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Las cosas que no se dicen y que no se repiten se ignoran
y se olvidan. Tenemos que comenzar por no engañarnos
como sociedad. En el mundo se estudia “la paradoja
argentina”, un país que experimentó un elevado
desarrollo económico, con un índice de alfabetización y
un sistema de salud pública referente en la región de
las Américas pero que, a partir de la década del 30
inició un proceso de involución sorprendente.
Hoy la Argentina es un país empobrecido… hoy Argentina
es un país en decadencia económica, educacional,
sanitaria, moral… casi sin rumbo y lo peor de todo: se
está debilitando la esperanza. La Argentina necesita
salir de la pobreza, esa pobreza que según el último
informe del Observatorio de la Deuda Social alcanzó el
40% de la población. Esa medición que realza desde hace
más de 10 años, que siempre duele al gobierno de turno y
es considerada como verdad por la oposición del momento.
De la misma forma que las enfermedades tienen una
multicausalidad de factores determinantes y
explicativos, también la pobreza no tiene una sola
causa. Para entender lo cóncavo se puede observar lo
convexo, de esta forma podríamos pensar ya no en cómo
salir de la pobreza sino en cómo alcanzar el desarrollo.
Algunos países alcanzaron el desarrollo con capitales,
otros con recursos naturales. Sin contar con estos dos
recursos, existen naciones que avanzaron hacia el
desarrollo con cultura de trabajo. Pero ninguno de los
países que hoy reconocemos como centrales y
desarrollados, alcanzó ese estatus sin salud ni
educación de sus ciudadanos. Sin salud no hay capacidad
productiva ni tampoco creativa, se necesitan músculos y
neuronas sanas y activas para trabajar y pensar. En este
artículo vamos a focalizarnos en la segunda dimensión,
la de la educación como motor del desarrollo.
T. W. Schultz y Gary Becker, ambos Premios Nobel de
economía impusieron el argumento de la educación como
inversión. Gary Becker con su teoría del capital humano
sostuvo que la inversión en la educación explica el
crecimiento económico de un país. Un año adicional de
escolarización puede aumentar los ingresos en un 10 % al
año, superando cualquier otra inversión.
El desarrollo económico de un país comienza en el aula.
“Sólo cambiando la educación se puede cambiar al mundo”
son las palabras de nuestro Papa Francisco. Si la
Argentina se esforzara en mejorar su calidad educativa y
consiguiera que sus alumnos alcanzaran un mínimo de 400
puntos en las pruebas PISA -que no es un valor
exagerado, sino el promedio del sistema- en el término
de 80 años el PBI de la Argentina crecería 1.200% a
partir de un capital humano mejor formado y preparado.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) realizó un listado de los países “más
educados del mundo”, que según su criterio son aquellos
con mayor porcentaje de personas entre las edades de 25
y 64 años que completaron algún tipo de educación
universitaria o de tercer nivel. Canadá fue el país con
mayor porcentaje de universitarios del mundo, el 56% de
su población adulta recibió algún tipo de educación
superior. Le sigue Japón con 50% de su población con
estudios universitarios. En tercer lugar, está Israel
(49%), continuando con Corea del Sur (47%), Reino Unido
(46%), Estados Unidos (45%), Australia (44%), Finlandia
(44%), Noruega (43%) y finalmente, cierra el “top ten”
Luxemburgo (42%).
Solo tres países de América latina entraron en este
listado. Costa Rica ocupa el lugar 30, con 23% de los
costarricenses entre los 23 y los 64 años que realizaron
algún tipo de estudios superiores. En segundo lugar,
está Colombia ocupando la posición 32, con 22,2% del
total de su población que ha recibido educación
superior. México ocupa la posición 36 del ranking de la
OCDE con 16,8% de la población. Es evidente que hay una
correlación positiva entre los niveles de desarrollo y
los niveles de educación.
En este contexto ¿Cuál es la realidad de la Argentina?
Según estimaciones del INDEC, hay 356 alumnos y 20
egresados de universidades nacionales cada 10 mil
habitantes para el año 2019. Pero hay otras realidades
precedentes:
Primera realidad: no cumplimos con la ley ni con
los acuerdos y pactos educativos que nosotros mismos
establecimos. En 2006 la Argentina decide y legisla que
la educación será obligatoria desde los 4 años hasta
completar la secundaria, pero la realidad es que el 50%
de los alumnos del nivel secundario no egresa en tiempo
y forma y no se recibe. Tampoco cumplimos con la
incorporación al nivel inicial, y 25% de los niños de 4
años no están incorporados a este nivel. También la
legislación dice que “las escuelas primarias serán de
jornada extendida o completa”, pero en 2018 sólo el
13,9% de los niños argentinos gozaban de este beneficio,
alcanzando un máximo en CABA del 48,3%. Hasta 2015, el
artículo 50 de la Ley de Educación Superior establecía
un mínimo de dos materias aprobadas por año para
mantener la matrícula, cuando en realidad el 50% de los
alumnos de las Universidades Públicas no lo cumplía.
Finalmente, la norma se derogó. En educación los
discursos no se correlacionan con los hechos.
Segunda realidad: la cantidad de años de
escolarización no se correlaciona con la calidad
educativa que reciben los alumnos. La calidad educativa
depende de los docentes, de la capacidad de gestión que
tiene el director del ámbito educativo, del entorno en
que se encuentra la escuela, y de la participación de
las familias y la comunidad en este proceso. Las pruebas
Aprender 2018, muestran que el 25% de los alumnos de
sexto grado primaria tienen dificultades para
interpretar un texto o reflexionar sobre el tipo de
narración. El 43% no identifican las propiedades
específicas de las figuras geométricas, no pueden
calcular el valor de un área y tienen dificultad en
resolver cálculos que involucran operaciones con
fracciones. En el nivel secundario los resultados de
Aprender 2017 siguieron con déficits, pero con un patrón
invertido. El 41% de los estudiantes evaluados no
alcanzó niveles de desempeño básicos en matemática, y el
17,9% no lo logró en el área de lengua. El problema de
la calidad educativa quedó documentado no sólo con las
pruebas Aprender, también se reiteraron en las pruebas
PISA. Rechazamos las evaluaciones, pero sin evaluaciones
el fracaso está garantizado.
Tercera realidad: La deuda más grande que tiene
la Argentina en educación es la de la equidad. En
matemática -como mencionamos- el 41% de los alumnos no
alcanzan el nivel básico, pero esta cifra asciende al
60% si sólo se considera a los alumnos de nivel
socioeconómico bajo. En lengua sucede lo mismo, el 40%
de los alumnos de nivel socioeconómico bajo no comprende
lo que lee. Este bajo nivel de calidad y desempeño
educativo se agrava considerando que como mencionamos en
el punto anterior sólo el 50% completa la secundaria.
Son pocos los que completan la escolarización
obligatoria y dentro de éstos un elevado porcentaje no
logra niveles satisfactorios. Los más bajos niveles
educativos se concentran en los grupos pobres e
indigentes.
La educación es un requisito necesario para nivelar las
desigualdades económicas y sociales; enriquece la
cultura, el espíritu y los valores del ser humano, y
promueve la movilidad social. Con educación se accede a
mejores empleos; se fortalece la democracia e impulsa la
ciencia, la tecnología y la innovación.
Las políticas del sistema educativo no deben verse de
manera aislada de todas las demás políticas del
gobierno. Inicié este artículo con una afirmación:
“Tenemos que comenzar por no engañarnos como sociedad” y
quisiera concluirlo con una pregunta: ¿es la educación
una prioridad nacional?
(*) Rector de la
Universidad Católica Argentina.
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