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La
Argentina ha transitado el siglo XX
(y lo que va del XXI) debatiéndose
entre promover estructuras sociales
y políticas jerárquicas, como lo ha
hecho la mayoría de los países de la
región, o construir instituciones
igualitarias. Esa tensión atravesó
todos los sectores: la educación
pública versus la enseñanza privada,
barrios abiertos frente a barrios
cerrados, servicios públicos
subsidiados versus tarifas
sostenibles, policía estatal versus
seguridad privada, e incluso hasta
el fútbol como un bien social (“para
todos”) o un bien de consumo.
La construcción de nuestras
respuestas sociales en salud tampoco
ha escapado a esa grieta. Tal vez lo
que hizo a la salud diferente en la
Argentina sean las contradicciones
propias de las fuerzas políticas y
sociales que siempre hemos
identificado con las consignas
igualitarias. Recordemos que bajo la
conducción de Ramón Carrillo entre
1946 y 1951 se construyeron 21
hospitales con una capacidad de
22.000 camas. El país alcanzaba una
razón de camas por habitante
superior a la que promovió el
National Health Service británico en
sus inicios.
Albert Hirschman en su libro
“Salida, voz y lealtad”, postulaba
que cuando los sectores sociales y
políticos mejor posicionados
comparten los mismos servicios
sociales que los sectores menos
aventajados se alza una voz en
defensa de su calidad. Si existe una
salida para los grupos mejor
posicionados, entonces los servicios
públicos se tornan “pobres servicios
para personas pobres”.
¿Por qué no continuó la Argentina
por la ruta de construcción de un
estado de bienestar en salud,
similar a los europeos? Por un lado,
porque la misma estructura de poder
que dio cabida al proyecto de
Carrillo estimuló la creación de una
“salida” del sistema público para
los trabajadores agremiados a través
de la promoción de obras sociales.
Por otro lado, los historiadores
suelen olvidar que Carrillo se
exilió antes de la caída del
Peronismo hostigado por el
vicepresidente de Perón, Alberto
Tesaire, por sus convicciones
nacionalistas y católicas.
¿Y
si hubiéramos construido un estado
de bienestar?
¿Cómo sería hoy la salud en la
Argentina si hubiéramos continuado
consolidando un sistema público y
universal financiado a través de
rentas generales? El ejercicio
contrafáctico no requiere mucha
imaginación. Hay varios espejos
donde podríamos mirar para ver cómo
seríamos. España, Inglaterra o
Canadá, nos proveen ejemplos de qué
hubiera sucedido si no se hubiera
expulsado a Carrillo en 1954. Estos
modelos, conocidos como tipo
Beveridge en homenaje a uno de los
responsables de su creación en la
Inglaterra de la posguerra (Lord
William Beveridge), comparten la
universalidad en la cobertura, la
financiación a través de impuestos y
la marcada presencia estatal en
prácticamente todos los componentes
del sistema de salud.
Es verdad que ningún ejemplo es
puro. Hablamos del estado de
bienestar como un tipo ideal, en el
que se destacan sus rasgos más
salientes. Pero en los países
mencionados hay, en mayor o menor
proporción, un espacio para la
financiación privada. Sin embargo,
el rol de las empresas que brindan
ese tipo de cobertura voluntaria
suele ser suplementario del sistema
público sin cubrir los mismos
servicios y cuidados.
Los argentinos destinan a los
cuidados de salud una proporción de
su economía similar y hasta superior
a la que registran países con
sistemas de salud predominantemente
públicos y universales. Un reciente
informe oficial, afirma que la
Argentina destina 9,4%, de su
Producto Bruto Interno a salud. (1)
Esta cifra la sitúa por encima de
países como España (8,9%) e incluso
del promedio de países de la OCDE
(8.8%). (2)
Entonces ¿por qué en España el
dinero parece alcanzar para
garantizar una cobertura en salud
adecuada y en la Argentina no? ¿Cómo
se explica que ante una similar
disponibilidad de recursos
económicos para financiar al sistema
de salud los argentinos hayan
necesitado esas “salidas” que
mencionaba Hirschman? Como narraba
aquel trágico verso de Martin
Niemöller podríamos decir… “primero
vinieron y se llevaron a los
hospitales públicos, pero no nos
importó porque teníamos obra social…
luego vinieron y se llevaron a las
obras sociales, pero no nos importó
porque teníamos prepaga. Ahora
golpean a nuestras puertas”.
Cuando se compara los resultados
sanitarios el contraste es
contundente. Los españoles (también
los italianos) viven en promedio
ocho años más que los argentinos
(83,4 años (3) versus poco más de 75
años (4)). Es poco probable que
alguien en estas latitudes tenga la
osadía de atribuir esas diferencias
a causas genéticas. A su vez, la
mortalidad infantil en la Argentina
triplica a la registrada en la madre
patria (2,7 por cada mil nacidos
vivos en España y 9,3 por cada 1.000
nacidos vivos en la Argentina).
