|
La buena experiencia,
el aprendizaje sobre el pasado han sido durante mucho
tiempo frases que nos permitían conocer como se pensaba:
“La única fuente del conocimiento es la experiencia”
Albert Einstein; o “Todo nuestro conocimiento comienza
con la experiencia, lo cual no prueba que todo derive de
la experiencia” Immanuel Kant. Sin embargo, con el paso
de las décadas y durante el Siglo XX luego de 2 guerras
mundiales, la guerra fría, algunas pestes, tsunamis,
hambrunas y el boom tecnológico, los paradigmas del
aprendizaje evolutivo a partir de la experiencia fueron
actualizados hacia un aprendizaje planificado a partir
de unos objetivos proyectados o eventos esperados. Este
último es el caso de las acciones reclamadas en
anticipación de una catástrofe natural frente a la
contaminación ambiental.
En la misma dirección han corrido muchos gurúes del
management de occidente desde hace más de 40 años
llamando la atención sobre las urgentes necesidades de
desarrollar competencias específicas de adaptación y
flexibilidad ante el cambio en los futuros líderes.
Desde esos creadores de horizontes nos llegan frases
tales como: “La innovación es lo que distingue a los
líderes de los seguidores” Steve Jobs, “La mejor manera
de predecir del futuro es crearlo” Peter Drucker; o “La
motivación es el ingrediente catalizador de cualquier
innovación tecnológica” Clayton Christensen.
Los cambios en la humanidad desde que nos propusimos
sobrevivir a las más exigentes circunstancias tuvieron
una mezcla de sabiduría trasmitida oralmente junto con
hallazgos geniales que cambiaron la historia, no solo
por su formulación novedosa sino fundamentalmente porque
el aporte que dieron a la vida y al bienestar de la
humanidad no se hubiesen conseguido haciendo lo mismo
que se venía haciendo. Estas genialidades llamadas
inventos, descubrimientos o enfoques novedosos son la
evidencia de que hay procesos de cambio que suceden de
forma disruptiva, es decir, que no provienen del proceso
del hacer cotidiano sino que llegan desde un pensamiento
lateral, a decir de Edward de Bono.
Son reconocibles las relaciones entre la aparición de
soluciones innovadoras que hoy llamaríamos design
thinking y los conflictos bélicos.
A la 1ra Guerra Mundial le debemos el reloj pulsera, las
cremalleras, el acero inoxidable, las toallas femeninas
y el método GANTT. Con la 2da Guerra llegó la
penicilina, la energía nuclear, las computadoras, el
radar, los motores a reacción, las cabinas presurizadas,
los satélites, el caucho sintético, RFID, el método del
camino crítico CPM y el método PERT.
Estos avances hubiesen demorado más tiempo en llegar sin
el poderoso motivo de ganar una guerra. La supervivencia
hace que se active nuestra capacidad de encontrar
soluciones de manera disruptiva.
En los últimos 2 años la civilización globalizada
enfrentó su primer desafío a gran escala y como en un
meeting de zoom, al que todos fuimos invitados
inesperadamente. Es ciertamente temprano, saber cuáles
serán las innovaciones de este tiempo van a pasar a
inscribirse en los avances de la humanidad producidos
gracias a crisis de bélicas o de supervivencia.
A diferencia de las enumeraciones provenientes de las
grandes guerras, esta pandemia globalizada que se
extendió por todo el mundo casi simultáneamente tuvo
tantas estrategias de abordaje como culturas que se
vieron sacudidas en su fragilidad. Se describen tantas
fórmulas y mecanismos de crisis como líderes que tomaron
decisiones y, por lo tanto, no solo podremos reconocer
en un futuro próximo los medicamentos y tecnologías que
dieron un paso adelante para prevenir o curar el
Covid-19, sino también cuales conductas de los líderes
exitosos salvaron más vidas.
Sin embargo, algunas culturas y algunos líderes merecen
una mirada de atención no solo por sus buenos escores
sino porque los obtuvieron teniendo condicionantes
especialmente críticos entre su población. Uno de estos
casos es el de Japón. Este interesante país insular
tiene más de 126 millones de habitantes, con un 27% de
mayores de 65 años y una alta densidad poblacional. En
términos generales se pensaría que estos indicadores
demográficos mostrarían un terreno muy propicio para el
avance del Covid-19, sin embargo, pareciera ser un sitio
bastante seguro para pasar la pandemia. De los más de
1.280.000 infectados, fallecieron solo 15.625 según los
registros reportados esta semana por JHU CSSE.
La estrategia de Japón ha mostrado ser única por su
mezcla de enfoque científico, flexibilidad y sentido
común. “En Japón estamos usando un acercamiento
diferente al que se ha utilizado en la mayor parte del
mundo”, afirma el doctor Hitoshi Oshitani, profesor de
virología de la Facultad de Medicina de la Universidad
Tohoku.
“En casi todo el mundo, la estrategia ha sido intentar
contener el coronavirus. Desde el principio, nosotros no
tuvimos ese objetivo. Optamos por algo diferente:
decidimos aprender a vivir con este virus”. Para ello
agrega Oshitani “se trató de disminuir la trasmisión
tanto como fuera posible, a la vez que se mantenían las
actividades sociales y económicas”.
