|
Me llamó la atención un subtítulo sobre coronavirus: “En
la Ciudad admiten que no pueden controlar a quienes se
atienden por una obra social o prepaga” (Clarín,
14.06.20: 27). Más abajo menciona que, según el
Observatorio de Deuda Social de la UCA, sólo el 13% de
los porteños se atienden en hospitales públicos. El
funcionario entrevistado informó que en ese momento
había unos 8.000 pacientes activos de Covid-19
-descontando los 13.591 casos acumulados, entre
recuperados y muertos-: 2.435 eran atendidos en
nosocomios estatales y centros de aislamiento, por lo
que unos 5.500 eran asistidos en efectores privados.
Pero admitió que prepagas y obras sociales, que derivan
sus pacientes a servicios privados, están fuera del
alcance del Gobierno local, porque son controladas por
la jurisdicción nacional.
En el impacto de la pandemia en nuestro país se
superponen diversas variantes. Por un lado, la enorme
contagiosidad del virus, su escasa sintomatología
excepto en los casos agravados, la discreta variabilidad
de su estructura molecular, que quizá determine los
cambios de su comportamiento epidémico, y su mayor
virulencia en poblaciones vulnerables. Por otro lado, la
deficiencia de instrumentos defensivos, salvo el
aislamiento y/o distanciamiento social, la protección
con barbijos, el alcohol en gel y ciertas medidas
precautorias para higienizar la ropa de calle. Los
tratamientos ensayados no han sido suficientemente
efectivos, pero aún siguen despertando expectativas:
hidroxicloroquina, remdesivir y el plasma inmune de
recuperados.
La disponibilidad de medios de diagnóstico es limitada
-hisopado de fauces, PCR específico- y no permite
chequeos masivos, por lo que es difícil establecer la
extensión potencial por contagio de cada caso detectado.
Los procedimientos se hacen con mediciones aleatorias de
temperatura en concentraciones de público (estaciones de
tren o paradas de colectivos), por seguimiento
epidemiológico de contactos en los pacientes
sintomáticos, operativos en áreas identificadas como
vulnerables (geriátricos, barrios carenciados) o
rastreos programados en barrios casa por casa. El propio
Ministro de Salud reconoce que iniciaron los rastreos
intensivos tardíamente, dado que priorizaban la
adquisición de insumos -equipos de protección personal,
respiradores, camas de internación- (La Nación,
14.06.20:15).
Con la evaluación cuantitativa del desarrollo de la
campaña sanitaria, si bien se mostraron diversos
indicadores de contagios, letalidad por grupo etario,
probabilidad de diseminación epidémica, casos
infectados, recuperado y muertes por unidad de
población, hubo algunas contradicciones e imprecisiones
que involucraron a funcionarios y al propio Presidente.
El desenvolvimiento de la OMS tampoco fue satisfactorio:
definiciones tardías, vacilaciones en medidas
preventivas, difusión tardía de normas estadísticas y de
procedimientos para el apoyo técnico a los países. Pero
por sobre todos estos factores se evidenciaron
diferentes estrategias para abordar la pandemia, para
gestionar el confinamiento social, y mantener un
equilibrio entre restricciones sanitarias y parálisis
económica. No está totalmente definido que Noruega haya
sido más exitosa que Suecia, por qué Nueva Zelanda
superó la epidemia precozmente, o qué razones tuvo
Guayaquil para sufrir una mortalidad masiva mayor que el
resto de Ecuador. También ha influido la cantidad de
testeos por millón de habitantes, donde se verificaron
marcadas discrepancias: 40.000 en Chile, 14.700 en
Uruguay, 9.000 en Colombia, 5.400 en Perú, 2.500 en
México y 5.000 en la Argentina (La Nación, 14.06.20:15).
A este anárquico panorama, en la Argentina debe
agregarse el alcance limitado de las autoridades
sanitarias para conducir el Sistema de Salud, como
admitía un funcionario del Gobierno de la Ciudad en el
primer párrafo. Tenemos la presunción entre los
sanitaristas que, en condiciones normales, al menos el
60% de la actividad asistencial registrada del país,
circula entre los prestadores privados, dado que a ellos
acuden los beneficiarios de obras sociales y prepagas.
Este dato se acentúa en la Capital -donde predomina
claramente población con cobertura-, dado que según el
Observatorio de la UCA, sólo un 13% son usuarios de
servicios públicos. La gravedad de este dato no es que
coexistan efectores públicos y privados, así como
habitantes con y sin cobertura -más allá de la extrema
inequidad que evidencia-, lo dramático de este fenómeno
es que los prestadores privados, las obras sociales y la
medicina prepaga no rinden estadísticas a las
autoridades sanitarias. Más aún, tampoco las obras
sociales provinciales, que también son usuarias de
prestadores privados, reportan sus datos al sistema
estadístico nacional. Las autoridades sanitarias
provinciales sólo cumplen en lo relativo a los servicios
públicos, que están bajo su administración.
Solemos hablar de gobernanza, de rectoría, de
integración entre jurisdicciones, de articulación de
servicios públicos y privados, de participación de la
comunidad y la sociedad civil en las medidas de
prevención recomendadas con respaldo científico por las
autoridades nacionales. ¿Pero admitimos un cumplimiento
desigual en los actores del Sector Salud ante
situaciones de extremo riesgo, como una pandemia que no
podemos controlar?
|
(*)
Médico Sanitarista. Miembro del Grupo PAÍS. Autor de
“Un Sistema de Salud de más calidad”, Prometeo, 2020
(de inminente aparición). |
|