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Recientemente la vicepresidente de la Nación manifestó
la necesidad de una reforma al sistema de salud de
nuestro país. De hecho, es la segunda ocasión en que lo
hace en un corto plazo. Con esa afirmación tan genérica
nadie puede estar en desacuerdo. El sistema de salud
argentino está en crisis hace muchísimos años y requiere
de cambios profundos. Es un sistema altamente
ineficiente e inequitativo. A pesar del alto gasto en
salud (un 9% del PBI) sus resultados son malos. O al
menos no son todo lo bueno que pudiesen ser.
También se puede llegar a coincidir con varias de las
afirmaciones realizadas en los documentos que están
circulando y a los que se les asigna el marco conceptual
de lo que se pretendería con esta reforma.
Sin embargo, al provenir esta propuesta desde las más
altas esferas del Gobierno actual, debemos analizar que
ha venido ocurriendo en la realidad teniendo en cuenta
que es el mismo grupo político que viene gobernando el
país desde 2002 a la fecha con una interrupción de los
cuatro años de gobierno de la actual oposición.
¿QUÉ PASÓ CON EL SISTEMA DE SALUD DESDE 2002?
El sector salud entró en emergencia durante el año 2002
a partir de la sanción del decreto N° 486 /02. A pesar
de las mejoras de la macroeconomía (2003-2008)
permaneció en la emergencia con todas las
excepcionalidades que esa situación tiene. Este decreto
con algunas modificaciones fue prorrogado hasta 2018. En
diciembre de 2019 durante el Gobierno de Alberto
Fernández y su ministro Ginés González García, fue
sancionado nuevamente el Estado de Emergencia Sanitaria
mediante la Ley 27.541 de Solidaridad Social y
Reactivación Productiva en el Marco de la Emergencia
Pública. Esta ley tuvo grandes similitudes con aquel
decreto fundamentalmente otorgando amplias potestades al
ministerio para la compra de insumos en general y
respecto al tema medicamentos.
En el año 2004 el Ministerio de Salud de la Nación
aprueba el Plan Federal de Salud 2004–2007, al cual
adhieren todas las provincias argentinas. Este plan
proponía llevar a cabo un “sendero de reformas” a partir
de la implementación de una serie de metas, las cuales
podemos agrupar en dos: el primero de los grupos incluye
a un conjunto de programas, iniciativas y metas en los
niveles de salud de la población; el segundo agrupa
acciones y metas destinadas a mejorar el sistema en
cuanto a la cobertura explícita de la población sin
protección formal (o si se quiere con cobertura
exclusiva del Estado), a la implementación de nuevos
modelos de financiamiento hacia las provincias, a nuevos
modelos de atención, de accesibilidad a los
medicamentos, de regulación y de gestión. Incluso se
proponía metas para mejorar la performance de las obras
sociales. Ninguna meta o proyecto referente a este
segundo grupo de reformas del sistema se implementó
(salvo alguna honrosa excepción). El sistema de salud
siguió con su ineficiencia e inequidad crónica.
El equipo actual que conduce el Gobierno nacional
pertenece al mismo grupo político técnico que el de
aquel entonces. Sin embargo, las propuestas de reforma
actual parecen venir de otro grupo interno del gobierno,
quienes actualmente están conduciendo la salud en la
Provincia de Buenos Aires. Entonces es conveniente ver
que está pasando en la Provincia de los impulsores de la
reforma actual.
Todos los indicadores de salud que se analicen en la
provincia de Buenos Aires (extensivo a todo el país) nos
muestran una enorme inequidad entre quienes tienen
cobertura de la seguridad social y prepagas médicas y
los que tienen cobertura exclusiva del Estado a favor de
los primeros. Lo mismo ocurre con los indicadores de
acceso y de calidad. Sin embargo, en la práctica no se
está desarrollando ninguna actividad de reforma en el
sector público. Sí se está avanzando silenciosamente en
un cambio en el modelo de atención del IOMA (Obra Social
de los estatales de la provincia) El IOMA es la segunda
Obra Social en importancia después del PAMI.
Estos cambios que se vienen desarrollando apuntan a
modificar el modelo de atención planteando efectores
propios tanto de primer nivel como del segundo nivel, o
sea un modelo integrado verticalmente al igual que el
actual del sector público.
Esto se está realizando sin un plan preestablecido, ni
metas concretas, ni explicitación de los objetivos
perseguidos o los resultados en término de eficiencia,
calidad o mejoras en la salud de los beneficiarios.
Llama aún más la atención que durante el año 2020, en
donde las prestaciones cayeron en porcentajes muy altos
producto de la pandemia y por ende el gasto del IOMA en
prestaciones, esta obra social haya tenido un superávit
financiero de 8.000 millones de pesos según un informe
de la Asociación Judicial Bonaerense (AJB), que integra
el directorio, cifra que de haber sido volcada al
sistema de salud hubiera mejorado mucho su performance.
Esta “reforma” del IOMA tiene un claro sesgo ideológico
y político, sin un claro objetivo de mejorar la
performance en la eficiencia o en la calidad de
atención. Por el contrario, de seguir en ese camino se
transformará al IOMA en una obra social ineficiente y
con mala calidad de atención con población cautiva.
LA NECESIDAD DE UNA REFORMA
Está clara la necesidad de una reforma del sistema. Pero
no queda muy claro qué tipo de reforma necesitamos. Las
reformas en todo el mundo se han dado a fin de
solucionar problemas concretos como lo son presiones en
cuanto a cambios epidemiológicos y demográficos,
inequidades en los niveles de salud, en el acceso, en la
calidad, en la satisfacción de la población o en
incrementos de costos a niveles de no hacer sostenible
el sistema.
En el caso de los cambios propuestos en el IOMA surgen
razones ideológicas y políticas en donde no se visualiza
cuál es el objetivo central de éstos.
Debemos ser cuidadosos de apoyar cualquier tipo de
reforma sólo por el hecho de hacerlo, ya que de no tener
claro qué tipo de reforma necesitamos podemos estar peor
que ahora y destruir lo poco que aún está quedando en
pie de un sistema desbastado.
(*)
Médico. Especialista en Salud Pública.
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