En parte es posible atribuir las
diferencias a que el gasto en salud
medido como porcentaje del PBI no
dice toda la verdad. Porque no es lo
mismo 9,4% de u$s 20.610 (PBI per
cápita de la Argentina) que de los
u$s 39.715 con que cuenta España
(5). En otras palabras, en España la
asignación per cápita es un 82%
mayor que en la Argentina. Pero,
además, en nuestro país sólo 2,7
puntos del PBI es gasto público en
salud (28,7% del gasto total en
salud), contra un 71% en España. En
síntesis, el monto per cápita
disponible con fondos públicos es de
u$s 556. Un valor muy bajo para
afrontar la atención de todos los
habitantes que nos deja de este lado
del Océano Atlántico en una
situación similar a la de otros
países de la región.
El contraste no sería tan marcado si
consideramos la comparación de
nuestro sistema de salud con el
Sistema Único de Salud de Brasil
(SUS). Aunque Brasil viene
registrando mejoras sostenidas en
casi todos sus indicadores
sanitarios, aún está lejos de
presentar los resultados de España
y, en algunos casos, incluso está
peor que la Argentina. Pero cabe
observar que él SUS se inicia con la
Constitución de 1988. También que el
SUS carga con la hercúlea tarea de
contrarrestar determinantes sociales
muy pesados puesto que Brasil
registra uno de los mayores
coeficientes de Gini del mundo.
Pero, sobre todo, que se trata de
una reforma sanitaria incompleta que
ha tolerado “salidas”. No sólo han
prosperado los seguros privados de
salud (de hecho, Brasil es el
segundo mercado mundial de seguros
médicos detrás de EE. UU.) sino que
también, en algunos casos se
mantienen respuestas similares a las
“obras sociales” para empleados
públicos con financiamiento
tripartito (como es el caso del
Banco do Brasil y de la Fundación
Oswaldo Cruz, por ejemplo).
¿Y si
hubiéramos construido seguros
públicos?
Varios países cuyos sistemas de
salud siguieron trayectorias
similares al argentino, optaron por
hacer de su sistema público un
seguro público de salud enfocado en
aquellos que no pueden o no quieren
buscar una salida del sistema. Lo
hizo Chile, lo hizo Colombia y lo
hizo República Dominicana. Todos
ellos bajo gobiernos que podrían ser
tildados de “conservadores”. Pero
también lo hizo magistralmente el
Uruguay del Frente Amplio de Tabaré
Vázquez y José Mujica. En la
Argentina se ha debatido esa
propuesta (aunque tal vez no lo
suficiente).
No es el propósito de este trabajo
proponer uno (o varios) seguros
públicos de salud. Sólo proponemos
que se considere que, si los
recursos fiscales destinados a la
salud fueran usados en forma
exclusiva a proveer cuidados a los
14 millones de habitantes que
cuentan exclusivamente con acceso al
sector público, el aporte real del
Estado equivaldría a u$s 1.787 por
persona/año. En otras palabras,
siendo optimistas podríamos decir
que, si la Argentina optara por una
solución a la grieta sanitaria a
través de construir seguros
públicos, los recursos para atender
a los menos favorecidos resultarían
3,2 veces mayores.
La vergüenza de haber sido y el
dolor de ya no ser…
El país que alguna vez soñó con
tener una estructura social y
política más igualitaria y que soñó
con lograrlo en forma más ambiciosa
en salud que en otros ámbitos hoy es
el que presenta la estructura más
inequitativa en su financiación, en
su acceso y cobertura y en sus
resultados de salud. Año a año las
brechas en los indicadores
epidemiológicos entre jurisdicciones
y grupos poblacionales se disparan
más. La salud cayó en la grieta.
El presente análisis deja en claro
varios aspectos sobre el sistema de
salud que merecen ser abordados a
fin de reducir las inequidades
crónicas en el acceso de la
población.
•
El gasto público per cápita en salud
no aparece como suficiente para
brindar atención a los 45 millones
de habitantes de la Argentina, pero
sí para garantizar prestaciones de
calidad para los 14 millones que
sólo cuentan con acceso al sector
público.
•
La estabilidad del Peso argentino
aparece como un aspecto central en
la sostenibilidad de un modelo
centrado en la financiación pública,
teniendo en cuenta que una parte de
las prestaciones en salud está atada
al precio del dólar estadounidense.
