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Debate


SARS-Cov-2, el bien salud y la tragedia de los comunes

Por el Dr. Sergio Horis Del Prete (*)


La pandemia no parece ceder y la segunda ola que viene atravesando Europa y Estados Unidos con su aumento de virulencia, admisiones hospitalarias y nuevas muertes parece anticipar ya para los epidemiólogos la amenaza de una tercera. El director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. ha hecho sonar las alarmas advirtiendo que los meses de invierno en el hemisferio norte serán “los más difíciles en la historia de la salud pública”. Y mientras el mundo entero sigue en riesgo y la incertidumbre parece no despejarse con las noticias sobre las vacunas, los países evidencian un cada vez más pronunciado agotamiento de los sistemas sanitarios y también de sus economías y del comportamiento de las sociedades.
El SARS-Cov-2 ha puesto en juego a la salud, la de cada uno de quienes vivimos en este planeta, que no puede ser considerada un bien privado o cuestión individual. Posee todas las características de un bien común. Y más aún, de un bien común global. Como tal, no es posible excluir a nadie de disfrutarlo. Pero puede consumirse con el tiempo mientras la calidad de nuestra vida dependa cada vez más de tal bien, porque es particularmente frágil.
Las relaciones entre el bien salud, la prevención y los individuos pueden entenderse a partir de una parábola de William Foster Lloyd que el biólogo Garret Hardin populariza en 1968 a través de su artículo “La tragedia de los comunes”, en el que expuso una paradoja implícita en la gestión de este tipo de bienes. Utilizó el ejemplo de un terreno común, donde un grupo de ganaderos debía decidir el pastoreo de sus vacas. Cada uno tenía su propio interés en llevar diariamente el mayor número de ellas para maximizar el beneficio. Desde el punto de vista individual, los beneficios resultaban altos y los costos bajos, sabiendo que éstos (propios del consumo del pasto) se asumían entre todos. Por ende, se socializaban. Pero cuando este comportamiento fue llevado a la práctica por todos los ganaderos (el bien es no - exclusivo) se originó una sobreexplotación del bien. La suma del deterioro causado por las vacas añadidas, que individualmente era imperceptible, agotó el alimento y liquidó la capacidad de recuperación del suelo. El desenlace, claro, fue que tanto los animales como los pastores murieron de hambre al no tomarse en cuenta el efecto que tendría sobre los otros individuos que compartían tal recurso. Todos se vieron afectados. La esencia de la tragedia para Hardin residió en “el despiadado funcionamiento de las cosas (…), en la inevitabilidad del destino y en la futilidad de cualquier tentativo de escapar de ella”.
La raíz de la paradoja que emerge de la lógica de los bienes comunes como la salud se basa en el conflicto de interés entre las conductas racionales individuales y el origen de las externalidades que afectan negativamente a terceros, lo cual refiere a un problema ético de falta de responsabilidad social. Dar racionalidad a la salud individual resulta un asunto social. Pero perseguir racionalmente sólo el interés individual en desmedro de lo colectivo lleva al peor resultado. Si alguien está contagiado por el Covid-19 (lo sepa o no) y su conducta individual lo lleva a participar de una reunión social masiva sin tomar precauciones, se está comportando como los ganaderos egoístas de Hardin. Está intentando obtener el máximo beneficio individual, haciendo recaer su costo sobre todos los demás. Sin darse cuenta de que entre “los demás” también está él mismo. De ahí la necesidad de tutelar el bien de salud pública.
Aplicar medidas de distanciamiento social individual para aplanar la curva de contagios evita superar el umbral crítico de disponibilidad de camas de cuidados intensivos. El dilema es que el acceso a las estructuras sanitarias, al uso de respiradores y a ciertas terapias farmacológicas así como -en forma heterogénea- a las vacunas no está garantizado para todos de la misma manera. El virus no es para nada democrático como se lo ha tratado de describir. Los costos de la pandemia no se han repartido de manera igualitaria entre jóvenes y adultos mayores y entre pobres y ricos, y el impacto futuro será más intenso para los más frágiles y vulnerables, se trate de personas o países.
