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El siglo XX es el siglo argentino de las pérdidas. En
1930 perdimos la democracia. En 1943 perdimos la
República. En 1976 perdimos la democracia de nuevo.
Desde 1976, el agregado de estas pérdidas nos conduciría
al largo calvario de nuestros años pobres, tanto en
convivencia democrática, en progreso económico, en
vigencia de las instituciones, en pérdida de vidas y de
derechos humanos, en ausencia de movilidad e igualdad
social, un camino no concluido aún, que nos ha
retrasado.
En consonancia con la divisoria de aguas del Centenario,
en 1910 ser argentino era motivo de orgullo y de
reconocimiento internacional.
También era un país de
desigualdades mayúsculas
Era un país sin República, donde las mayorías populares
eran analfabetas, sin derechos sociales y con una
oligarquía vacuna que gastaba la renta nacional en
Europa o en palacios afrancesados dignos de una
aristocracia plebeya y vulgar, producto del realismo
mágico incipiente.
En el Bicentenario de 2010, ser argentino requiere estar
presto a explicar porque hemos fracasado colectivamente
hasta ser considerados el ejemplo mayor de decadencia de
una nación occidental en el siglo XX.
El siglo XX fue el siglo de la Contrarrevolución, de la
Contrarrevolución de Mayo.
Una interpretación política institucionalista de la
historia argentina atribuye el desarrollo político y
económico a la existencia de instituciones favorables a
tal fin. Supone que las diferencias de raza, credo,
cultura o historia se tienden a nivelar cuando los
pueblos adoptan un cuerpo de instituciones políticas con
principios normativos comunes.
El incumplimiento del Ideal de Mayo es el eje
interpretativo central de nuestro pasado.
Pensando en el bosquejo de un programa de vida futuro,
intentamos comprender en positivo el proyecto
revolucionario de los euroamericanos del sur, lo mismo
que el programa progresista de la Revolución de Mayo,
definido como la constitución de una nación
irreductiblemente latina, pero que fuera fecundo
territorio de encuentro de la vieja civilización europea
y la joven savia de la cultura sudamericana.
Creemos que sólo recuperaremos nuestras fuerzas y
talentos progresistas si nos orientamos a imaginar el
futuro antes que a pelearnos por el pasado.
Este fue el mandato inequívoco de los ilustrados, de los
criollos, los nacionales, y los aprendices de argentinos
del siglo XIX: mirar siempre hacia el porvenir.
Esto concuerda con el teorema institucional argentino
que establece una correlación directa entre el
crecimiento económico y la calidad de las instituciones:
a mayor crecimiento y más sostenido en el tiempo, fue
mayor la vida del régimen y menor la propensión a
reformas democráticas.
Según el historiador Eric Hobsbawn de 1917 a 1991 se
extiende el siglo XX.(1) Los argentinos también hemos
tenido nuestro siglo corto: se extiende entre 1916 y
1982 dividido en cuatro períodos, la democracia obtenida
a través de la Ley Sáenz Peña con la incorporación de
simples ciudadanos al gobierno y la defensa irrestricta
de los intereses nacionales, la democracia limitada
entre 1930 y 1943, la democracia de masas en el período
de 1945 a 1955 y la democracia reconstruida a partir de
1983.
Por haber sido lo que fuimos y
ser lo que somos la Argentina nos duele
Nos duele profundamente porque evocamos a la “Patria
Grande” que era pensamiento puro hecho realidad, una
revolución de futuro abierta a los hombres de buena
voluntad, que tradujera en prosperidad y cultura el
mandato de la geografía pampeana.
El siglo XX de los argentinos, puede ser reconocido como
un extraordinario experimento de integración cultural y
social de millones de personas que confluyeron para
realizar sus vidas desde todas las latitudes y que
fueron capaces de consolidar en apenas unas décadas una
sociedad moderna y pluralista. Los argentinos hemos
aprendido en el siglo XX, porque a fuerza de
experimentar fracasos y sufrir en carne propia
padecimientos injustificados a la luz de nuestras
trayectorias posibles, hemos aprendido que las
decisiones equivocadas en materia política equivalen a
crueles retrocesos y a condenar a millones de argentinos
a niveles de pobreza que nuestros mayores nunca hubieran
imaginado.
El período de la reconstrucción de la democracia se
caracterizó por variaciones profundas entre las
relaciones sociales, contrato social y acumulación de
capital.
Este proceso también se caracterizó por la difusión
global de nuevas formas de organización social y por la
reestructuración de las relaciones sociales, cambiando
la pauta de integración y exclusión, visibles en la
nueva articulación entre economía y política.
Estos cambios desembocaron en un notorio incremento de
las desigualdades en el interior de la sociedad
contemporánea de nuestro país, creando nuevos bolsones
de pobreza y marginalidad.
En nuestras regiones de “capitalismo periférico”, la
globalización no sólo profundizó los procesos de
transnacionalización del poder económico, además de un
desguace radical del estado.(2)
Así en América latina, estas transformaciones vinieron
de la mano de políticas con fuerte desregulación
económica y una reestructuración del Estado, acentuando
las desigualdades, al tiempo que, produciendo nuevos
procesos de exclusión, afectando a grandes masas
poblacionales de distintos estratos poblacionales. Se
produjo una espiral descendente de la distribución de la
renta nacional per cápita pauperizando a la clase media
y convirtiéndola en clase “venida a menos”. (3)
Las condiciones y dimensión de la dominación llegaron a
un grado y a un tipo de dependencia que ni los más
pesimistas textos habían soñado.
Este fenómeno se inscribe como de acción-reacción
teniendo como telón de fondo la década de los 80, con
episodios de hiperinflación rayanos en la República de
Weimar.
Se crea entonces el concepto de sociedad excluyente con
mutación en el pensamiento social argentino.
A partir del 2003 comienza un proyecto político de
reversión de las políticas neoliberales. Se comienza con
un programa de sustitución de importaciones, de
desendeudamiento externo a partir de conseguir fondos
mediante la producción y el consumo interno.
Esto nos liberó de las obligaciones y el control, además
de los planes de ajuste de los organismos
multilaterales.
A su vez el Estado comenzó con medidas protectivas que
acercó la equidad a las grandes masas empobrecidas en la
etapa neoliberal mencionada.
Se comenzó con la igualdad de derechos, tan mencionados
en nuestra Constitución Nacional como incumplidos en la
mayor parte de nuestra historia por décadas.
La rueda de la historia
comenzada en mayo comenzaba a rodar de nuevo
Sin embargo, los cuatro años del Gobierno de Cambiemos,
nos colocó en una nueva encrucijada, y los fantasmas (4)
de esa historia reciente resuenan como campanas, cuando
vemos los niveles de pobreza heredados, la destrucción
de la educación pública, del sistema de salud, además de
los alarmantes índices de decadencia social.
Nos pone en una grave emergencia por este pasado
demasiado reciente.
Hoy tenemos una nueva oportunidad y una renovada
esperanza.
Dijo Alejandro Korn que la edad de oro de la República
Argentina no está en el pasado sino en el futuro.
La edad de oro es un ideal, rige el progreso dinámico
que sin reposo nos impele hacia los más altos destinos,
si es que nos mueve la voluntad de alcanzarlos.
Ref.
(1) Historia del Siglo XX- 1914-1991- Eric Hobsbawm
(2) El capital en el Siglo XXI - Thomas Piketty
(3) La economía de las desigualdades - Thomas Piketty
(4) La era del imperio, 1875-1914 - Eric Hobsbawm |