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En toda pandemia, hay circunstancias que atraviesan los
países que obran como espejos, aunque a veces
distorsionan la realidad si los fenómenos fácticos que
reflejan no son útiles para tomar idénticas decisiones.
Y al haber dejado desubicada a la ortodoxia, otros
espejos funcionan reflejando lo que podría haber
ocurrido de implementarse estrategias diferentes. Estos
espejos que podríamos denominar contrafácticos permiten
aprender que siempre es necesario tener otras
alternativas a lo que puede llegar a ocurrir en un
futuro inmediato. Por ejemplo, reconocer realidades
diferentes a determinado presente, con todas las
implicancias que esto pueda traer aparejado. Lo
contrafáctico tiene sentido si y solo si la consecuencia
del antecedente no entraña alteraciones en teorías de
las cuales tal antecedente sea lógicamente dependiente.
Es el contrario a los hechos sucedidos. Una condición
donde el antecedente no se cumplió o no se cumple. Un
ejemplo. Si se hubiera analizado en profundidad y
oportunamente de qué forma y sobre quienes iba golpeando
la pandemia de SARS-CoV-2 a medida que se extendía por
diferentes países y megalópolis del mundo, tal vez los
sistemas de salud podrían haber alistado estrategias
diferentes en base a lo que los hechos iban demostrando.
El espejo fáctico de la pandemia fue España, Italia y
Francia. Eran el laboratorio y el termómetro de la
pandemia mundial. Miles y miles de infectados y una
curva de muertes dramáticamente ascendente que dependía
de la edad avanzada, el estado de salud y sexo
enmarcaban el aterrador colapso sanitario que se vivía
-con implicancias bioéticas incluidas- al desbordarse
terapias intensivas y respiradores. Obviamente, los
sistemas de salud latinoamericanos plantearon
estructurar un modelo hospitalocéntrico basado en
aumentar camas de UTI y comprar más y más respiradores,
porque ese espejo mostraba lo que seguramente iba a
pasar con los adultos mayores, asociándolo al
confinamiento social. Había que achatar la curva de
casos en el tiempo para expandir la capacidad operativa
del sistema, y resolver el dilema de la ecuación
salud/economía/vida/muerte. Pero el mundo real siempre
resulta mucho más complejo de lo que les parece a
virólogos e infectólogos. Y entenderlo o no tiene
ventajas y desventajas.
Cuando la ola pandémica cruzo el Atlántico a mediados de
marzo y el discípulo del Quinto Jinete asoló el Estado
de Nueva York, las cuestiones sociales como
determinantes empezaron a mostrar mayor peso que la edad
avanzada y el sexo. Los diarios locales reflejaron que
el Bronx, con 56.4% de su población hispana y negra y
elevado nivel de pobreza, al igual que las barriadas
latinas de Queens y Brooklyn estaban siendo duramente
golpeadas por el coronavirus con la tasa más alta de
mortalidad, en franco contraste con la rica Manhattan.
Pobreza, hábitat inadecuado, hacinamiento, desempleo y
subempleo y deterioro de la salud las hacían más
vulnerables al nuevo virus. La crisis sanitaria mostraba
con toda crudeza -a diferencia de Europa- los resultados
de la difícil convivencia en una misma ciudad de dos
sociedades: una blanca y opulenta y otra negra e hispana
y pobre. Era la brecha de la mortalidad con el que la
gran metrópoli pasaba a convertirse en foco de la
pandemia mundial donde el impacto letal no era igual
para todos. Ya no era cuestión de analizar el conjunto
de una ciudad o territorio (Madrid o la Lombardía
italiana) sino atender las realidades paralelas. La
cuarentena pasaba a ser un experimento social sin
precedentes. Había neoyorquinos que podían permitirse el
confinamiento cómodo en sus casas, y otros de barrios
con menos recursos que no tenían otra opción que poner
en peligro su salud a diario. Superponer un mapa de las
zonas donde vivían los trabajadores denominados
esenciales con otro de contagiados resultaba casi
idéntico. Como el caso de Queens, donde la mayor
concentración de infectados se daba en barrios de
trabajadores de servicios esenciales de origen hispano.
Permanecer en sus casas podía significar para ellos
largas horas de reclusión, hacinados en lugares
cerrados.
