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Obras Sociales


El año que vivimos en peligro

Por  el Dr. Alfredo Stern - Director Médico de OSPSA (*)


Es probable que coincidamos en la sensación generalizada que se comenta en reuniones de todo tipo, laborales, con familiares, entre amigos y que, por supuesto, hacemos respetando el distanciamiento preventivo y obligatorio.
El comentario al que me refiero es que esperamos que este año termine de una buena vez y que el próximo, tal como es costumbre, nos dé el empuje necesario y nos ayude con la esperanza que todo será mejor.
Por supuesto el hecho más notable, aunque no único del 2020, es la pandemia de Covid-19 ya que hace un siglo que no sucedía algo de esta magnitud y trascendencia. Resulta imposible encontrar alguien que tenga recuerdo de la Gripe Española de principios del siglo XX y, además, ésta es distinta por las especiales características que ya se han señalado en abundancia y que de todas maneras referiré.
Las pandemias anteriores viajaban a pie, a caballo o a lo sumo en barco por lo que su difusión implicaba desde meses o al menos semanas, como en el caso del siglo pasado. He aquí la diferencia, para la actual se necesitó sólo unas pocas horas para cruzar de un continente a otro.
La segunda característica notable es el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación. Si bien en 1901 Marconi consiguió conectar Gran Bretaña con Canadá, la capacidad de transmisión de datos recién se convirtió en algo generalizado y al alcance del común de la gente, recién a fines del siglo pasado. Para todos nosotros enterarnos de lo que pasa en distintos lugares del mundo, mientras está pasando, o sea “en vivo”, nos parece natural y no le asignamos la jerarquía de lo extraordinario ni las implicancias en nuestra forma de ver la realidad y de construir una cultura.
La innovación tecnológica nos trajo más novedades. Algunas que presumíamos que llegarían, pero que en esta oportunidad se instalaron con una velocidad asombrosa. Me refiero al fenómeno de la comunicación, las “teletodos” conferencias, conocimiento, visitas a museos, educación, medicina.
Se venía diciendo que se podía hacer educación a distancia, pero las clases a distancia se instalaron a gran velocidad, no para todos, pero sí para una importante cantidad de alumnos.
Y no solo esto. También se redujeron casi hasta por completo los viajes de negocios, los congresos y las reuniones presenciales. También el trabajo se modificó con la posibilidad de hacerlo desde el hogar.
La atención de la salud se vio capturada por la “telemedicina” de la noche a la mañana mientras las personas debían permanecer aisladas por la pandemia.
Y estas novedades llegaron para quedarse por lo que deberemos acostumbrarnos a las externalidades que producen. Abundan ejemplos sobre el tema. Con seguridad tendremos que pensar el tamaño de los espacios físicos que ya no tendrán utilidad alguna, el hogar – oficina o las nuevas relaciones laborales.
Otra característica de esta pandemia es la velocidad de respuesta de la innovación científica para buscar solución al problema que se presentó.
Nunca antes y en apenas ocho meses, se logró decodificar un virus y poner en marcha el desarrollo hasta lograr vacunas, aún en estudio pero que ya existen, como en esta oportunidad.
Todo esto es lo conocido, pero falta analizar el resto de los problemas.
A fines del siglo pasado un médico estadounidense, Merrill Singer, acuño el término de “sindemia” para referirse a situaciones que, como la actual pandemia impactan en varios aspectos a la vez.
En todo el mundo la afectación de millones de personas no fue el único problema. La economía de prácticamente todos los países sufrió un retroceso notable con gran caída del PBI.
Como es obvio la recuperación no será la misma para todos. Algunos se recuperarán rápidamente y otros, entre los cuales nos encontramos, tendremos que hacer mayores esfuerzos para lograrlo.
Nos podemos preguntar por qué ocurrió todo esto y no pudimos preverlo. Nos debemos responder que era una situación anunciada pero acostumbrados a atender lo urgente, descuidamos ocuparnos de lo importante.
