|
En este último año tanto los profesionales del equipo de
salud como la población en general hemos estado
recibiendo enorme cantidad de información y datos
referidos a la pandemia, en sus múltiples aspectos,
incluyendo cuestiones técnicas y, mayormente, de gran
relevancia, impacto social y potenciales consecuencias
sobre la salud pública.
Buena parte de esa información nos llega cotidianamente
mediada por expertos (o, al menos anunciados como tales
en los medios y las redes sociales, lo cual no es un
tema menor) y organizaciones de carácter profesional o
académico, supuestamente ajenas a cualquier otra
consideración que no sea la del bien común (que no es,
como es clásico aclarar, la suma de lo que es bueno para
cada uno).
También, claro, nos llegan informaciones y análisis a
través de fuentes políticas, tales como el Gobierno o
los representantes de diversas facciones u
organizaciones -no todas de índole partidaria- alineadas
en concepciones ideológicas explícitas. Respecto de
éstas, y sobre todo en un país profundamente dividido
por la política partidaria, en general estamos todos más
advertidos, y es, para muchos, una elección explícita
creer o rebatir a unos u otros. En la Argentina, todo es
“militable”.
Pero hoy me quiero referir a los expertos y a las
organizaciones que, casi siempre invocando a la ciencia,
promueven análisis, conclusiones o recomendaciones que
calan muy hondo en una sociedad golpeada y sensibilizada
por las múltiples consecuencias de la pandemia; las
actuales y las previsibles.
Y es respecto de ellos que no hemos escuchado sobre los
conflictos de interés.
Los conflictos de interés son un problema serio en la
medicina, y absolutamente ignorado en la difusión
pública de información sobre la pandemia.
Un dato de color: una búsqueda rápida en Pubmed (“conflict
of interest”) arroja hoy 685.367 resultados (el primero,
de 1962). De ellos, 190.967 corresponden a publicaciones
de 2020, y 30.273 a los dos primeros meses de este año.
Es llamativo que, en el contexto de un mercado
multibillonario de equipamientos, insumos y
particularmente vacunas, y la repercusión política y
social mundial y doméstica de la pandemia no reparemos
en los juegos de intereses mediados tanto por
funcionarios “capturados” (en términos de la economía
política) por aquellos a quienes deben controlar, y el
papel de los expertos, muchos de los cuales son los
denominados por la industria farmacéutica “líderes de
opinión” (o KOL: key opinion leaders).
Los KOL ocupan un lugar importantísimo en las
estrategias de comercialización de la industria
farmacéutica. La Sociedad Argentina de Marketing
Farmacéutico explica en su página web que las funciones
más importantes de los KOL son “Diseminar información
brindada para la compañía. Influir sobre la opinión de
sus pares. Mejorar la percepción de las ventajas de los
medicamentos. Obtener y transmitir feedback valioso
sobre las opiniones y conductas de sus colegas. Influir
sobre la conducta de sus pares incrementando de la
prescripción de un fármaco”. (1)
De manera que convendría no asumir que muchos de los
pronunciamientos, recomendaciones o sugerencias que se
difunden provienen de la mirada aséptica de
profesionales y organizaciones que habitualmente
mantienen vínculos con empresas o grupos de interés en
muchos casos muy comprometidos con la economía o la
política del mundo en pandemia.
Justamente, la definición de conflicto de interés hace
referencia a la posible confrontación entre el interés
(beneficio) público y el interés (beneficio) personal.
Es por lo menos ingenuo ignorar esta tensión. En
términos de la Ley de Ética pública, aplicable a los
funcionarios del Estado, para que exista conflicto de
interés no importan las intenciones de la persona, ni si
finalmente ha obtenido o ha podido obtener algún
beneficio concreto. El conflicto de interés debe ser
gestionado apartándose de aquellos temas en los cuales
tenga o haya tenido intereses personales en el último
tiempo.
En la medicina, lo indicado es explicitar el posible
conflicto. Lo que en la práctica significa informar al
auditorio si el experto ha recibido o recibe algún tipo
de remuneración, honorario o beneficio, económico o no,
de algún grupo interesado en el tema en el cual ha
desarrollado su expertise.
Este criterio podría ampliarse a organizaciones
profesionales o académicas que también reciben
financiamiento o colaboración material de, por ejemplo,
la industria farmacéutica. No es malo mantener vínculos
comerciales con grupos económicos dispuestos a promover
o apoyar actividades de investigación o mejoramiento de
capacidades institucionales. De hecho, es muy bueno, y
en muchas ocasiones imprescindible. El problema es no
explicitar esos vínculos.
Como decía mi abuela, ser y parecer.
http://www.samf.com.ar/node54#:~:text=Los%20l%C3%ADderes%20de%20opini%C3%B3n%20o,la%20
conducta%20de%20sus%20colega
(*) Médico. Master en Economía y Cs. Políticas.
|