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A mediados de los 80 comencé a desarrollar una
investigación sobre la evolución de los hospitales
durante el siglo XX, que luego se extendió a las
diferentes modalidades organizativas, que predominaron
en nuestro país. A través del análisis de factores
económicos, políticos y sociales, fui publicando
conclusiones parciales en sucesivos trabajos, en forma
individual o compartida. Convencido de que la mayor
parte de las determinantes sociales se encontraban más
allá del alcance de las acciones sanitarias, y que
dependían del predominio de políticas distributivas en
sentido progresivo, fui identificando tendencias
históricas mundiales que influyeron en la Argentina.
Esos estudios —reescritos y articulados como la
construcción de una tesis—, permitieron que volcara mis
hallazgos y reflexiones en un texto que alcanzó
dimensiones de tratado, El Sistema de Salud: de dónde
viene y hacia dónde va (Prometeo, 2010).
En
base a esos antecedentes, pude identificar un conjunto
de componentes nucleares, que deberían ser considerados
para llevar a cabo una reforma integral de nuestro
Sistema —según principios de universalidad, calidad y
equidad—, si el problema sanitario accediera al centro
de la agenda gubernamental. A lo largo de 35 años el
Gobierno nacional había transferido hospitales a las
provincias y dado el mayor impulso a un régimen de
Seguridad Social (SeS) para la población con capacidad
contributiva, organizado en base a obras sociales (OS’s)
gestionadas por sindicatos, la cobertura de la clase
pasiva (PAMI) y OS’s de empleados públicos provinciales.
Este proceso, entre las décadas del 60 y 90, acentuó la
fragmentación del Sector Salud y deterioró el poder de
decisión de las autoridades sanitarias. Indujo una
disminución de las camas públicas, un crecimiento
recíproco de los efectores privados y mayor
preponderancia de las empresas de medicina prepaga
(EMP’s), como propietarias de las nuevas tecnologías.
La observación de modelos sanitarios más avanzados,
mostró que un eje de su eficiencia es la separación
operativa entre el financiamiento y la prestación de
servicios: la Argentina concentró en la AFIP la
recaudación de las OS’s sindicales, pero no fue capaz de
desvincularlas del manejo de los fondos. Ningún sistema
de salud se construyó en base a convergencias
corporativas. Aunque fueron precedidos por corporaciones
poderosas, en algún momento las instituciones
constitucionales —aún en países monárquicos— adoptaron
un modelo solidario, destinado a toda la población.
Nuestro país cabalgó sobre dos estructuras paralelas:
una sostenida por el Estado y administrada por entidades
benéficas, y otra de carácter mutual, dirigida por
asociaciones de trabajadores. El carácter federal de
nuestro ordenamiento sanitario, indujo a que cada
provincia instrumentara su propia fuente de recursos. A
este esquema fragmentado se superpuso una gran entidad
de la clase pasiva, la de mayores necesidades de
protección asistencial (el PAMI), y el proyecto de
incorporar al régimen de SeS a los usuarios de servicios
públicos (trabajadores informales, monotributistas de
bajos ingresos, beneficiarios de planes sociales), a
través de la Cobertura Universal de Salud (CUS).
Lo que me propuse en este libro es revisar integralmente
la organización sanitaria, admitiendo que será un
extenso proceso, donde los actores deberán ceder
privilegios y adquirir facultades que ahora tienen
parcialmente cedidas. En primer lugar, desplazar hacia
las provincias el centro de gravedad de las decisiones
sanitarias, como articuladoras del sistema, a efectos de
integrar seguros provinciales de salud (SPS). La clave
de este proceso es modificar la estructura del PAMI, en
torno al eje provincial, y el derecho a optar por otra
cobertura. Asimismo, descentralizar la gestión de los
servicios públicos, de modo que cuenten con autarquía
administrativa, personería jurídica, administración del
personal y facturación de prestaciones. Hoy siguen
funcionando como nosocomios benéficos, a los que se
asiste por “descarte”, cuando podrían integrarse en
redes y competir con prestadores privados. Los usuarios
de la CUS también deberían tener acceso a servicios
privados, que se inscriban como prestadores.
En segundo lugar, concentrar en un único ente
autárquico, el financiamiento de todos los componentes
de la SeS: OS’s sindicales, provinciales, PAMI y la CUS,
asignándoles como organizadoras de la oferta y demanda
de servicios, recursos per cápita según riesgo y
situación social, de modo que compitan entre sí y
prescindan de gestionar servicios propios. Como
contrapartida, las organizaciones sindicales —procurando
una por cada rama de la producción— y todas las
entidades administradoras de fondos de cobertura, como
resultado de haber concentrado los recursos en un solo
ente recaudador, deberán contar con la exclusividad de
administración de los servicios propios. En función de
los costos crecientes de nuevos tratamientos y a fin de
garantizar la sustentabilidad, se establecería un
reaseguro obligatorio de “gastos catastróficos”, para
todos los componentes del sistema. De este modo, se
podría avanzar hacia la construcción de tres
instrumentos esenciales para una conducción unificada de
la SeS: a) un único documento de identificación de
cobertura para todos los habitantes, manteniendo la
confidencialidad y el plan del agente asegurador; b) un
padrón integral de todos los beneficiarios de la SeS, y
c) como consecuencia natural, estadísticas de
utilización y morbi-mortalidad registradas por
prestadores públicos y privados.
Un acuerdo de esta índole debería ser considerado por
autoridades electivas, el Gobierno Nacional y los
provinciales, por lo que no debería limitarse a los
servicios de salud, sino incluir medidas de carácter
social más amplias
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(*)
Médico Sanitarista. Miembro del Grupo PAÍS. Autor de
“Un Sistema de Salud de más calidad”, Prometeo, 2020
(de inminente aparición). |
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