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Decía Enrique Marí, en sus reflexiones sobre las pestes
históricas, que la enfermedad y la muerte no traen la
crisis que trastoca la vida social, sino que es la
crisis la que trae la enfermedad y la muerte. Así,
planteaba la idea de “la muerte invertida”.
Hoy podemos decir que el virus e incluso la pandemia no
son el problema de fondo, sino un síntoma de los males
que aquejan a nuestra sociedad (global y nacional) desde
hace décadas. A este respecto vale lo que afirman
muchos, como Jacques Attali: “no podemos volver a la
vida de antes que nos condujo a la catástrofe”.
Vale preguntarse, entonces: ¿es posible seguir
aprendiendo de la pandemia? ¿Acaso hemos aprendido algo?
Basta con revisar esta misma publicación para constatar
que existe un amplio, aunque variado, consenso acerca de
algunos ejes del área sanitaria nacional que resulta
indispensable reformar. Se vuelve casi trillado repetir:
la irracionalidad, inequidad, ineficiencia y
fragmentación que ya bien conocemos, aunque no las hace
menos punzantes.
Incluso se ha manifestado la voluntad de reforma desde
el oficialismo, pero ya en plena campaña electoral, el
tema resulta una vez más silenciado. Así, constatamos
que los pueblos marchan la historia, pero no
necesariamente lo hacen en línea recta hacia adelante,
también pueden dar vueltas y tropezar con las mismas
piedras.
Se torna inocultable que hay en juego intereses
particulares para mantener el statu quo o para controlar
el sentido y alcance de la reforma, pero la dificultad
pareciera ser más honda aún. La reforma que necesitamos
implica insertarla en un sendero de transformación
nacional que reevalúe al actor central del proceso: el
Estado.
Existe al respecto un debate estéril, ya superado
conceptualmente, pero perpetuado en la práctica: Estado
vs Mercado. Nuestra triste grieta política puede
entenderse en los términos simplificados de quién es el
bueno y quién el malo en dicho “enfrentamiento”, cuando
cualquier conocedor de los procesos históricos (y
actuales) sabe que Estado y Mercado han ido siempre de
la mano. Incluso cuando existan modelos que acentúan una
u otra dimensión en su dinámica, tal como se suele
ilustrar con los casos de Estados Unidos y Suecia, en
ambos la sinergia (local y global) entre sendos aspectos
lo hace sobre pilares robustos. Para decirlo claramente,
en Estados Unidos el estado es mucho más fuerte que el
nuestro, y en Suecia el mercado es más eficiente y
transparente que el nuestro.
Sin dudas, por aquí ambos sectores son susceptibles de
crítica, pero no se trata de subsanar los vicios de un
sector con el contrapeso del otro, que a su vez cuenta
con los suyos, en una recursividad perversa que termina
ineludiblemente en la corrupción. Hay que romper con la
lógica de más (o menos) de lo mismo, e intentar
reemplazarlo por algo distinto.
El nuevo enfoque consistiría en que Estado y Mercado no
se vean como amenazas entre sí, sino como aliados, como
propulsores de progreso. Necesitamos fortalecer el
Estado, lo cual no necesariamente significa agrandarlo.
Es más, parte de lograr mayor eficiencia puede
significar recortar organigramas o centralizar
decisiones y monitoreos. Pero ello no es en desmedro del
sector privado. Al contrario. Robustecer capacidades
estatales para mejorar la calidad de prestaciones tanto
públicas como privadas, o del llamado tercer sector.
Claro que las políticas más concretas requieren de
precisar el sentido de la reforma, pero de inicio se
trata de establecer no ya sólo unos objetivos finales,
sino los andariveles ineludibles por los cuales dicho
proceso de transformación debe pasar. Debemos
proponernos alcanzar un acuerdo sobre los nudos
conceptuales que sí se comparten. Se trata de un proceso
de reconocimiento de problemas para luego ir negociando
soluciones. Para ello hay que superar el nivel más
superficial de consenso que se limita a fines genéricos:
mejorar la salud de todas las personas, ser más
eficientes, lograr una mayor coordinación. Se trata de
pasar a la discusión sobre los medios: ¿cómo articular
los componentes proveedor, prestador, financiador y
consumidor?
