|
Pasó
desapercibido el año pasado el
cincuentenario del Sistema Nacional
del Seguro de Salud. Probablemente
la pandemia y las situaciones de
crisis de ella derivadas hayan hecho
que tal hito en la historia de la
salud en la seguridad social en la
Argentina no tuviera su merecido
reconocimiento.
En la segunda mitad del Siglo XX se
creó el Ministerio de Salud y se
estructuró un sistema público de
atención de la salud, que convivió
con los hospitales de comunidad como
organizaciones intermedias y
constituidas a través de
cooperativas o mutuales. Es claro
que nuestro país no ha seguido el
camino de la seguridad social única
y universal. No lo hizo en el campo
previsional y tampoco en el de la
salud.
En el año 1970, más precisamente en
el mes de marzo de ese año, se dictó
la ley 18.610 que fue la primera
norma creadora del sistema de obras
sociales tal como lo conocemos hoy.
La aparición de las obras sociales
sindicales, como patrimonio de los
trabajadores que la componen y con
la administración de sus propios
interesados a través de las
organizaciones sindicales que las
representan, es un modelo que se ha
mantenido en el tiempo. Los
sindicatos tenían experiencia en la
atención de la salud de sus
afiliados, pero la ley representa la
primera norma que organiza,
sistematiza y permite mecanismos de
control, sobre la atención médico
asistencial de los trabajadores
organizados. El dictado de la ley
supuso también la creación del
INSTITUTO NACIONAL DE OBRAS SOCIALES
(INOS).
En 1980, más precisamente el 15 de
agosto, se dictó la ley 22.269 que
derogó a la primitiva ley 18.610 y
que -entre sus principales
características- estableció la
prohibición que las organizaciones
sindicales pudieran tener y
administrar obras sociales propias,
así como la creación de los “entes
de obra social” que sustituirían a
las obras sociales en todo el país,
en un lapso de tres años.
Ya durante el gobierno democrático,
en diciembre de 1988, se sancionaron
las leyes 23.660 y 23.661, que
reorganizaron el régimen de las
obras sociales y crearon el Sistema
Nacional del Seguro de Salud,
respectivamente. Esas normas, con
pocos cambios, son las que hoy
sostienen el andamiaje jurídico de
la salud en la seguridad social
nacional.
Es el sistema que sostiene la salud
de más de veinte millones
(20.000.000) de argentinos, el más
numeroso de los subsistemas de
salud. Como ya lo dijimos, nuestro
sistema Federal fundamenta
-con no poca crítica y mucha
debilidad asistencial y financiera-
la coexistencia de entidades que
brindan servicios de salud en un
esquema de fragmentación y
segmentación que se ha mantenido
durante todo este tiempo.
En estos cincuenta años, hay algunos
hitos que deben ser mencionados
especialmente:
• La
adaptación de las reglamentaciones
sobre obras sociales al modelo
sindical argentino.
• El
establecimiento de financiamiento
directo, a través de los aportes y
contribuciones sobre el salario de
los trabajadores.
• La
creación de la Superintendencia de
Servicios de Salud como organismo de
fiscalización y control del Sistema
Nacional del Seguro de Salud. Sus
antecesores fueron el Instituto
Nacional de Obras Sociales (INOS) y
la Administración Nacional del
Seguro de Salud (ANSSAL).
• La
creación de los registros, tanto de
obras sociales, como de prestadores.
Luego, a partir de 2011 y con la
competencia dispuesta por la ley de
medicina prepaga, se incorporó
también el Registro Nacional de
Empresas de Medicina Prepaga.
• La
sindicalización de los Institutos de
Obra Social en la década del 90. A
través de diferentes normas se fue
abandonando la idea de la
participación estatal en las
organizaciones de salud, para pasar
a ser de naturaleza estrictamente
sindical.
• La
opción de cambio de obra social,
conocida vulgarmente como la
“desregulación”. Con sus defensores
y detractores, desde 1998 ha sido un
derecho de los usuarios del sistema
que no tienen otros afiliados de los
restantes subsistemas, que se
encuentran cautivos en su obra
social.
• La incorporación de otras
tipologías de obras sociales, como
han sido las de personal de
dirección, las de convenio o
empresa, las de participación
estatal.
• La
incorporación de los pequeños
contribuyentes (monotributistas),
los monotributistas sociales y el
personal doméstico. Con este tipo
poblacional, el sistema salió de la
lógica de la relación de dependencia
como motor de la pertenencia.
• El
establecimiento de una canasta
básica (Programa Médico
Obligatorio).
• El
establecimiento de los regímenes de
subsidio o reintegro a través de la
Anssal, de la Administración de
Programas Especiales o de la propia
Superintendencia de Servicios de
Salud.
Es importante destacar que ya no hay
dudas sobre la consolidación de este
sistema de seguridad social, único
en el mundo. Dentro de sus
fortalezas, podemos señalar no sólo
la cantidad de personas cubiertas,
sino también la existencia de una
canasta básica de prestaciones
(Programa Médico Obligatorio) y un
mecanismo de autofinanciamiento que
garantizó el otorgamiento de las
prestaciones durante muchos años.
Cuando decimos “autofinanciamiento”,
nos referimos a que toda la
seguridad social nacional se
sostiene con aportes y
contribuciones de empleadores y
trabajadores.
Desde la primera ley, desde 1970,
existió el hoy llamado Fondo
Solidario de Redistribución que ha
mantenido la solidaridad del sistema
desde la cobertura financiera; en
sus comienzos a través de subsidios
y actualmente como reintegros (para
determinadas prestaciones) y también
como subsidios (los denominados
SUMA, SUMARTE, SUMA 65 y SANO).
Pero debemos también señalar cuáles
son sus debilidades. Desde sus
orígenes, se ha cuestionado la
transparencia del sistema,
especialmente en lo referente a los
manejos económicos y financieros.
Sin perjuicio de ello, son pocas las
obras sociales que se han liquidado
o dado de baja en estos años.
Si bien hoy padecemos una situación
muy particular producto de la
pandemia, es también necesario
recalcar que el mundo del trabajo,
en lo que hace a su desarrollo y sus
beneficios -entre los cuales se
encuentra el servicio de salud-
viene digiriendo cambios notorios
tanto en las formas como en las
costumbres. Y ello ha significado un
cambio de prioridades en lo que hace
a los postulados de la protección
social. Hoy nos encontramos con una
“inflación médica” que va por encima
de la existente en el país, el
notorio avance de la ciencia que
significa también el incremento
excesivo de los costos y mecanismos
de financiamiento (aportes y
contribuciones) que van perdiendo
virtualidad a la par de los cambios
en el mercado del trabajo.
Es de esperar que el sistema
subsista otros cincuenta años más,
como mínimo, para poder lograr que
la solidaridad que ha inspirado a
los creadores del sistema encuentre
un desarrollo con más equidad e
igualdad entre los beneficiarios.
|