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El filósofo Oscar Terán acuñó la idea del pluralismo
negativo: espacio donde todos hablan, y nadie se
escucha, cada uno dice su discurso y el otro aguanta
hasta largar el suyo. Cada uno presenta datos, pero nada
sirve para hacer síntesis, llegar a conclusiones o
avanzar, aunque sea un paso en el camino de la
interlocución.
Sucede en todas las esferas de nuestra sociedad, y en
salud a veces de manera extrema, porque es un tema con
el que se puede invocar valores morales, el bien de los
otros, y reivindicar la necesidad del sacrificio y el
esfuerzo. Es un mundo fértil para cultivar posiciones
épicas sostenidas en verdades inapelables.
No hay que engañarse, ese heroísmo encubre una lista de
intereses individuales y corporativos que se
contabilizan en cargos, privilegios y contratos. Cuando
un grupo de intereses ejerce alguna acción política,
construye inmediatamente una versión catastrófica de lo
que sucede y genera un clima de los que se defienden del
despiadado ajuste que llevan adelante los ricos
indiferentes.
Se invaden las redes con versiones de una fórmula que
garantiza el éxito: los intereses dañados siempre son
los de los pobres vulnerados y la interpretación es
siempre emocional, de modo que es imposible anteponer
datos, alegar conveniencia o racionalidad, lo que se
juega se entiende sólo con el corazón.
El mundo de la salud está lleno de defensores del bien
que hacen imposible el diálogo en un tema tan crucial
para nuestra sociedad. Están escondidos en las redes,
protagonizan encuentros académicos y diálogos
televisivos y radiales.
Mientras transcurre una realidad dolorosa para los
argentinos: desde los 70, la pobreza mundial disminuyó a
la mitad, aquí se multiplicó por 4 (entre 1974 y 1982,
lapso que incluye la dictadura, la tasa de pobreza
osciló entre 8% y 10%; 34 años después, 13 millones de
personas viven en situación de pobreza, y de ellos, 2,5
millones son indigentes).
Nuestro país fue incapaz de atraer las inversiones
productivas necesarias y generar suficiente empleo de
calidad (es difícil disimular esa triste realidad: según
la EPH, entre el cuarto trimestre de 2017 y el de 2016,
se crearon 694.000 puestos de trabajo: 27% correspondió
a asalariados formales, 32% a asalariados en negro y 41%
a cuentapropistas: hay más empleo, pero es más precario
y el trabajo informal trepó al 34,2%, 6 décimas por
encima del año anterior; el aumento de la tasa de empleo
fue impulsado por el cuentapropismo y el trabajo en
negro), y el Estado brindó empleo y subsidios para
compensar las falencias de la economía.
El proceso se aceleró tras la crisis de principios de
este siglo. Los 2.300.000 empleados públicos del año
2001 en nación, provincias y municipios se convirtieron
en 3.600.000 en 2016 (el número de empleados públicos
provinciales cada mil habitantes pasaron de 36 a 52
entre 2001 y 2016).
En esos 15 años, el empleo público aumentó más del 56%,
mientras la población creció menos del 20%.
Los distintos Gobiernos, se endeudaron para financiar
esa administración pública gigantesca e ineficiente, que
es necesario reformar. Hay limitaciones políticas para
encarar esa reforma; la principal, la resistencia de
buena parte de la dirigencia política a abandonar
definitivamente ciertas recetas, convertidas en parte de
la cultura política argentina.
Mediante una reciente ley de compromiso fiscal, los
gobernadores se habían comprometido a que, el gasto
público de sus distritos no se incrementará en
proporción mayor a la inflación y a que el empleo
público provincial no creciera más que el aumento de la
tasa poblacional. Hoy está en duda.
En los próximos años, la Argentina requiere transferir
de manera gradual pero sostenida un millón de empleados
del sector público al privado, incorporar un millón de
jóvenes al mercado laboral y blanquear 2 de los 5
millones de trabajadores del sector informal, lo cual
permitiría reducir los planes sociales.
Para eso, es necesario crear un millón de empleos por
año. Ello requiere una educación que mejore la
exclusión, no la actual, que no permite que aquellos
expulsados de la fuerza laboral, y no tienen un empleo
productivo, lo alcancen y difícilmente lo tengan, aunque
la demanda laboral crezca (6 de cada 10 alumnos que
llegan al último año del secundario y pertenecen a
niveles socioeconómicos más bajos no pueden leer un
texto simple y 9 de esos 10 son incapaces de resolver un
ejercicio sencillo de matemáticas).
La ley de educación de 2006 puso como meta que: “las
escuelas primarias serán de jornada extendida o
completa”, e incrementó la inversión en educación, para
“lograr que, por lo menos el 30% de los alumnos de
educación básica tuvieran acceso a escuelas de jornada
completa, priorizando los sectores sociales y las zonas
geográficas más desfavorecidas”.
Según el Ministerio de Educación, en 2018 sólo el 13,9%
de los niños accedían a jornada extendida en el país, y
en el conurbano bonaerense apenas el 6,3%, a pesar de
que allí reside el mayor núcleo de la pobreza y la
exclusión social. Entre 2003 y 2017 el nivel primario de
gestión estatal perdió 263.099 alumnos y ganó 6.624
cargos docentes (un cargo cada 12 alumnos, y en algunas
provincias, como Catamarca 1 cada 6. Australia, Japón,
Holanda y Corea del Sur tienen un cargo cada 17 alumnos,
Gran Bretaña y Francia 1 cada 20.
Nadie podía ignorar la inquietante brecha social, no es
igual la percepción del problema, así sea muy clara, que
tener su medida: la estadística es insumo clave en la
definición de las políticas públicas. Se trata de un
escandaloso retroceso colectivo, del cual todos los
sectores políticos manifiestan dolor e indignación,
aunque eluden proponer soluciones racionales basadas en
presupuestos públicos.
Sería injusto endilgar la responsabilidad únicamente a
las clases dirigentes, de una sociedad y un país al que
le cuesta acoplarse, por falta de comprensión, o por
permanecer anclado en el imaginario de un mundo que hace
mucho dejó de existir.
Igualmente revela el fracaso de una dirigencia que
prefiere navegar entre el silencio, la sorpresa y la
indignación, sin hacerse cargo de la parte que le
corresponde por tamaña decepción. Es consciente de que
un país sólo se puede poner de pie si se persigue una
visión de largo plazo, basada en un plan estratégico de
desarrollo integral.
Nadie se opone a este axioma, pero, siguen pasando
décadas sin que este recorrido siquiera comience con la
aquiescencia de esa dirigencia, que hoy esta consternada
por las muertes de niños salteños: la encuesta Materno
Infantil de Pueblos Originarios del Plan Nacer, de 2010,
decía: “el 81,3% de las madres de menores de 6 años
afirmó que sus hijos ingieren sólo una comida diaria. En
Chaco, el 62% de los niños es pobre. En Salta el 56%”.
La información es atroz, La dirigencia busca culpables y
dona pozos. Nos alejamos cada vez más de la idea de
justicia social. Los planes sociales son soluciones de
corto plazo cuando la pobreza es estructural… los pozos
también. Salve Oscar.
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