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Un programa macroeconómico consta de
política monetaria, fiscal y
cambiaria, que debe apuntar a metas
de corto, mediano y largo plazo. Si
tomamos los datos de la economía en
la Argentina, hace 12 años que no
crece, tiene varias décadas de
déficit fiscal, ha devaluado
constantemente la moneda y sufre de
inflación crónica.
Es decir, los ciclos económicos
(períodos expansión seguidos de
períodos de recesión), fenómeno
común de todas las economías de
mercado, en la Argentina son de alta
frecuencia y profundidad generando
una gran volatilidad económica
resultando en constantes crisis. El
impacto social, de cada una de estas
crisis, se ve reflejado en el
incremento constante de la pobreza
estructural y el nivel de desempleo.
Coyunturalmente, se debe sumar el
impacto negativo de las medidas de
la lucha contra el Covid-19 y la
deuda con los organismos
internacionales de crédito. En el
2020, se sufrió una fuerte caída,
con una reducción de 9,9% del PBI e
incremento de la tasa de desempleo
interanual del 2,7% afectando a más
de 2 millones de personas.
Paralelamente se debe tener en
consideración que se mantienen las
restricciones cambiarias y el tipo
de cambio está estable sin
expectativas de cambio en el corto
plazo.
LA
NEGOCIACIÓN DE LA DEUDA COMO PUNTO
DE PARTIDA
Las negociaciones no son fáciles de
llevar. Claro está que a ninguno le
conviene el default, pero nadie
quiere perder nada. Ambas partes
saben que la deuda es impagable en
este contexto. Es por eso que se
debe negociar un plazo que le
permita crecer al país para poder
afrontar los futuros pagos. Pero
esto no será posible sin un programa
macroeconómico que permita modificar
las condiciones estructurales. Este
debe ser el punto de partida para
lograr políticas estatales de largo
plazo con una visión compartida
entre los distintos signos
políticos.
En este mismo sentido, a mediados de
abril, entre las negociaciones para
refinanciar la deuda con el FMI, el
ministro Guzmán se reunió con sus
pares de Alemania, Francia, Italia y
España buscando apoyos. Incluso se
reunió con el Papa Francisco quien
brindó el apoyo a un acuerdo sano
que no condene a situaciones de
vulnerabilidad y pobreza a la
población. Estos apoyos son
importantes, pero de nada valen si
no logramos acuerdos y apoyos
internos. Debemos recordar que gran
parte de la economía depende de las
expectativas.
Otro punto fundamental será que el
programa presentado sea realista,
con disminución del déficit fiscal y
metas de inflación graduales. Todos
los actores saben que será imposible
un programa que baje abruptamente el
déficit fiscal a cero de un año a
otro, así como tampoco será posible
eliminar la inflación en el corto
plazo. Sin embargo, las presiones
para realizar ajustes hacia el
cumplimiento de metas serán muy
importantes y demandarán un esfuerzo
extra para el país.
Si las negociaciones no son
sensatas, en el corto o mediano
plazo, el plan fracasará y
nuevamente viviremos una crisis. De
todos modos, dentro del programa no
hay que olvidarse de la gente, que
no puede esperar 5 o 10 años para
que la economía florezca. Los
niveles de pobreza e indigencia son
insostenibles y el plan deberá
contar con fuerte ayuda social en el
corto plazo, de lo contrario también
será destinado al fracaso.
En resumen, el programa
macroeconómico que se acuerde deberá
tener un equilibrio entre los
ajustes fiscales y los gastos
sociales dentro de un marco de
políticas estatales y no sólo de
políticas partidarias.
LA
BATALLA CONTRA EL COVID-19
La negociación de la deuda se lleva
a cabo en plena segunda ola contra
el virus SARS-CoV-2. Al momento de
la nota, se registran casi todos los
días récords de contagiados y
ocupación de camas, especialmente en
AMBA. Se hace necesario la
intervención del Estado para aplicar
medidas sanitarias de índole
restrictivas a la circulación de las
personas.
La evidencia mundial muestra que
para aplanar las olas del Covid-19
debemos disminuir la circulación lo
máximo posible por un período corto.
Esto no controlará el virus, eso se
hace con vacunas, testeos y
aislamientos, pero nos permitirá
disminuir la cantidad de muertos e
internados, evitando el colapso
total del sistema sanitario.
Sin embargo, estas medidas se ven
limitadas en su profundidad por
cuestiones sociopolíticas y
económicas. Las primeras están muy
relacionadas con el humor social, la
voluntad de respetar las medidas y
el poder de control que ejerce el
Estado. Más allá de las medidas
concretas que se han adoptado, la
politización de éstas va en contra
de todos los ciudadanos, que casi
nos vemos obligados a tomar posición
sobre asuntos que no tenemos mucha
información ni certezas.
Por otro lado, las cuestiones
económicas que limitan la
posibilidad de aplicar medidas están
básicamente ligadas a las cuestiones
macroeconómicas explicadas. Cada una
de estas restricciones generan que
los comercios pierdan dinero o
directamente cierren, por ende, se
genera mayor desempleo y la economía
consecuentemente se contrae,
llevando a una menor recaudación y
mayor déficit. Es decir, se produce
un círculo vicioso.
Durante el 2020, el Estado ha
realizado un gran esfuerzo a través
de ayuda a empresas y ayuda social,
aunque como observamos no alcanzó.
Para el 2021, el esfuerzo que puede
hacer el Estado es aún menor, ya que
debe mostrar credibilidad y alcanzar
las metas propuestas en el
presupuesto.
En conclusión, para aplicar medidas
sanitarias efectivas se deben
acompañar con medidas económicas.
Cuanto mayor sea el poder económico
del Estado, mayor profundidad y
mejor impacto en la lucha contra el
Covid-19. Es por eso que la
Argentina necesita inmediatamente
armar un programa macroeconómico
serio que le permita llevar a buen
puerto las negociaciones, que le
permita crecer en forma sostenida y
fundamentalmente que ayude a los
argentinos. En definitiva, un rol
fundamental del Estado es garantizar
la calidad de vida de sus habitantes.
(*) Asociación de Economía de la
Salud.
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