Todo esto ya estaba presente antes de la pandemia. En
todo caso, el virus y sus consecuencias evidenciaron
algunos de los alcances y límites del planteo sanitario,
a la vez que la realización posible de una mayor
articulación. Toda evaluación del tratamiento de la
pandemia cae en saco roto, en lecturas políticas o
incluso corporativas. Pero admitir las falencias es
indispensable para replantear estrategias alternativas.
Es cierto que el sistema “aguantó”, en el sentido que no
ocurrió un colapso catastrófico (aunque debemos admitir
y no silenciar la desatención de pacientes no Covid),
pero los costos han sido -son- mucho más altos de lo que
algunos están dispuestos a admitir.
Por supuesto que hay discrepancias sobre el rol que debe
alcanzar el Estado, la evaluación de la performance de
cada sector, y mucho más, pero por ello mismo resulta
indispensable que se dé el debate público, franco y
profundo, de cara a la ciudadanía, a la altura de una
democracia moderna, y no sólo entre los especialistas.
Al comienzo de la pandemia, Daniel Innenarity ya
destacaba algunas claves para repensar una teoría de la
democracia compleja, para citar textualmente el título
de su último libro. No es momento de grandes líderes,
argumentaba, sino de organización, protocolos y
estrategias, en definitiva, inteligencia colectiva,
tanto en lo que se refiere a la respuesta médica como a
la organizativa y política. En su lugar, la pandemia nos
encontró con “un sistema político infradotado de
capacidad estratégica”. (1)
Si abandonamos la simulación y aceptamos la inexistencia
de un verdadero sistema de salud -entendido como
armonización de componentes- comprenderemos que no será
posible construir un Sistema Federal Integrado de Salud
si no superamos el efecto ocaso y el anacronismo que
supone. Se impone para ello la toma de conciencia,
responsabilidad y compromiso para hacer explícito qué
significa gobernar, y veremos que falta el órgano
ejecutor: un Gabinete Estratégico de Gestión Operativa
que funcione de manera federal y multidisciplinar, y que
centralice la responsabilidad de la gobernanza
sanitaria.
Junto a la gobernanza, el otro componente que integra la
ecuación sanitaria responde al saber hacer de la Salud
Pública. Debemos recuperar y renovar la mejor tradición
que supimos ejercer respecto a la formación médica,
pilar insustituible para enfrentar cualquier escenario
posible. Personal capacitado en el ejercicio de la
profesión, bajo la guía de maestros, constituye el
capital esencial a poner en juego.
Como decíamos al comienzo, vivimos tiempos de “muerte
invertida”, en que el conteo diario de fallecidos oculta
con su banalización aquello que en verdad cuenta y no es
contado: la frontera difusa entre crisis y decadencia;
la distinción entre problemas y dilemas; la diferencia
entre aplacar los síntomas y curar la enfermedad. La
superación de la situación impone una conjunción de
voluntades y estrategias, y sobre todo la
desmitificación de los reduccionismos que tranquilizan
por su simplicidad. No nos salvará ni un líder, ni un
experto ni una vacuna; aunque necesitemos liderazgo,
equipos científicos multidisciplinarios y un Programa
Nacional Estratégico de Vacunación.
Como expresaba Esteban Echeverría, más que reformarnos,
necesitamos regenerarnos.
1. La Vanguardia, 17 de marzo de 2020: Daniel
Innerarity: “No estamos ante un contagio, sino en medio
de una sociedad contagiosa”.
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(*) Doctor en Medicina
por la Universidad Nacional de Buenos Aires
(UBA). Director Académico de la Especialización
en “Gestión Estratégica en organizaciones de
Salud”; Universidad Nacional del Centro -
UNICEN; Director Académico de la Maestría de
Salud Pública y Seguridad Social de la
Universidad del Aconcagua - Mendoza; Co Autor
junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una
reconfiguración sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La
Salud que no tenemos” (2019); “Argentina
Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018);
“Claves jurídicas y Asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” EUDEBA - 2012 “En búsqueda de la salud
perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003)
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