Aquí reside el nudo del problema generado por el Covid-19. En este mundo global e interconectado, los países y sociedades que mostraron mayores responsabilidades de sus ciudadanos respecto del bien salud y su cuidado, manteniendo mejores niveles de protección, igual quedaron y quedarán expuestos al riesgo y a la incertidumbre de nuevas oleadas. No tanto por supuestos debilitamientos de la protección de sus ciudadanos, sino por lo que ocurra en los países menos protegidos. La efectividad de cualquier protección sanitaria global se define por la calidad con que la misma se garantizada a los más débiles. La “tragedia de los comunes” nos revela la realidad de los hechos que ocurren cuando se debilitan las medidas de protección individual, aparecen conductas irresponsables y el fenómeno se colectiviza afectando el bien común. Entonces distancia y tapabocas no resulta suficiente si las desventuras de las oleadas pandémicas no sirven para repensar las condiciones que hacen a nuestra vida en común, a nuestras diferencias sociales y a la dificultad de comportarnos como una sociedad madura y responsable. Así como individualmente con su conducta los ganaderos terminan afectando a todos, el virus desnuda la forma en que también nuestro comportamiento egoísta individual genera una similar externalidad negativa.
Si aún resulta complejo hacerlo en el presente en medio de olas que vienen y van, la pandemia nos podría ayudar a razonar a futuro antes que suban otras mareas. Porque de lo contrario volveremos a quedar expuestos a nuevos riesgos y nuevas incertidumbres cuando -no en forma casual- aparezca otra enfermedad quizás más virulenta y letal que el SARS-Cov-2. Tal vez hoy impensable pero posible. Hardin argumentó en contra de confiar sólo en la conciencia como un medio para vigilar los bienes comunes.
A medida que en América del Sur se reabren bares, restaurantes y tiendas ante el fin del 2020 y el verano de 2021 y las personas individualmente -comprensiblemente ansiosas por poder salir y reanudar algunas de sus actividades habituales -aumentan el contacto entre sí, se enfrentan a otra cantidad de personas infectadas con el coronavirus que persiste todavía elevado en muchas áreas. Con lo cual la transmisión del virus se reaviva fácilmente. Especialmente cuando se dan afluencias masivas mal manejadas y con contactos estrechos. El problema es que un aumento significativo en el número de casos de Covid-19 o en las hospitalizaciones no se ve claramente una semana o incluso dos después de estos fenómenos sociales, sino que lleva mucho más tiempo -quizás entre seis a ocho semanas- que los efectos de un cambio de comportamiento generalizado se hagan visibles en los datos observables a nivel de la población.
En una pandemia sin adecuados controles, nada es automático. Cuando un individuo se ha expuesto en forma poco racional al coronavirus porque relajó las precauciones y aumentó sus contactos fuera de todo control, los efectos de ese cambio tardarán un mes o más en registrar un aumento notable. Pueden transcurrir más de dos semanas hasta que se tengan síntomas suficientes como para ir al médico y ser testeado. Incluso ser asintomático. Y esto dificulta y hasta retrasa sumar el caso dentro de los datos globales para encender las alarmas. Si se piensa que el Covid-19 desaparecerá mágicamente en el verano como ocurre con las gripes estacionales y los resfríos, el aumento sustancial ocurrido durante los meses de verano en EE. UU. deja en claro que esto no es lo habitual. Como tampoco hará magia la introducción de ninguna vacuna.
La salud no escapa a la tragedia de los comunes. Perdidas las conductas racionales, los individuos pueden ser causales de la propia devastación comunitaria. Estamos a tiempo. La vacuna será sólo un instrumento. El escudo protector sigue estando en la prevención inespecífica y en cada uno. Y como dice mi amigo Filio, en la buena voluntad.
 

(*) Titular de Análisis de Mercados de Salud. Universidad ISALUD.

 

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