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La medicina privada, además de ser
una actividad sanitaria de alto
valor social, por atender las
necesidades médicas de la población
(seis de cada diez argentinos
utilizan el sistema privado), es un
importante polo de la economía que
contribuye al crecimiento del empleo
de calidad y al desarrollo de la
industria nacional.
Según datos del Ministerio de
Producción y Trabajo, entre 2015 y
2019 el empleo asalariado registrado
en el sector de la salud privada
creció un 6% cuando en el resto de
la economía bajó un 7,5%. Vemos así
que, incluso en un contexto de
crisis económica sostenida, el
sector de la salud privada sigue
siendo uno de los principales
sectores que genera puestos de
trabajo registrado y de calidad, aún
habiéndose observado, en ese
crecimiento, una fuerte
desaceleración de las contrataciones
de personal durante los últimos
años.
La conjunción de ser una actividad
económica de alto y sostenido
crecimiento, con uso intensivo de
mano de obra de alta calificación y
mucha ingeniería en aparatología e
insumos especializados, hace que la
salud privada sea uno de los motores
más importantes de creación de
empleo asalariado formal y de
demanda interna de productos a la
industria nacional.
Ahora bien, como sabemos, el
panorama de los prestadores dentro
de la salud privada es
extremadamente crítico. Somos la
parte más débil de la cadena de
valor de la salud. El formato ya
instalado en cuanto a los plazos de
pago de los financiadores a los
prestadores médicos, sumado a los
altos índices de inflación de los
últimos años, no son sustentables. A
su vez, la Superintendencia de
Servicios de Salud le regula el
precio a los prepagos, pero éstos no
trasladan todo el aumento a los
prestadores. En paralelo, los
prestadores tienen al costo laboral
como su principal erogación, donde
el aumento de paritarias influye
notoriamente en la cadena de valor,
pero el problema es que los ingresos
de los prestadores van por detrás de
la inflación. Estos factores hacen
que, mientras más se acelere la
inflación, peor sea nuestra
situación.
El año pasado fue muy difícil por la
crisis financiera. Este año, más
aún, por la enorme distorsión entre
los retrasados aranceles médicos y
el crecimiento de los costos de
atención médica. El año próximo
seguirá siendo muy difícil también,
ya que una crisis económica tan
profunda no puede solucionarse de un
día para otro, por lo cual no
estamos pensando en grandes
inversiones; más bien, en hacer
inversión de mantenimiento de
recursos humanos, de equipamiento e
infraestructura para mantener la
calidad médica, y esperar a ver cómo
sigue la economía antes de apostar
por expansiones.
Cabe destacar que el Gobierno que se
ha ido nos ha otorgado recientemente
la posibilidad de tomar la totalidad
del mínimo no imponible a las cargas
sociales, como lo hizo con otros
sectores en crisis –las economías
regionales–, y esto es un buen
paliativo. Sin embargo, ahora hay
que seguir trabajando en un plan más
integral que elimine las muchas
distorsiones impositivas que nos
ahogan, como la no devolución del
IVA por las exenciones otorgadas a
obras sociales y prepagas; la
equiparación de la alícuota del
Impuesto al Débito y Crédito
bancario, a la que le han estipulado
a las obras sociales establecer una
moratoria fiscal amplia para el
sector; las altas tasas de impuesto
a los ingresos brutos de las
provincias, las tasas de industria y
comercio de los municipios, entre
otros temas. Se estaba hablando de
estos temas con las autoridades
salientes pero la crisis del dólar y
la inflación hicieron que lo urgente
desplace lo importante.
Con las nuevas autoridades se
tratará de retomar el tema de la
necesaria reforma impositiva
estructural. De nuestra parte,
estaremos dispuestos a reunirnos,
como lo hemos hecho con el Gobierno
de Mauricio Macri, y compartir
detalladamente el gravísimo cuadro
de situación para acordar soluciones
conjuntas al corto y mediano plazo.
Y si pensamos en vías de solución
para todo el arco de la medicina
privada de cara a 2020, en primer
lugar, habría que perfeccionar la
equidad del financiamiento, lo que
implica mejorar la equidad
distributiva en el uso del Fondo
Solidario de Redistribución. La idea
sería aumentar los recursos per
cápita de los trabajadores
asalariados registrados de menores
ingresos. En segundo lugar, hay que
tender a darle consistencia
actuarial a los planes de salud de
los grupos sub-financiados (monotributistas
y servicio doméstico) de la
seguridad social en función de sus
reducidos aportes. Finalmente, hay
que prever que la población está
envejeciendo y, por lo tanto, en el
futuro va a necesitar no sólo más
recursos per cápita para los mayores
de 60 años sino también una
adaptación en el perfil de los
prestadores médicos, matizando su
organización interna hacia entornos
y métodos de cuidados más amigables
con poblaciones de edades avanzadas.
Para torcer la tendencia de la
medicina privada hacia una crisis de
financiamiento hay que mejorar la
consistencia actuarial del sistema
de salud argentino.
Los desafíos a partir de 2020 son
complejos y ambiciosos, pero
profundamente necesarios para este
sector en Emergencia, que sigue
batallando y no abandona las
esperanzas de mejora.
(*) Asociación de Clínicas,
Sanatorios y Hospitales Privados de
la República Argentina.
www.adecra.org.ar
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