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Más allá del desafío epidemiológico, estamos frente a
cuestiones particularmente novedosas, como la vigilancia
ciudadana, y la solidaridad global. La pérdida
transitoria, por fuerza mayor de la libre circulación y
otros derechos, coexiste con actuaciones invasivas de la
intimidad: geolocalización telefónica, regulación de
movimientos, etc.
La tecnología de vigilancia se ha desarrollado a una
velocidad vertiginosa, lo que parecía ciencia ficción
hace diez años son hoy viejas noticias y la pandemia
podría marcar un hito importante en esa historia. No
solo porque podría normalizar el despliegue de
herramientas de vigilancia masiva, sino porque aparece
una novedosa transición de esa vigilancia.
Hasta ahora, cuando tocábamos la pantalla del teléfono
inteligente y hacíamos clic en un enlace, se quería
saber exactamente en cual, para en base a esa
información ofrecernos nuevas posibilidades de consumo.
Ahora, el foco de interés cambia: se quiere saber
nuestra temperatura y presión arterial; ya no se
requiere información “sobre la piel”, sino debajo de
ella.
Los datos son analizados por algoritmos que saben si
estamos enfermos incluso antes que nosotros, y la cadena
de infección se podría acortar drásticamente e incluso
cortarse por completo, pudiendo detener la epidemia en
cuestión de días. También se sabrá dónde hemos estado, a
quién conocimos, y si hacemos clic en C5N en lugar de
TN, eso puede enseñar algo sobre los puntos de vista
políticos y tal vez incluso la personalidad.
Si se controla la temperatura del cuerpo, presión
arterial y frecuencia cardíaca mientras vemos
televisión, se podría saber qué nos hace reír, llorar o
nos enoja mucho. Si corporaciones y gobiernos comienzan
a recolectar nuestros datos biométricos en masa, pueden
llegar a conocernos mucho mejor que nosotros mismos, y
no solo predecir nuestros sentimientos sino también
vendernos lo que quieran (desde un producto a un
político).
El monitoreo biométrico haría que las tácticas de
control que George Orwell imaginó en 1984 parecieran
tonterías. Y aunque es una elección falsa, cuando las
personas deben elegir entre privacidad y salud,
generalmente eligen salud.
Podemos y debemos disfrutar privacidad y salud
empoderando a los ciudadanos.
Corea del Sur, Taiwán y Singapur organizaron esfuerzos
exitosos para contener la pandemia utilizando
aplicaciones de seguimiento, basadas en pruebas
exhaustivas, y la cooperación voluntaria de un público
bien informado.
Cuando las personas confían en las autoridades, pueden
hacer lo correcto sin un Ministerio del Amor que vigile
sobre sus hombros. Una población motivada y bien
informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que
una ignorante y vigilada. Para lograrlo, se necesita
confianza en la ciencia, la autoridad y los medios de
comunicación, confianza que fue socavada en los últimos
años, por políticos irresponsables.
En un momento de crisis podríamos hacer uso de esas
tecnologías para empoderar a los ciudadanos,
permitiéndoles tomar decisiones personales más
informadas. Chequeando su condición médica las 24 horas,
sabría no solo si se ha convertido en un peligro para la
salud de otros, sino también qué hábitos contribuyen a
mejorar su propia salud.
La segunda cuestión importante es la solidaridad global.
Pandemia y crisis económica son problemas mundiales, y
solo se podrán resolver de manera efectiva mediante
cooperación global. Vencer al virus, requiere compartir
información a nivel mundial. China puede enseñar
lecciones valiosas sobre el coronavirus y lo que un
médico en el Reino Unido descubre en Londres a primera
hora de la mañana podría salvar vidas en Nueva Delhi al
anochecer.
Si un gobierno duda entre varias políticas, puede
recibir consejos de otros que ya han enfrentado un
dilema similar antes. Para que esto suceda, necesitamos
espíritu de cooperación y confianza global. Los países
deberían estar dispuestos a compartir información
abiertamente y buscar consejo con humildad, y poder
confiar en los datos y percepciones que reciben.
También se necesita un esfuerzo global para producir y
distribuir equipos médicos, como kits y respiradores, y
en lugar de que cada país intente hacerlo localmente y
atesore lo que pueda obtener, un esfuerzo coordinado
podría acelerar la producción y garantizar que un equipo
que salva vidas se distribuya de manera más justa.
Un país rico con pocos casos debería estar dispuesto a
enviar equipos a otro más pobre con muchos, confiando en
que, si posteriormente necesita ayuda, otros acudirán en
su ayuda. Podría considerarse un esfuerzo similar para
el personal de salud. Los países menos afectados podrían
enviar personal a regiones más afectadas, tanto para
ayudarlos en su momento de necesidad como para adquirir
una valiosa experiencia. Si luego hay cambios, la ayuda
podría fluir en dirección opuesta.
La cooperación global también es vital en lo económico,
dada su naturaleza global y el de las cadenas de
suministro, si cada gobierno hace lo suyo sin tener en
cuenta a los demás, el resultado será un caos y una
crisis más profunda.
Desafortunadamente, los países apenas hacen estas cosas,
y una parálisis se ha apoderado de la comunidad
internacional. En crisis anteriores, EE. UU. asumió el
papel de líder mundial, pero actualmente desechó ese
trabajo, y le importa mucho más su grandeza que el
futuro de la humanidad. Prohibió los viajes desde la UE,
sin dar siquiera un aviso previo, y dejo de financiar a
la OMS, fundado en sospechas individuales de un líder
que nunca se responsabiliza, admite errores y deja toda
la culpa a los demás.
La pandemia debiera ayudar a darse cuenta del grave
peligro que representa la desunión global, y tomar
decisiones, más allá de la eficiencia actual de los
organismos multilaterales. Estos no son tiempos
normales, y en crisis, las mentes deben cambiar
rápidamente. Si elegimos la desunión, esto prolongará la
crisis, y dará lugar a catástrofes aún peores en el
futuro. Si elegimos la solidaridad global, será una
victoria no solo contra el coronavirus, sino contra
todas las futuras crisis que acechan a la humanidad en
el siglo XXI..
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