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La necesidad de financiamiento en
salud es tal vez el punto más
discutido a lo largo de la
bibliografía de especialistas. Hay
quienes creen que los recursos son
escasos, y lo demuestran a través de
estudios de necesidades
insatisfechas e inequidades del
sistema. Por otro lado, hay quienes
aducen que la corrupción, la
ineficiencia y las malas políticas
son las causantes de todos los
males, y erradicándolas el
presupuesto alcanzaría.
Independientemente de quien tenga
razón, creo que ambos la tienen en
parte, o sea, los recursos se usan
mal y faltan, la verdadera pregunta
que deberíamos hacernos es: ¿qué
pasará en los próximos años? ¿Serán
necesarios más recursos? ¿De dónde
los conseguiremos? ¿Alcanza con
mejorar la eficiencia del gasto?
Por un lado, tenemos tendencias
irrefutables que generarán una
necesidad mayor de recursos: el
aumento de la longevidad, aumento de
la cronicidad y discapacidad, nuevas
enfermedades, avances tecnológicos y
la judicialización.
Asimismo, tenemos ineficiencias
propias de los mercados de salud que
generan aumentos intrínsecos, como
ser la gratuidad al momento del uso,
la falta de información en la toma
de decisión, los múltiples intereses
contrapuestos, la variabilidad
clínica, los monopolios que se
derivan de las patentes y las altas
expectativas sobre la medicina
moderna. En resumen, la necesidad de
mayor presupuesto para la salud es
una realidad que afectará, al menos,
en el corto y mediano plazo.
En la otra vereda, para cubrir estas
demandas, y definir de dónde
saldrán, debemos analizar las
fuentes de financiamiento. Existen
diversas fuentes de financiamiento,
a saber:
-
Aumento de la recaudación
tributaria.
-
Aumento del gasto de bolsillo.
-
Redistribución de partidas
tributarias, priorizando el sector
de la salud.
-
Fuentes externas de financiamiento.
-
Recursos derivados de crecimiento
económico.
-
Aumento en la eficiencia del gasto
en salud.
Las
dos primeras instancias acuden una
vez más a los ciudadanos, que vía
impuestos y/o vía gasto de bolsillo,
deberán aportar al sistema de salud.
En la Argentina, la presión
impositiva en estos momentos es muy
alta y vivimos un ciclo de
crecimiento negativo, por lo tanto,
el aumento de impuesto no es una
alternativa viable.
Respecto al aumento de gasto de
bolsillo, tampoco parece ser una
alternativa aceptada o al alcance de
los ciudadanos, ya que han sufrido
una reducción del poder de compra,
traduciéndose en abandono de
coberturas de mayor costo, bajando
el tipo de plan o directamente
optando por darse de baja del
sistema prepago.
El sector de medicamentos también
vio reflejada la reducción del poder
de compras en la cantidad de envases
vendidos totales a lo largo de los
últimos años. Asimismo, es cierto
que el financiamiento a través del
gasto de bolsillo genera mayores
inequidades.
Otra alternativa para el
financiamiento del sector sería una
redistribución de las partidas
presupuestarías. Cada gobierno,
tanto Nacional, Provincial o
Municipal, tiene la potestad de
presentar ante el poder legislativo,
su presupuesto anual. La
distribución porcentual de partidas,
o sea que porcentaje del total le
corresponde a cada área, reflejan
las prioridades de gobierno, en este
caso la idea es priorizar el sector
salud.
El sector salud ha obtenido un
aumento en el porcentaje de gasto
público en los últimos 30 años,
alternando ciclos de crecimiento y
retracciones, pero la tendencia es
alcista. La actual puja
distributiva, coyunturalmente ante
un ciclo restrictivo, nos muestra
una tendencia que permitiría poco
crecimiento, o aún peor
decrecimiento, para el sector salud
en el corto plazo.
Otra fuente a la que pueden recurrir
los gobiernos son las fuentes
externas de financiamiento.
Coyunturalmente la Argentina no
puede acceder a estas fuentes vía
endeudamiento a tasas razonables, y
aun suponiendo que se logre acceder,
es desaconsejada para cubrir gastos
corrientes. Bajo el mismo supuesto,
invertir en tecnología, al ser un
sector mano de obra dependiente,
conlleva un incremento en la masa
laboral y por ende en el gasto
corriente. Este último punto, sería
beneficioso en tiempo de expansión y
crecimiento económico, pero no en
épocas de escasez de recursos.
Una fuente fundamental para analizar
son los recursos derivados de
crecimiento económico. Es esencial
que la economía crezca y se deriven
nuevamente más recursos al sector
salud. Automáticamente con la
generación de empleo, el PAMI y las
Obras Sociales se ven beneficiadas,
pero también el sector público, ya
que parte de sus usuarios cambian de
subsector, además de contar con
mayores recursos vía impuesto.
Por supuesto, está demostrado que el
sector privado se beneficia de este
crecimiento, teniendo un mayor
número de afiliados y gastos
directos. Sin embargo, recién para
2022 estaría proyectado un ciclo
positivo. Y aunque parezca poco
tiempo nada nos asegura que así sea.
Finalmente nos queda un aumento en
la eficiencia del gasto en salud.
Este punto es tal vez el más
controversial. En principio admite
que el sector no es eficiente. Sin
embargo, los resultados, medidos
como esperanzada de vida al nacer o
mortalidad infantil, han mejorado
notablemente, probablemente mucho
más que los resultados de otros
sectores de la economía que no se
declaran ineficiente e invierten la
misma cantidad de recursos.
Otro punto por discutir sería cuanto
más eficiente se puede ser en un
mercado que no pretende la
eficiencia del gasto sino la equidad
y solidaridad. Por último, y
aceptando que hay ineficiencias a
mejorar, son muy difíciles de medir,
ya que no hay relación directa entre
resultados y gastos. Por lo tanto,
será imprescindible redefinir el
producto u objetivo en salud y
asignar recursos. O sea, cambiar el
paradigma de las mediciones en
salud.
Concluyendo, la necesidad en el
corto y mediano plazo de mayores
recursos es indiscutible. El desafío
será lograr mayores recursos,
analizando cada una de las fuentes
de financiamiento, reacomodando el
sistema dentro de las prioridades de
gobierno y generando nuevos
mecanismos para medir la eficiencia.
Hay mucho por hacer.
(*) Asociación de Economía de la
Salud.
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