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Al acercarse el fin de este fatídico 2020, uno no puede
menos que lamentar que la puesta en evidencia del cúmulo
de fallas estructurales del campo sanitario no se haya
traducido en la evidencia de la necesidad imperiosa de
su transformación y superación en una reestructuración
profunda.
La actual pandemia ha corrido el velo sobre la
inequidad, ineficiencia y falta de coordinación de los
subsistemas de nuestra atención sanitaria, y lo que es
más grave en estas circunstancias, de la falta de una
auténtica gobernanza sanitaria. Efectivamente, al margen
de avances y retrocesos puntuales, los datos
estadísticos empezaron a desnudar una realidad que desde
un comienzo hemos puesto de relieve: la falta de una
estrategia global institucional que aborde la pandemia
con criterios científicos-tecnológicos vigentes.
Si vemos más de cerca, la actual pero ya histórica
fragmentación sanitaria oculta varias cosas:
-
Dilución de responsabilidad (política, profesional,
institucional, etc.).
-
Mercadeo, esto es, intereses, cartelización de
instituciones y medicalización (la industria
farmacéutica ha subido medicamentos de manera
inusitada).
-
Endeblez de las políticas sanitarias (que no
distinguen planificación estratégica reglada del empleo
de medidas y herramientas aisladas).
-
Esterilización de los “nidos de maestros” (claves para
la formación y capacitación de profesionales de la
salud).
-
Corrupción: lastre no sólo concerniente a la moral
sino también con efectos en el incremento de los costos
en el ámbito de la salud (tema a destacar en situaciones
de desastre como es la pandemia).
Ante este escenario, el Gobierno nacional ha pretendido
“privilegiar la salud” (en una falaz dicotomía de “salud
versus economía”) cuando no ha hecho más que prolongar
de manera difusa un confinamiento que estuvo bien
sancionado de manera temprana, pero que fue
desaprovechado sin el indispensable complemento de un
gabinete operativo que de manera profesional se pusiera
al frente de la gesta. En su lugar, un simple conjunto
de “asesores externos” acercaba recomendaciones al
Ejecutivo.
Acumulamos meses yendo detrás del virus, en lugar de
acompañar su inevitable difusión mediante medidas
pertinentes. Se corrió detrás de aspectos puntuales en
lugar de prever focos previsiblemente acuciantes como
los asentamientos precarios (las llamadas “villas”), ni
se diferenciaron claramente políticas especiales para
distintos grupos etarios, por caso. El ejemplo de la
población mayor y de los geriátricos ya lo hemos
apuntado en otro artículo.
Falta organización, formación y monitoreo. Falta un
GABINETE ESTRATÉGICO DE GESTIÓN OPERACIONAL
multidisciplinar y federal. Necesitamos de una política
sanitaria de seguimiento de manera tal que el
confinamiento sea focal y no extendido, es decir,
limitado; y así obtener apoyo logístico y bases
bioestadísticas que permitan elaborar valores índices
veraces y supervisar conductas mediante protocolos
procedimentales.
Si dejamos al margen condiciones estructurales que
arrastran décadas, sin dudas la falla central pasó por
la casi inexistencia de una política de testeo, rastreo,
aislamiento y trazabilidad. Recordemos que, al dictarse
el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, en
marzo, los casos registrados de Covid-19 se contaban en
decenas a nivel nacional, y que durante meses provincias
enteras prácticamente no registraron infecciones. Con
esto no queremos decir que los contagios podrían haber
sido evitados. Al contrario, la propagación del virus es
inevitable, tarde o temprano, pero justamente, en lugar
de simplemente retrasarlo (que sirve para el aprendizaje
clínico de su tratamiento y para evitar el colapso del
sistema, además de sumar insumos), no se logró articular
una estrategia de rastreo.
De cara al futuro, al menos, ahora que ha quedado
sobradamente demostrado que de poco sirven respiradores
y camas sin el personal profesional que pueda usarlos,
se impone un plan nacional para apuntalar la formación y
capacitación de especializaciones médicas, de enfermería
y kinesiología para los próximos años.
