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Es probable que coincidamos en la
sensación generalizada que se
comenta en reuniones de todo tipo,
laborales, con familiares, entre
amigos y que, por supuesto, hacemos
respetando el distanciamiento
preventivo y obligatorio.
El comentario al que me refiero es
que esperamos que este año termine
de una buena vez y que el próximo,
tal como es costumbre, nos dé el
empuje necesario y nos ayude con la
esperanza que todo será mejor.
Por supuesto el hecho más notable,
aunque no único del 2020, es la
pandemia de Covid-19 ya que hace un
siglo que no sucedía algo de esta
magnitud y trascendencia. Resulta
imposible encontrar alguien que
tenga recuerdo de la Gripe Española
de principios del siglo XX y,
además, ésta es distinta por las
especiales características que ya se
han señalado en abundancia y que de
todas maneras referiré.
Las pandemias anteriores viajaban a
pie, a caballo o a lo sumo en barco
por lo que su difusión implicaba
desde meses o al menos semanas, como
en el caso del siglo pasado. He aquí
la diferencia, para la actual se
necesitó sólo unas pocas horas para
cruzar de un continente a otro.
La segunda característica notable es
el impacto de las tecnologías de la
información y la comunicación. Si
bien en 1901 Marconi consiguió
conectar Gran Bretaña con Canadá, la
capacidad de transmisión de datos
recién se convirtió en algo
generalizado y al alcance del común
de la gente, recién a fines del
siglo pasado. Para todos nosotros
enterarnos de lo que pasa en
distintos lugares del mundo,
mientras está pasando, o sea “en
vivo”, nos parece natural y no le
asignamos la jerarquía de lo
extraordinario ni las implicancias
en nuestra forma de ver la realidad
y de construir una cultura.
La innovación tecnológica nos trajo
más novedades. Algunas que
presumíamos que llegarían, pero que
en esta oportunidad se instalaron
con una velocidad asombrosa. Me
refiero al fenómeno de la
comunicación, las “teletodos”
conferencias, conocimiento, visitas
a museos, educación, medicina.
Se venía diciendo que se podía hacer
educación a distancia, pero las
clases a distancia se instalaron a
gran velocidad, no para todos, pero
sí para una importante cantidad de
alumnos.
Y no solo esto. También se redujeron
casi hasta por completo los viajes
de negocios, los congresos y las
reuniones presenciales. También el
trabajo se modificó con la
posibilidad de hacerlo desde el
hogar.
La atención de la salud se vio
capturada por la “telemedicina” de
la noche a la mañana mientras las
personas debían permanecer aisladas
por la pandemia.
Y estas novedades llegaron para
quedarse por lo que deberemos
acostumbrarnos a las externalidades
que producen. Abundan ejemplos sobre
el tema. Con seguridad tendremos que
pensar el tamaño de los espacios
físicos que ya no tendrán utilidad
alguna, el hogar – oficina o las
nuevas relaciones laborales.
Otra característica de esta pandemia
es la velocidad de respuesta de la
innovación científica para buscar
solución al problema que se
presentó.
Nunca antes y en apenas ocho meses,
se logró decodificar un virus y
poner en marcha el desarrollo hasta
lograr vacunas, aún en estudio pero
que ya existen, como en esta
oportunidad.
Todo esto es lo conocido, pero falta
analizar el resto de los problemas.
A fines del siglo pasado un médico
estadounidense, Merrill Singer,
acuño el término de “sindemia” para
referirse a situaciones que, como la
actual pandemia impactan en varios
aspectos a la vez.
En todo el mundo la afectación de
millones de personas no fue el único
problema. La economía de
prácticamente todos los países
sufrió un retroceso notable con gran
caída del PBI.
Como es obvio la recuperación no
será la misma para todos. Algunos se
recuperarán rápidamente y otros,
entre los cuales nos encontramos,
tendremos que hacer mayores
esfuerzos para lograrlo.
Nos podemos preguntar por qué
ocurrió todo esto y no pudimos
preverlo. Nos debemos responder que
era una situación anunciada pero
acostumbrados a atender lo urgente,
descuidamos ocuparnos de lo
importante.