Pese a esa información, el espejo fáctico siguió siendo
europeo. A nadie en Latinoamérica se le ocurrió analizar
el porqué del violento paso de la pandemia frente a la
dual realidad social del Nueva York. Quizás porque
también existen grietas en el pensamiento sanitario que
no permiten reflexión y pensamiento contrafáctico de
cómo anticiparse a lo que vendrá. No tener en cuenta que
un aislamiento estricto de los positivos más rastreo
extendido de contactos (enfoque básico de salud pública
para controlar brotes) sería difícil de implementar sin
un buen esquema de Atención Primaria territorial sobre
las barriadas más vulnerables, cuando los casos
aumentaran rápidamente y no fuera fácil identificarlos
(sea por carecer de suficientes tests o porque la
enfermedad tiene supercontagiadores asintomáticos). No
se pensó que las megalópolis sudamericanas reflejan con
mayor profundidad el drama de las sociedades duales. Y
que lo fundamental era recuperar el sentido de aquel
juego de palabras de Carlos Alvarado de que “a la
enfermedad hay que ir a buscarla activamente donde la
gente vive y no esperarla pasivamente en los
hospitales”. Siempre la vulnerabilidad a un virus de
altísima transmisibilidad será mayor sobre la dimensión
social de quienes solo sobreviven en la periferia de las
grandes urbes o dentro de ellas. Era un reduccionismo
sanitario -sin contar con un buen ejército de
testeadores y rastreadores- pretender que, solo
confinando la vida en barriadas hacinadas, sin servicios
básicos y en situación de deterioro permanente se podría
detener mágicamente el avance de la pandemia.
La suerte en América Latina parece ya echada hasta que
no aparezca la vacuna salvadora, porque el cambio de
estrategias fue tardío y mal aplicado, resultado del
espejo desenfocado. No resulta efectivo testear más sin
aislar, rastrear trazabilidad de contactos en forma
radiada y vigilar estrechamente los focos. Tampoco
encerrar todo en el argumento pseudobioético de vida o
muerte como un dogma transformado en política. Que es
reducirlo a la consumación del Biopoder absoluto como
herramienta maniquea de la Biopolítica. Vida o muerte
como un juego binario del dominio de lo fáctico. No.
Porque siempre hay un espejo contrafáctico. ¿Qué hubiera
pasado si en lugar de tanta postura maniquea hubieran
atendido a los espejos del Bronx y las barriadas
vulnerables del Nueva York pobre? Y optar por focalizar
la prevención sobre los más desprotegidos. Hubo tiempo
suficiente para pensar y planificar en forma anticipada
más APS territorial y activa, en lugar de tanto
“intensivismo” pasivo.
Quizás aquí alguien haga referencia al “diario del
lunes”. Pero los diarios que había que leer eran los de
principios de abril, lo que ocurría en una realidad más
asimilable. Y si los sistemas de salud latinoamericanos
hubieran mirado ese espejo, y se hubieran mirado a sí
mismos, podrían haber dispuesto variantes que ayudaran a
resolver la encrucijada de cómo hacer para que
sociedades profundamente heterogéneas, donde unos pueden
sobrevivir con cierta holgura y otros apenas subsistir
en medio de sus carencias, desprotecciones y bajísima
visibilidad social crónicas, aceptaran y respetaran
cuarentenas generales sin contagiarse entre sí. Y como
evitar la aceleración de la circulación viral en sus
comunidades. Atención Primaria de la Salud con enfoque
territorial es como Dios. Todos hablan de él, pero lo
cierto es que nunca nadie supo cómo es realmente.
Fáctico y contrafáctico espejados. Simples encerronas
del Biopoder cuando se lo ajusta a consignas simplistas,
a fríos datos estadísticos diarios, al fomento del
pánico y al intento de achatar curvas que van perdiendo
utilidad estratégica en el tiempo. El dilema bioético no
debió centrarse solo en a quién y cómo se iba a salvar
en hospitales súper equipados, aunque bajo incertidumbre
de suficiencia. Sobrevivir al virus no es lo mismo que
sobrevivir a la profundización de la desocupación, del
trabajo precario y de las necesidades básicas, sin el
destino de una vida que tenga real sentido. Toda
pandemia deja reflexiones. Y exige explicaciones. ¿O
acaso es solo la cantidad y no la calidad de vida lo que
marca el sentido de la supervivencia, más allá de la
fría estadística de los números? .
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(*) Titular de Análisis de Mercados de Salud. Universidad ISALUD. |
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