Hace años que se viene señalando que la devastación de los ecosistemas puede conducir a crisis aún mayores que las guerras que ha sufrido la humanidad a lo largo de la historia. Muchos autores han hecho referencia a esta posibilidad. Entre otros Yuval Harari lo señaló en libros como “De animales a dioses” donde pronosticó que probablemente las nuevas catástrofes de la humanidad no serían las guerras sino las pandemias.
Otra pensadora, la periodista Sonia Shah estimó que, en los últimos cincuenta años, más de trescientas enfermedades infecciosas han reaparecido o se han intensificado en el mundo. Pone como ejemplo que la tala indiscriminada para aumentar las áreas de cultivos y el proceso de urbanización han acercado especies animales con inmunidad desarrollada a lo largo de miles de años, pero portadores de virus para los cuales los humanos no tenemos igual capacidad de defensa.
Si la pandemia afectó la salud y la economía, era impensable que no afectara la prestación sanitaria a nivel planetario. Los países que eran ejemplo de desarrollo de sus sistemas de salud sufrieron y siguen soportando millones de afectados por la pandemia con una mortalidad que se acerca al 15% del total de las causas de muerte.
La Argentina no podía escapar a este desastre y probablemente, la historia lo dirá, con peores resultados que los que pretendíamos.
Las causas pueden encontrarse en la historia de la organización sanitaria de nuestro país. La preparación del sistema de salud con asimetría de recursos según la geografía y la tenencia o no de cobertura extra pública marcó la diferencia.
Esa condición preexistente condicionó, para la atención de Covid-19, la posibilidad de acceso a servicios, bienes y tecnologías y constituyó una de las causas por las que el impacto fue distinto, tal como antes señalábamos, que Singer describió sobre la vulnerabilidad de los sectores más postergados.
El subsector de la seguridad social, crónicamente enfrentado a la falta de recursos, se vio afectado por un efecto de pinzas. Por un lado, cayeron los aportes y contribuciones, fuente principal de recursos y por el otro aumentaron los gastos y muy especialmente los costos de tecnologías, particularmente medicamentos importados de muy alto costo y ligados al valor del dólar.
La seguridad social que atiende a unos catorce millones de personas tiene un déficit de recursos necesarios para garantizar la atención de sus afiliados que se estima ronda entre 300 y $ 500.000.000.000 anuales.
Sí. No es un error de transcripción de números. Es un déficit de entre trescientos y quinientos mil millones de pesos la cantidad de dinero faltante para asegurar la salud con la calidad que se merecen quienes contribuyen a generar la riqueza y el sostén del gasto social de nuestro país.
Por todo esto, no podemos menos que aseverar que este año vivimos en peligro. Y se puede agregar que ese peligro no ha desaparecido.
La buena noticia es que, por primera vez, la salud aparece en todos los medios de comunicación del mundo y llamativamente también en nuestro país, donde nunca logró escalar del octavo o noveno lugar en las inquietudes de la gente común.
Si la sensación de estar en peligro sirvió para algo, fue para tomar conciencia que la salud es una necesidad tan básica, que sólo su falta en momentos críticos nos alerta sobre los problemas que genera no tenerla.
Así empezamos a entender que el acceso es importante. Que la infraestructura y la actualización tecnológica también lo son y fundamentalmente que la gente que trabaja en salud tiene en sus manos uno de los bienes más preciados y que por eso debe ser justamente reconocida.
Si la inversión que se hizo por la pandemia de algo sirve, es que por lo general lo incorporado por la emergencia, son bienes duraderos y significaron una actualización del conocimiento y de los recursos tecnológicos.
Entonces es posible que la experiencia vivida sea beneficiosa en términos de posibilidad de mejora. Debería ser así porque ante la magnitud de la crisis vivida, lo único posible es una recuperación y que nos quede como enseñanza lo aprendido en el difícil año que nos tocó vivir en peligro.

(*) Médico, diplomado en Salud Pública. Docente de Salud Pública. Director Médico de OSPSA Sanidad. 

 

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