Hace años que se viene señalando que
la devastación de los ecosistemas
puede conducir a crisis aún mayores
que las guerras que ha sufrido la
humanidad a lo largo de la historia.
Muchos autores han hecho referencia
a esta posibilidad. Entre otros
Yuval Harari lo señaló en libros
como “De animales a dioses” donde
pronosticó que probablemente las
nuevas catástrofes de la humanidad
no serían las guerras sino las
pandemias.
Otra pensadora, la periodista Sonia
Shah estimó que, en los últimos
cincuenta años, más de trescientas
enfermedades infecciosas han
reaparecido o se han intensificado
en el mundo. Pone como ejemplo que
la tala indiscriminada para aumentar
las áreas de cultivos y el proceso
de urbanización han acercado
especies animales con inmunidad
desarrollada a lo largo de miles de
años, pero portadores de virus para
los cuales los humanos no tenemos
igual capacidad de defensa.
Si la pandemia afectó la salud y la
economía, era impensable que no
afectara la prestación sanitaria a
nivel planetario. Los países que
eran ejemplo de desarrollo de sus
sistemas de salud sufrieron y siguen
soportando millones de afectados por
la pandemia con una mortalidad que
se acerca al 15% del total de las
causas de muerte.
La Argentina no podía escapar a este
desastre y probablemente, la
historia lo dirá, con peores
resultados que los que pretendíamos.
Las causas pueden encontrarse en la
historia de la organización
sanitaria de nuestro país. La
preparación del sistema de salud con
asimetría de recursos según la
geografía y la tenencia o no de
cobertura extra pública marcó la
diferencia.
Esa condición preexistente
condicionó, para la atención de
Covid-19, la posibilidad de acceso a
servicios, bienes y tecnologías y
constituyó una de las causas por las
que el impacto fue distinto, tal
como antes señalábamos, que Singer
describió sobre la vulnerabilidad de
los sectores más postergados.
El subsector de la seguridad social,
crónicamente enfrentado a la falta
de recursos, se vio afectado por un
efecto de pinzas. Por un lado,
cayeron los aportes y
contribuciones, fuente principal de
recursos y por el otro aumentaron
los gastos y muy especialmente los
costos de tecnologías,
particularmente medicamentos
importados de muy alto costo y
ligados al valor del dólar.
La seguridad social que atiende a
unos catorce millones de personas
tiene un déficit de recursos
necesarios para garantizar la
atención de sus afiliados que se
estima ronda entre 300 y $
500.000.000.000 anuales.
Sí. No es un error de transcripción
de números. Es un déficit de entre
trescientos y quinientos mil
millones de pesos la cantidad de
dinero faltante para asegurar la
salud con la calidad que se merecen
quienes contribuyen a generar la
riqueza y el sostén del gasto social
de nuestro país.
Por todo esto, no podemos menos que
aseverar que este año vivimos en
peligro. Y se puede agregar que ese
peligro no ha desaparecido.
La buena noticia es que, por primera
vez, la salud aparece en todos los
medios de comunicación del mundo y
llamativamente también en nuestro
país, donde nunca logró escalar del
octavo o noveno lugar en las
inquietudes de la gente común.
Si la sensación de estar en peligro
sirvió para algo, fue para tomar
conciencia que la salud es una
necesidad tan básica, que sólo su
falta en momentos críticos nos
alerta sobre los problemas que
genera no tenerla.
Así empezamos a entender que el
acceso es importante. Que la
infraestructura y la actualización
tecnológica también lo son y
fundamentalmente que la gente que
trabaja en salud tiene en sus manos
uno de los bienes más preciados y
que por eso debe ser justamente
reconocida.
Si la inversión que se hizo por la
pandemia de algo sirve, es que por
lo general lo incorporado por la
emergencia, son bienes duraderos y
significaron una actualización del
conocimiento y de los recursos
tecnológicos.
Entonces es posible que la
experiencia vivida sea beneficiosa
en términos de posibilidad de
mejora. Debería ser así porque ante
la magnitud de la crisis vivida, lo
único posible es una recuperación y
que nos quede como enseñanza lo
aprendido en el difícil año que nos
tocó vivir en peligro.
(*)
Médico, diplomado en Salud Pública.
Docente de Salud Pública. Director
Médico de OSPSA Sanidad.
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