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A mediados de noviembre participé en una reunión
académica internacional, con visitantes del Reino Unido,
sobre “la brecha entre el conocimiento y la toma de
decisiones en salud pública”. Para un modelo de
organización como el del National Health Service (NHS)
británico, las limitaciones de información que tienen en
la Argentina las autoridades sanitarias para tomar
decisiones, resultan incomprensibles. Lo mismo ocurriría
con otro modelo de organización, como la Seguridad
Social (SeS) alemana.
El NHS surgió por una decisión nacional al término de la
Segunda Guerra Mundial, con el fin de socializar todos
los recursos de salud —hospitales públicos y privados,
consultorios médicos, servicios especiales— en una única
organización piramidal, financiada con los impuestos
generales de los habitantes. Luego se fue
descentralizando su administración a unidades
territoriales reducidas, de modo que actualmente el
equilibrio entre ingresos y gastos se debe lograr a
nivel de redes locales de servicios, denominadas trusts.
El NHS asigna un monto por la cantidad y el riesgo de la
población cubierta, que se regula según la producción
del ejercicio anterior, aranceles modulares (diagnosis
related groups, DRG) o los resultados en la salud de los
usuarios (pay for performance, P4P). A lo largo de los
años, se fue transfiriendo el riesgo financiero desde la
gestión central, hacia áreas cada vez más
circunscriptas, con el fin de garantizar el equilibrio
general del sistema. Pero la fuente de fondos y la
recopilación de información estadística, se mantuvieron
centralizadas.
Un modelo anterior, el del Imperio Prusiano, se fue
consolidando paralelamente en los países europeos entre
ambas guerras mundiales, en base a tributos de
trabajadores, empleadores y subsidios estatales,
modulados por alícuotas del salario. Esta modalidad de
financiamiento —genéricamente identificada como SeS—
puede tener unidades administrativas fragmentadas, pero
mantienen la unidad de recaudación y de información
estadística. En Alemania la SeS es administrada por unas
300 cajas de enfermedad, alimentadas con fondos por
capitación del ente recaudador central, que fija las
normas, evalúa el desempeño y aplica un régimen de
premios y castigos.
En la Argentina desde principios del Siglo XX
coexistieron dos subsistemas: hospitales públicos
—administrados por organizaciones benéficas— y
asociaciones mutuales de trabajadores, organizadas
inicialmente por los inmigrantes. Desde mediados del
siglo, los hospitales públicos se multiplicaron
(inspirados por el NHS), fueron administrados por el
Estado y —a lo largo de un proceso de 40 años—
transferidos a las provincias; las primitivas mutuales
constituyeron como Obras Sociales (OS’s) la unidad
funcional de un régimen inspirado en la SeS, pero
administradas por el respectivo sindicato de cada rama
de producción. Como disponen de una cobertura que
financian con parte de sus salarios, los trabajadores
aspiran a ser atendidos en servicios privados, con mayor
dignidad que la que les brinda el hospital público. Más
aún, los que tienen mayores ingresos, admiten pagar
cuotas adicionales para ser asistidos por empresas de
medicina prepaga (EMP). De este modo, la estructura de
alrededor de 300 OS’s, tercerizó en EMP’s la atención de
sus afiliados más pudientes, con lo que triplicó la
cartera de estas empresas. Aunque todas estas entidades
son reguladas por la Superintendencia de Servicios de
Salud (SSSALUD), por tratarse de contrataciones privadas
eluden proporcionar estadísticas de rendimiento, y mucho
menos de resultados.
Es curioso, visto desde otros países, que pese a que la
recaudación de las OS’s es centralizada y fiscalizada
por la AFIP, el ente recaudador no establece normas de
gestión, evaluación de resultados y envío de fondos
según población cubierta y riesgos, como ocurre en
Inglaterra y Alemania. Además, los empleados públicos de
las provincias y sus familias tienen coberturas regidas
por leyes locales, por lo que deben agregarse 24 OS’s
provinciales que, amparadas en el federalismo y en que
la recaudación es local, tampoco rinden estadísticas al
nivel central. En resumen, estos componentes del sistema
de salud, no tienen una supervisión efectiva sobre su
desempeño y cuentan con el peso de la legislación
pública para recaudar, sin rendir cuentas de la eficacia
de sus gastos. Tampoco están compelidos a rendir
estadísticas de su funcionamiento, por lo que la
fragmentación institucional del sistema, queda
resguardada por la falta de control de las autoridades
sanitarias.
Por consiguiente, cuando hablamos de estadísticas de
morbilidad en la Argentina, sólo contamos con los
registros de establecimientos públicos (hospitales y
centros de salud), que son los que alimentan el Programa
Nacional de Estadísticas de Salud. Los datos de
estadísticas vitales (nacimientos, defunciones) son
relevados por agencias no sanitarias (Registro Nacional
de las Personas), y las causas del deceso suelen tener
un texto rutinario, para responder a requisitos
administrativos, es decir, sin valor técnico.
Cuantitativamente, entonces, los datos de morbilidad
—provenientes de efectores públicos— sólo representan
menos de la mitad de lo que ocurre en el Sistema de
Salud, ya que la mayor parte de la atención la presta el
sector privado.
Frecuentemente se habla de fortalecer la rectoría del
Sistema por parte de la autoridad sanitaria nacional,
aunque es improbable que esto ocurra, si se tiene en
cuenta que la información de que dispone para tomar
decisiones es menos de la mitad de la existente y que,
considerando el gasto global de todo el Sector Salud,
ejecuta en forma directa menos del 5% de ese gasto.
Independientemente del modelo organizativo que cada país
adopte para los servicios de salud, la clave de una
adecuada conducción, es que el ente recaudador determine
las normas de la distribución de los recursos y que, la
información estadística para tomar decisiones,
represente la totalidad de los que ocurre en el conjunto
del Sistema. Sin información y sin ejecutar recursos
significativos es difícil conducir.
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(*)
Médico sanitarista. Doctor en Ciencias de la Salud.
Director, Departamento de Salud Pública, Instituto
Universitario de Ciencias de la Salud, Fundación
Barceló. Miembro del Grupo PAIS |
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