Las escuelas, restaurantes y bares estuvieron abiertos,
sus puntuales trenes volvieron a estar repletos y el
gobierno implementó campañas nacionales para incentivar
a la población a viajar dentro del país o a comer
afuera, como estrategias para recuperar la economía.
“Aceptamos que este virus es algo que no se puede
eliminar. De hecho, la gran mayoría de las enfermedades
infecciosas no se pueden eliminar, por lo que entendimos
que la mejor forma de combatirlo era coexistir con él”,
señala. Pocas semanas después de que se conociera sobre
el virus en China, Japón también registró su primer
contagio.
Era apenas el 16 de enero y faltaba poco para que la
situación en el país se agravara por el crucero Diamond
Princess, que se volvió un foco de infecciones en el
puerto de Yokohama ya que a bordo de la nave casi el 80%
de los embarcados tenían síntomas de Covid-19.
Los japoneses aprendieron de Wuhan, que el virus se
podía contener, aunque era extremadamente difícil
hacerlo ya que Japón no tiene ninguna forma legal para
llevar adelante una cuarentena o de obligar a las
personas a permanecer en sus casas. El país, pese a ser
uno de los más desarrollados de Asia, tampoco contaba
con la capacidad para producir y realizar pruebas
masivas, como lo estaba haciendo la vecina Corea del
Sur.
Cuando el entonces primer ministro Shinzo Abe levantó el
estado de emergencia anunció también que la estrategia
de Japón para enfrentar el virus sería “un nuevo estilo
de vida” en la que el coronavirus comenzaría a ser visto
como parte de la cotidianidad.
Las exigencias que se impusieron eran parte del sentido
común: usar mascarilla, mantener la distancia social,
lavarse las manos, no gritar, no conversar en alta voz,
no besar o dar la mano...
Fue así como surgió la estrategia conocida como “san
mitsu”, una recomendación de salud pública que se ha
vuelto la regla de oro para convivir con el virus:
-
Evitar lugares con
poca ventilación.
-
Evitar lugares
donde haya multitudes.
-
Evitar lugares
cerrados donde la gente habla en voz alta.
Como parte de este
principio, los eventos deportivos, por ejemplo, están
permitidos, pero la gente no puede gritar. En muchos
bares y restaurantes, se les pide a los clientes hablar
en voz baja o escuchar la música en lugar de conversar.
A nadie en Japón le gusta ser señalado como responsable
de haber contagiado a otros, la responsabilidad civil y
su violación desencadenan la condena social.
La estrategia del gobierno, aún siendo exitosa, ha
resultado poco popular: las encuestas de opinión
muestran una insatisfacción generalizada de la población
con el gobierno central, al que señalan de haber dado
una respuesta lenta y confusa.
De la sabia cultura japonesa al orgulloso National
Health Service inglés, las diferencias son notables al
momento de encontrar los factores positivos de culturas
que se caracterizan por pensar bien antes de actuar. Aún
cuando la pandemia fue global, las medidas y acciones
que se emprendieron fueron muy distintas de país a país.
El Dr. Bernard Crump, MD MPH, profesor de la Univ. de
Warwick - UK, ante las consultas de sus alumnos
latinoamericanos de Líder Latam, acerca de cómo se
organizaron para enfrentar la dura batalla contra el
Covid-19 luego del fuerte impacto inicial con la alta
mortalidad pre vacunas, aseguró que fue un preciso
trabajo en calidad y en equipo, el que les permitió
salir al 2do round.
“Sabíamos que íbamos a tener dificultad con las camas de
UCI y tuvimos que ir abriendo nuevas camas. Se volvieron
a introducir a la práctica asistencial a médicos
retirados y personal altamente calificado que estaba en
tareas académicas. Se hicieron más flexibles los
protocolos de compras y se buscaron ayudas en todos los
sectores de la producción para abastecer de tecnología e
insumos al sistema de salud”.
Entre muchas acciones ingeniosas, se hicieron
asociaciones con la industria de Formula 1 para que los
ayudara a lograr consultas masivas remotas y para
proveer soluciones para la limpieza de respiradores; la
Academia tuvo que acelerar procedimientos para producir
codificaciones nuevas para el desarrollo, ensayo y
aprobación de vacunas y el sistema hospitalario
compartió y reasigno su personal conforme a principios
de calidad y eficiencia.
Resulta curioso escuchar que en la base del modelo de
coordinación hospitalaria estuviesen los procesos de
calidad, universalizados en sus acreditaciones de
calidad, se transformaran en la autopista y el código de
entendimiento por el cual los equipos de UCI de 5
hospitales pudieron trabajar coordinadamente a lo largo
de los meses de pandemia dentro de una misma estructura.
El Dr. Crump se explaya “partieron de un pensamiento
simple, los equipos de las UCI tienen una alta
experiencia y conocimiento en el trato con los
pacientes, dejemos a ellos resolver y que los directivos
aporten lo requerido con agilidad para responder a las
demandas de los equipos de especialistas”.
En definitiva, si bien el final de esta pandemia todavía
está abierto, pudimos aprender algunas lecciones acerca
del poder de la cultura civil y su proyección social,
del liderazgo positivo y su capacidad de generar
compromisos con los actores sociales sin especulaciones,
aceptando que el ingenio y la innovación pueden ser las
respuestas acertadas, cuando se trata de salvar vidas.
|