una institución, modificando la visión de la sociedad y sus individuos sobre éstas. Utilizan una cuasi-mentira (verdades a medias o mentiras a medias) para de esta forma manipular a la ciudadanía en cuanto a formación de opinión, pensando en atraer la atención y sumar clicks o likes. Ya no son tanto los medios hegemónicos los que condicionan la opinión pública. Las redes permiten la construcción de falsos mensajes destinados a crear ese tipo de información sin fuentes, distorsionada o alejada de la realidad, pero que suena verosímil, y torna muy difícil y compleja su deconstrucción.
¿Pueden las sociedades, o segmentos de ellas resistir este tipo de “ambiente de desinformación”, cuando precisamente las redes se han transformado en el primer punto de enlace con las noticias? Es complicado. Algunos de estos rumores responden a personas que veladamente buscan excesivo protagonismo mediático. Otras veces, esconden a quienes pretenden obtener beneficios económicos en base a métodos basados -por ejemplo- en dietas milagrosas que prometen curar asombrosamente el cáncer, o en ofrecer lo que “la industria no quiere que sepas” o los “médicos ocultan porque no les interesa”. Fomentan el miedo, y ayudan a sobrevalorar pseudociencias que dañan la reputación de la eficacia terapéutica apoyándose en el exceso de información sobre salud existente en la red, mucha de la cual es totalmente errónea (“infoxicación”). Ese tipo de noticias se disemina desde un punto determinado (un troll) a través de millones de cuentas apócrifas usadas como estrategias de posicionamiento. Más tarde se viraliza, y queda alojada en el subconsciente creando una narrativa que se vuelve masiva, y enfocada a afectar el pensamiento de la sociedad.
La automatización en las redes sociales hace más obvia la velocidad de difusión del falso dato. Por ejemplo, una cuenta automatizada en Twitter puede lanzar mil veces al día un mismo mensaje. Y esto, que nació con una finalidad comercial, hace que algunos medios reconocidos lleguen a publicar narrativas falsas y ayuden a difundirlas. La estrategia utilizada se enfoca en propagar así una noticia falaz o mentira que puede sonar verosímil, de modo que adquiera “vida propia” y a la vez se siga diseminando entre cientos de miles. Al adquirir masividad, comienza a ser considerada en los portales de noticias de los principales medios de prensa nacionales y hasta internacionales, lo cual contribuye a otorgarle mayor legitimidad. Incluso si requiere de desmentidas. Pero el daño buscado ya se ha hecho efectivo. Miles o millones de personas leyeron o tuvieron conocimiento de la “fake new”, y quedaron convencidos de que era absolutamente cierta.
También en la política de salud, aunque no lo parezca, hay fake news. Si un troll dispara una noticia sobre alguna supuesta faltante de insumos, salida de funcionamiento de un equipamiento clave o de alguna muerte dudosa o una estadística falaz -sobre todo en el ámbito de lo público- ésta se diseminará en forma inmediata y veloz a través de las redes, sin posibilidad de comprobación efectiva respecto de su realidad. Es decir, si es falsa o esta tergiversada. Todo ello en el contexto de la crisis de representatividad en que están envueltas las instituciones, y de credibilidad y falta de transparencia que sufre la prensa. No se pone ninguna advertencia sobre las posibles causas que originaron el problema, sino solamente se busca obtener un efecto negativo. Estas fake news triunfan gracias al denominado efecto de verdad ilusoria. Es decir, cuando una mentira es repetida la suficiente cantidad de veces para convertirla en verdad. El resultado es que en el colectivo social cristaliza, por ejemplo, a partir de la desinformación, la imagen de que el Estado hace todo mal sea del signo que fuera. Mucho del poder de la falsificación de las noticias reside en que todos sufrimos del sesgo cognitivo de la confirmación -por ejemplo, en Google- y buscamos datos que sustenten lo que ya creemos creer. Paradójicamente, esto no pasa tanto respecto del sector privado asistencial, que parece brillar por su eficiencia.
Dados estos motivos, en el campo de las políticas de salud mantener adecuados niveles públicos de información veraz sobre temas relevantes resulta ciertamente imprescindible. Las noticias falsas en el espacio de lo público suelen ser impactantes, alarmantes y anónimas, no tener fuentes confirmadas ni confiables, no caducar e invitar al lector a difundirlas, llegando a ser lo suficientemente poderosas para causar daño. Por eso, en la política sanitaria, atacar al organismo estatal supuestamente responsable de las mismas permite construir -en base a un arma psicológica- una narrativa negativa respecto de administración de turno. Y éste, al tener que salir a desmentirla, termina transformando la noticia en un supuesto real afectándolo directamente en su credibilidad. De esta manera, la desinformación que genera un troll desde sus fake news opera en lo político fundamentalmente como un problema mediado por el factor psicológico. En la era digital de la inmediatez, y en un escenario globalizado, todo se vuelve posible. Y lo más complejo, altamente creíble.
 

(*) Titular de Análisis de mercados de salud. MEGS. Universidad ISALUD. CABA. Argentina

 

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