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No resulta novedoso hablar de los cambios demográficos a
nivel global que se enfrentaron en los últimos 30 años.
Poblaciones que envejecen sobre todo en los países con
mayor desarrollo económico, y sistemas previsionales que
de manera inédita deben responder al sostenimiento de
dos generaciones de jubilados. La disminución paulatina
de la fertilidad ha generado estancamiento poblacional y
se imaginan escenarios globales con prevalencia de
personas mayores de 70 años sobre la población joven.
Si bien hay regiones del planeta que aún están lejos de
esta realidad, se trata de un cambio demográfico
sustancial caracterizado por la disminución de los
nacimientos, el aumento de la expectativa de vida y las
migraciones desde países pobres hacia los más
favorecidos, planteando la necesidad de cambiar los
paradigmas del siglo XX basados en el crecimiento
poblacional con una fuerza laboral en desarrollo, como
dinamizador de la economía. De hecho, la triplicación de
la población mundial, que pasó de 1.600 millones de
personas en el año 1900 a más de 6.000 millones al final
de siglo, constituyó la base de la programación
previsional y sanitaria del siglo pasado, fundada en
sistemas solidarios de financiamiento.
Sin embargo, de cara a una perspectiva de disminución de
los nacimientos y aumento de la expectativa de vida
hacia mediados de este siglo, se requiere comprender
nuevos contextos y pensar nuevamente los sistemas,
adaptándolos a otras necesidades.
Hace varios años que se vienen manejando adecuaciones de
distinta índole para enfrentar un futuro cambio
demográfico que tendrá impacto en las estructuras
económicas y en todas las actividades sociales; un caso
es el de universidades y centros de estudios de países
de Europa y Asia Oriental que se fusionan o estimulan la
inscripción de alumnos extranjeros con becas y otros
beneficios, para amortiguar la caída en la matrícula por
falta de jóvenes; o la reconversión de espacios de
viviendas en superficies verdes y de esparcimiento que
llevan adelante ciudades de Alemania, Francia y Europa
del Este; también se reacomodan los sistema
previsionales ajustando la edad de retiro de las
personas y la oferta económica de mercados que en el
pasado estaban identificados como de gente joven, hoy se
orienta a las expectativas de consumo de un público
mayor.
En definitiva, es necesario repensar los regímenes
sanitarios para atender la demanda del nuevo siglo,
donde las personas tienen mayor esperanza de vida y
necesidades de asistencia en aumento asociadas al
crecimiento etario y la atención de patologías crónicas.
La asistencia domiciliaria aparece entonces como una
alternativa clara, flexible y eficiente, tanto para la
atención socio sanitaria de baja complejidad y larga
estancia ofreciendo apoyo apropiado en las diferentes
etapas de dependencia de una persona, como en la
provisión de servicios de cuidados críticos para
pacientes clínicamente estables con patologías
complejas, que requieran de equipamiento, insumos y
planteles profesionales de distintas disciplinas y alta
especificidad para sobrellevar en su casa enfermedades
crónicas o irreversibles.
Está probado por más de cincuenta años de trabajo
generalizado en varios países del mundo, que representa
la opción asistencial más adecuada de tratamiento para
evitar los efectos adversos de hospitalizaciones
prolongadas, que resulta el menos costoso porque atiende
estrictamente los requerimientos terapéuticos del
paciente y que es la opción de servicios de salud de
mayor satisfacción para el paciente y su familia.
El manejo de la pandemia ha destacado las ventajas de
esta actividad, ya que la herramienta más utilizada como
resguardo infectológico de la población ha sido el
aislamiento y la vinculación social dentro de la propia
burbuja.
Poco se ha hablado de internación domiciliaria pero en
el último año y medio ha sido un soporte silencioso del
sistema sanitario, que mantuvo la atención de sus
pacientes con los tratamientos indicados evitando
consultas institucionales y reinternaciones durante los
meses de mayor presión para la red hospitalaria, y
contuvo la propagación del Covid-19 promoviendo la
aplicación de protocolos y procedimientos que los
profesionales observaron cada día de servicio en cada
casa generando conciencia de cuidado y ayudando a
superar el agotamiento generalizado que ganó a la
población con el correr de los meses. También se asistió
a pacientes Covid positivo en sus domicilios, o en
hoteles u otros espacios habilitados para aislamiento.
Poco se ha hablado de los pacientes atendidos por el
segmento, como poco se habló de las dificultades por la
falta de profesionales en especial de enfermería, que en
estos más de 15 meses de pandemia migraron desde la
internación domiciliaria hacia clínicas y hospitales, o
fueron captados por operativos de testeos y vacunación
en diferentes jurisdicciones.
Estamos convencidos de que la actividad puede contribuir
genuinamente en la coyuntura que atravesamos y en la
planificación de un sistema de salud para el futuro, que
responda a los requerimientos que planteamos en párrafos
anteriores.
Hemos propuesto espacios para discutir el papel de la
asistencia domiciliaria en el sistema de salud
argentino, y procurar a partir de ello el ordenamiento
que la actividad requiere, en un debate franco que
aborde los alcances y limitaciones del sistema para su
funcionamiento pleno y coordinado con los demás niveles
de atención.
CADEID viene trabajando estas cuestiones desde hace
varios años. Hemos incorporado empresas de todo el país
que trabajan de acuerdo a las necesidades que impone
cada jurisdicción, pero con idénticas preocupaciones por
visibilizar el trabajo diario del sector. Ese trabajo
del que poco se habla y representa su fortaleza, su
silenciosa fortaleza.
Si es cierto que la “falta de noticia” es “buena
noticia”, les cuento que tenemos un sector que asiste
cada día, en cada lugar del país, a unos 150.000
pacientes.
(*) Cámara Argentina de Empresas de Internación
Domiciliaria.
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