Por otro lado, el horizonte de “la vacuna”, que se
pretende casi como una “poción mágica” a la vuelta de la
esquina, demanda tiempos y complejidades que no se
perciben ni comunican. El proceso de desarrollo de una
vacuna lleva mucho tiempo porque requiere una evaluación
científica rigurosa y la integridad de decir la verdad,
ya que el anuncio apresurado lleva a los dirigentes y al
conjunto de la población a reducir las medidas
preventivas. Además, la mutación del virus obliga a un
serio debate científico, en el cual la producción de la
vacuna no puede faltar.
Pero incluso más allá de su eventual nivel de
efectividad, lo cierto es que su adoración esconde el
deseo de “volver a la normalidad” cuanto antes, y hacer
de cuenta que la pandemia nunca sucedió. Nada podría ser
peor. Si de algo debiera servirnos esta situación es
para abrir los ojos. La “normalidad” era el problema y
la pandemia es apenas un efecto. Y no sólo habrá otros (virósicos
o de otro tipo), sino que ya hay otros, hace rato, y que
apenas estamos empezando a vislumbrar: el cambio
climático, la creciente desigualdad social y su
consiguiente inequidad en la salud, la devaluación de la
verdad, la ciencia y la responsabilidad cívica y
política, llámese posverdad o como se quiera.
Sufrimos un auténtico vaciamiento de la palabra, con
anuncios precipitados sin sustento y el mal uso de
términos válidos pero que flotan en el vacío. Para no
hablar de los muertos que no contamos (desde falta de
detección precoz hasta falta de atención y control), ni
del múltiple sufrimiento y costo en términos médicos,
psicológicos, sociales y económicos que produce la
pandemia, como también su manejo errático y sus daños
colaterales.
Todo esto no debiera dejarnos caer en la resignación,
sino en la acción activa frente a la “indefensión
sanitaria” que sufrimos. En este sentido, vale la
conceptualización de sindemia, que advierte sobre la
inseparabilidad de la amenaza viral con las condiciones
sociales, ambientales, económicas, así como también el
estado de las estructuras del sistema de salud y el
contexto cultural en sus interacciones sinérgicas.
Componentes multicausales que obligan a implantar una
estrategia amplia y diversa, con un enfoque que ponga a
la equidad como valor significativo.
La actual situación debe operar como oportunidad para
comenzar a efectuar reformas de fondo a partir de
acciones concretas. En lugar de ir detrás de acciones
puntuales, se deben encarar los problemas reales con
planteos concretos pero profundos. En lugar de atajos,
debemos recorrer el “camino crítico” con dos pilares:
comprensión y herramientas; comprensión del proceso
epidémico, sus características y sus tiempos de
propagación, y las herramientas a emplear oportunamente
según criterios de prioridades concatenadas.
Recuperar la racionalidad, no sólo es posible, sino
indispensable. Se logra con los pies en la tierra en el
escenario real frente a problemas concretos. Invitando a
pensar en lugar de juzgar, y a actuar de manera
responsable y metódica, en lugar de improvisar.
La desigual cobertura de salud afecta la capacidad
operativa de una organización sanitaria que requiere
respuestas en conjunto. Hoy existe el margen de acción a
un planteo ejecutivo para ampliar y fortalecer la Salud
Pública actual (insuficiente y debilitada) mediante una
planificación con pautas de interacción concretas con el
sector privado. De esta manera, estaríamos en presencia
del germen de cooperación público-privado para alcanzar
un sistema en red que reencause el accionar y unifique
la asistencia y la atención médica, dando pasos hacia
una largamente necesaria Reforma Sanitaria.
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(*) Doctor en Medicina por la Universidad
Nacional de Buenos Aires (UBA). Director
Académico de la Especialización en Gestión
Estratégica de Organizaciones de Salud
Universidad Nacional del Centro (UNICEN). Autor
de: “La Pandemia y Salud Pública - Abordaje
epidemiológico y Gobernanza Sanitaria”; “La
salud que no tenemos” (2019); “Claves jurídicas
y asistenciales para la conformación de un
Sistema Federal Integrado de Salud” (EUDEBA,
2012); “En búsqueda de la salud perdida”
Universidad Nacional de la Plata (UNLP, 2008);
“La fórmula sanitaria” (EUDEBA, 2003) |
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