•
La atomización de la financiación
corroe la eficacia del sistema de
salud en su conjunto, no sólo por la
duplicación de fondos sino por los
resultados sanitarios subóptimos que
se logran.
El gasto en salud es uno de los
indicadores que se asocian con la
mejora de los resultados sanitarios,
pero está lejos de ser el único. La
manera de gestionar los recursos del
sistema y la integración de los
cuidados aparecen como
condicionantes tanto o más
relevantes que el aspecto económico.
El desafío para la Argentina radica
en optimizar el uso de los recursos
económicos disponibles para mejorar
el rendimiento del sistema de salud
en su conjunto y con ello, los
resultados en salud para la
población beneficiaria.
Primum non nocere
El dilema es cómo salvar a la salud
pública sin destruir a nadie o al
menos haciendo el menor daño
posible. Ya no parece sensato
alentar propuestas del tipo “acabar
con las obras sociales y las
prepagas”. Necesitamos fortalecer
lazos entre las diferentes salidas.
Construir “lealtad” al sistema de
salud y una visión de conjunto. A
modo de cierre, postulamos a
continuación unas pocas ideas que
nos gustaría debatir…
1. Un sólido programa de
mejoras del sector público ayudaría
a incorporar justicia y a evitar que
continúe la salida. Reducir las
filas, mejorar la infraestructura y
garantizar su funcionalidad y
resolutividad. En ese sentido, hay
mucho para aprender de sistemas
predominantemente públicos que
regulan la habilitación a través de
mapas sanitarios que apuntan a
distribuir la oferta en forma
adecuada a las necesidades de salud
de la población.
2. También es fundamental
garantizar una canasta de
prestaciones única para todos los
habitantes del país, a modo de
puente entre los subsistemas. Tan
obligatorio de ser cumplido como las
prioridades epidemiológicas de la
población lo dictaminen y tan
racional en su composición como la
evaluación de tecnologías sanitarias
pueda aportarle a ese tipo de
definiciones de cobertura.
3. Fortalecer la Atención
Primaria de la Salud (APS) como
puerta de entrada al sistema de
salud en los tres subsectores.
Aunque suene anti-intuitivo, nada
más alejado de los mejores
resultados para una persona que su
propia elección de la especialidad
con la cual abordar sus problemas de
salud. Por otro lado, siempre que se
habla de APS se lo hace desde el
sector público y es muy poco lo que
hemos avanzado en su incorporación
desde obras sociales y prepagas.
4. En el extremo opuesto a la
APS, incorporar modelos únicos de
atención, financiación y gestión de
los cuidados de alto costo. Si el
primer puente entre los tres
subsectores debe ser en el modelo de
atención del primer nivel, también
podemos construir un seguro único y
universal de enfermedades
catastróficas. En ese sentido, el
Fondo Nacional de Recursos de
Uruguay es emblemático.
5. Regular la oferta.
Teniendo en cuenta que en salud es
necesario gastar, el desafío es
gastar bien. Ello incluye desde
regular el precio de los
medicamentos hasta definir metas
prestacionales y alinear la
financiación a su cumplimiento. Pero
nuevamente insistimos con ideas como
los mapas de oferta ya que en salud
la oferta induce demanda.
Es posible que estas cinco ideas no
resulten suficientes. También somos
conscientes de que es posible que se
instrumenten haciendo más daño que
beneficio. Consideramos que mientras
el pasado es irreparable, el futuro
dependerá de nuestra capacidad para
cicatrizar heridas, para cerrar
grietas. Para construir esos puentes
entre subsistemas de salud.
Referencias
1- Secretaría de Gobierno de Salud.
¿Cuánto gasta Argentina en Salud?
2019. Disponible en:
http://www.msal.gob.ar/images/stories/bes/graficos/0000001756cnt-cuanto-gasta-argentina-en-salud.pdf
2- OECD (2019), Health at a Glance
2019: OECD Indicators, OECD
Publishing, París,
https://doi.org/10.1787/4dd50c09-en
3- Estadísticas OCDE. Disponible en:
https://stats.oecd.org/Index.aspx?
ThemeTreeId=9
4 -Argentina. Indicadores Básicos
2019. Disponible en:
http://www.deis.msal.gov.ar/wp-content/uploads/2019/12/Indicadores-Basicos-2019.pdf
5- Banco Mundial. Base de datos del
programa de comparación
internacional. Disponible en:
https://datos.bancomundial.org/indicator/NY.GDP.PCAP.PP.CD?
view=chart
[1] Director de la Carrera de
Médico Especialista en Evaluación de
Tecnologías Sanitarias, Facultad de
Medicina, Universidad de Buenos
Aires.
[2] Asesor Regional en Medicamentos
y Sistemas de Salud del Fondo de
Población de las Naciones Unidas.
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