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Entre los distintos desafíos que deberá afrontar el
nuevo gobierno para mejorar la gobernanza y gestión
sanitaria, se encuentra una dimensión fundamental y
transversal al área, así como a muchas otras. Se trata
de la dimensión territorial que en nuestro país presenta
una heterogeneidad, extensión y ¬-hay que decirlo-
desigualdad pronunciadas.
La llave estrella, aunque de ninguna manera mágica ni
exclusiva, para abordar esta dimensión es el
federalismo, concepto que el Presidente electo ha
ponderado públicamente en más de una oportunidad. Un
verdadero principio federal como rector de la gobernanza
sanitaria es la condición para concretar una gestión
coordinada, con regionalización y articulación en red.
Se entiende que un gobierno genuinamente federal es la
única forma de reforzar un Estado nacional que alcance
el conocimiento de todo el territorio, de toda la
población, y del campo sanitario en particular, a fin de
brindar las herramientas para garantizar una cobertura
universal con las particularidades de cada lugar, de
cada sistema, de cada especialidad y, en definitiva, de
cada persona.
El mundo actual nos brinda nuevas herramientas, nuevas
tecnologías como la digitalización, la inteligencia
artificial usando la Big Data, y demás cuestiones. Pero
debemos partir de la decisión política de aplicarlo y de
hacerlo bien. En un momento que requiere de la
transformación del sistema, con un Estado en un mundo en
transformación, una brújula debe indicar la dirección.
Esa guía es el uso adecuado de la tecnología actual que
debe incorporar aspectos ineludibles como la
telemedicina (de manera complementaria y no supletoria
del examen presencial), acompañados de la
infraestructura necesaria.
Nos referimos a aspectos que, para bien o mal, hacen ya
a la salud en el siglo XXI, y que debemos tener en
cuenta para la capacitación del personal y para la
relación médico paciente. Claro que debemos procurar que
el conocimiento no se pierda entre los datos. Recordemos
la concatenación que debe unir, paso a paso, datos con
información, conocimientos con comprensión,
discernimiento con decisión, y finalmente, ya en la
gestión, asignación con monitoreo.
Partimos de una distribución social territorial de
necesidades varias sin compensación suficiente de
políticas públicas. Necesidades que responden a una
biodiversidad, tecnodiversidad, y diversidad cultural,
referenciadas a territorios disímiles e identidades
distintas (georreferencial) que conforman una
configuración social por demás fragmentada en un
contexto epocal de crisis crónica con extremos de
anomia.
De aquí surge la necesidad de construir un Sistema
Federal Integrado de Salud bajo un gobierno federal que
sostenga una sanidad universal bien gestionada a partir
de una planificación estratégica idónea. En definitiva,
un proyecto compartido de Nación.
Salud para todos no puede significar un paquete cerrado
y homogéneo para todos por igual, sino el trabajo de
producir asistencia médica oportuna, eficiente y
equitativa para cada uno de los habitantes del país.
Implica políticas y programas sectorizados por región,
edad, vulnerabilidad, etc. Para ello, se necesita
conocer el territorio (que no es lo mismo que el mapa),
lo que sólo es posible a partir del conocimiento directo
de los actores y pobladores involucrados.
Un gobierno federal no es ni debería ser, aunque en la
realidad actual se parezca, una autonomización
provincial. La descentralización neoliberal de los años
90, se sabe, delegó en las provincias las competencias
de gestión, pero no las partidas presupuestarias con
monitoreo de gestión. El resultado ha sido pronunciar
las desigualdades. El grado de autonomía puede variar
según modelos prestacionales, pero siempre resulta
fundamental la coordinación y control del máximo órgano
responsable que es el Estado Nacional, garante último de
la salud y seguridad de los ciudadanos.
La participación activa y responsable de cada provincia
es el elemento primero, pero que debe incluir la
participación y colaboración interprovincial y
finalmente hacia el gobierno nacional, pues de ello
depende precisamente su fortaleza. La directriz nacional
resulta indispensable, pero su potencial no puede surgir
sino de cada provincia. Y esto responde a principios del
federalismo, pero sobre todo a la imposición de la
realidad. Debemos admitir que el Estado Nacional no
cuenta con instrumentos ni conocimientos indispensables
para comenzar a trazar políticas públicas sanitarias con
el detalle necesario. Un Observatorio Nacional de Salud
y un mapa sanitario, entre otros, son insumos básicos
que hoy no tenemos, y que sólo podremos construir con la
activa participación de cada jurisdicción y también de
prestadores privados, colegios médicos, universidades y
otros actores con una relación, aunque sea indirecta con
la salud (empresas, sindicatos, escuelas, etc.).
Esto, además, se vincula con la regionalización, que
implica la creación de un instrumento único de
información georreferencial, que permita la gestión
eficiente de recursos para la satisfacción de las
necesidades propias de cada espacio socio territorial,
mediante la organización en red de los componentes (bajo
claros criterios de economía de escala) y la fusión de
fines a cumplimentar para concretar el derecho a la
atención de salud. Esto quiere decir que no es necesario
ni deseable que Jujuy, Salta y Tucumán, por caso, tengan
separados y asilados parques tecnológicos, profesionales
y técnicos de todas las especialidades, sino que
trabajen en una red coordinada con una lógica en parte
ambulante.
Hoy por hoy, no poseemos registros fehacientes que vayan
desde la cantidad de médicos, especialistas, técnicos y
demás profesionales que existen en cada provincia, hasta
cuántas instituciones de salud y de qué tipo operan en
cada lugar. Tampoco sabemos qué clase de parque
tecnológico poseemos ni en qué condiciones. Mediante una
red informativa eficiente y bajo la coordinación de las
autoridades, en el marco de un gran Acuerdo Sanitario,
pueden optimizarse los registros de pacientes, qué
enfermedades prevalecen, cuántos son los tiempos de
internación para cada dolencia y cómo son las listas de
espera para las prácticas quirúrgicas. La ausencia de lo
antedicho hace que los planes de salud se conviertan en
deseos abstractos sin llegar a una planificación
estratégica, a fin de lograr una programación
concatenada, lógica, mediante una agenda precisa.
El Consejo Federal de Salud (COFESA) así como el Consejo
Regional de Salud (CORESA) y las Unidades Ejecutoras
Provinciales son los instrumentos específicos ya
existentes que deben revitalizase para concretar el
federalismo sanitario. Las provincias no deben ver al
Estado Nacional como un actor externo, sino sentirse y
ser parte del mismo.
Una vez más, un primer paso para avanzar en la
construcción de un Sistema Federal Integrado de Salud
debe empezar por fortalecer un gobierno nacional
federal, que no puede comenzar sino por articular las
competencias provinciales. Ambos polos, Nación y
Provincias, deben reforzarse y constituirse mutuamente
para que de la unión salga la fuerza y para que la
fuerza nos una como país, diverso pero igualitario, con
sus particularidades regionales, locales, culturales y
económicas, pero con la misma dignidad humana y los
mismos derechos ciudadanos.
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Ignacio Katz, Doctor en Medicina - UBA. Director
Académico de la Especialización en “Gestión
Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro - UNICEN. Autor
de: “La salud que no tenemos” – Katz Editores
(2019). “Claves para la gestión en salud” –
Editorial UNICEN (2019). “Argentina hospital. El
rostro oscuro de la salud” – Visión Jurídica
Ediciones (2018). “La Fórmula Sanitaria” –
Eudeba (2003) |
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