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Opinión  


El miedo colectivo
y su impacto en la toma de decisiones

Por el Dr. Adolfo Sánchez de León (*)
Médico. Especialista en Salud Pública.


El balance de lo acontecido en el área de salud durante el 2020 nos deja una reflexión que podría resumirse en lo siguiente: el miedo colectivo impactó fuertemente en muchas de las principales decisiones adoptadas sobre el manejo de la pandemia y del sistema de salud.
Las imágenes llegadas de China y del invierno europeo golpearon fuerte en la sociedad y en los funcionarios y determinaron muchas de las decisiones adoptadas.
En primer lugar, impactó en la toma de decisiones sobre el manejo de la pandemia. Pasamos de una increíble subestimación de la enfermedad por parte del Gobierno a medidas como el cierre de escuelas y al ASPO (Aislamiento Social y Preventivo Obligatorio) en épocas muy tempranas.
El SARS-CoV-2 es la primera pandemia en la era de las nuevas tecnologías de comunicación. Pensemos que sólo hace pocos años las redes sociales no eran tan masivas. En el año 2012 con el brote del MERS existían las redes actuales, pero sin la masividad y el uso de hoy. Años anteriores habían ocurrido otros eventos como el brote de SARS en el año 2003 (no existía Facebook) y la Gripe A en 2009 (no existían WhatsApp ni Instagram y el IPhone tenía dos años y era caro).
Las imágenes y comentarios que llegaban fundamentalmente de Europa generaron mucha angustia y esto se reflejó en las redes sociales y encuestas de opinión. Nunca habíamos convivido con tantas redes sociales consolidadas como fenómenos mundiales y como métodos de transmisión de información y de noticias falsas, incertidumbres y angustias.
El Gobierno realizó una lectura constante de la opinión de la gente y actuó políticamente. Hizo un seguimiento muy cercano del comportamiento de las redes a través de Big Data con informes diarios. Evidentemente estas redes influyeron en la toma de decisiones.
La decisión de cerrar las escuelas y luego de entrar al ASPO en una fase tan temprana, así como la posterior apertura y relajamiento en pleno pico de contagios y muertes estuvieron determinadas no por razones epidemiológicas o de racionalidad sanitaria, sino simplemente por cuestiones políticas. En definitiva, se tomaron las decisiones mirando análisis de encuestas y Big Data sobre el humor de la población y la variación en la imagen positiva del Gobierno.
Se planteó una falsa dicotomía entre salud y economía. Finalmente, el año que pasó nos dejó, producto de las acciones tomadas, la peor crisis económica desde el 2001 y más de 40 mil fallecidos por Covid-19, siendo considerados como uno de los países que peor manejó la pandemia. Resta todavía hacer el balance del impacto en la carga de morbilidad por otras enfermedades descuidadas.
El impacto del miedo colectivo y de las medidas adoptadas llevó al absurdo de que cuando más se necesitaba de un sistema de salud fortalecido, éste menos trabajó. Las consultas, cirugías e internaciones cayeron a menos de un 30% de lo habitual al inicio de la pandemia y no llegó al 70% de lo que habitualmente se trabaja hacia fines del año. En vez de cuidar a la población, se “cuidó” al sistema. Es como si en un incendio no se permitiera participar a los bomberos por temor a que les pase algo.
Los servicios de salud privados sufrieron el impacto económico de estas medidas. La realidad es que muchos de ellos no podrían estar aún funcionando sin el aporte del Estado con el pago de un porcentaje de los sueldos (ATP). Cuando este subsidio finalice, muchos servicios pueden llegar a quebrar. La seguridad social también necesitó de los subsidios para subsistir. Para ella también resultará dificultoso volver a cierta normalidad sin subsidios, lo cual se trasladará probablemente a una disminución en cantidad y calidad de los servicios prestados.
Una cuarentena tan prolongada no sirvió tampoco para mejorar el sector público. El primer nivel de atención brilló por su ausencia. Nunca se desarrolló una estrategia que contemple la red del primer nivel aún cuando más del 80% de los casos de Covid-19 son ambulatorios y se descuidaron además otras enfermedades y programas preventivos, producto de lo cual se verificó una disminución de los porcentajes de vacunación y control de embarazadas y niños sanos. Los hospitales sólo incrementaron camas de UCI y respiradores, pero no se fortalecieron en otros aspectos.
La rectoría del Ministerio de Salud de la Nación fue extremadamente débil. Esto se reflejó en un deficiente manejo de la información, un inexistente accionar en las fronteras y en las estrategias diferentes adoptadas entre la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense entre otros aspectos. El sistema de salud en definitiva terminó el año muy deteriorado y golpeado. Por otra parte, no se observan intenciones de reformarlo o fortalecerlo en un futuro. En definitiva, el balance del año es totalmente deficitario.
Un sistema de salud que profundizó su crisis estructural, en un contexto económico desastroso, con destrucción del empleo, con un incremento muy fuerte de la pobreza (44%) e indigencia (10%), especialmente en la niñez en donde 2 de cada 3 niños son pobres, con aumento de la inseguridad alimentaria en niños, con escuelas cerradas y lo más preocupante, sin perspectivas de mejoras en el corto o mediano plazo.
La dicotomía nunca se debió plantear entre salud y economía. Como hemos dicho y escrito al principio de la pandemia, esta es una falsa opción. La economía es un determinante principal de la salud. Así se debió haber entendido y accionado en consecuencia

(*) Médico. Especialista en Salud Pública.

 

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