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A lo largo del tiempo, especialmente en los últimos años
y a medida que ingresan al mercado sanitario
medicamentos innovadores disruptivos en forma más
frecuente, la industria farmacéutica ha presionado sobre
los gobiernos para su incorporación sin revisar sus
beneficios reales. Especialmente en América Latina,
donde cada país paga precios muy elevados y
significativamente diferentes por medicamentos que no
siempre traen utilidades concretas en términos de mejora
de calidad de vida a la mayoría de las personas cuyas
enfermedades los requieren.
Por lo general, salvo contadas excepciones como lo
sucedido en Colombia durante la gestión del ministro
Alejandro Gaviria, las farmacéuticas no registraban
cuestionamientos y mucho menos regulaciones o
negociaciones con el Estado. Era más frecuente que
fueran ellas quienes impusieran las condiciones de venta
y los precios para sus productos más sofisticados. Esto
se hizo especialmente evidente con el ingreso de las
moléculas biotecnológicas, en condiciones de monopolio y
con un absoluto poder de mercado.
Las farmacéuticas llegaban a los reguladores con su
portfolio de informes y estudios especializados y le
explicaban a los decisores porqué debían incorporar el
producto en cuestión, sin tener en cuenta su precio ni
el impacto sobre los terceros pagadores. Para ellas no
existe el costo de oportunidad del gasto, sino la
oportunidad de manejar el costo de lo que se va a
gastar. Casi como una ecuación lineal. Del otro lado,
nadie objetaba nada.
El problema reside en que para disponer de una
regulación que evitara estos abusos, debía contarse con
información abundante y adecuada en tiempo y forma.
Especialmente sobre los precios y sus variaciones entre
países de Europa, América Latina y hasta en el propio
mercado de Estados Unidos. Para lograrlo era necesario
disponer del conocimiento acerca de cómo se comportan
las farmacéuticas respecto de los precios de sus
biotecnológicas “blockbuster” en determinados mercados
locales o mundiales, así como de la mayor evidencia
científica acerca de cuán efectivas y pertinentes son
dichas moléculas frente a las enfermedades y pacientes a
quienes están destinadas, más un completo análisis de
bioseguridad en cuanto a efectos secundarios. Finalmente
-de contar con una Agencia de Evaluación de Tecnologías
absolutamente independiente- agregar la cuarta garantía,
que reside en aplicar el análisis de costo/efectividad.
Una de las modalidades respecto de cómo opera la
industria farmacéutica en el mercado de salud de América
Latina es manipular información confidencial según sus
intereses en cada país. Por ejemplo, en uno país puede
ofrecer un medicamento cuyo estudio clínico confirma la
supuesta efectividad innovadora y establecer un precio
determinado por el cual el Gobierno y los financiadores
quedaran obligados a efectuar un significativo gasto. Y
en otro, presenta idéntico estudio, pero como tanto el
mercado como las condiciones bajo las cuales se lo
negocia resultan diferentes, establece un precio más
bajo por idéntica molécula.
Sistematizando la información disponible y efectuando
las comparaciones necesarias, cualquier gobierno
encontraría mejores condiciones de negociación para
establecer decisiones acertadas y seguras que eviten
distorsionar el gasto en salud y al mismo tiempo
beneficien a los aseguradores carentes de capacidad para
limitar tales excesos.
El ejercicio planteado por el Estado colombiano permitió
advertir no solo que se pagaba mucho más respecto de
otros países vecinos, sino que, frente a los precios de
idéntico medicamento en la propia Europa, las
diferencias eran notablemente significativas. La
libertad de precios en un mercado sin regulaciones
claras ni información precisa lleva a un extremo casi
absurdo, donde el Estado y los financiadores pagan
dócilmente lo que el vendedor decida unilateralmente
cobrar.
¿Es posible encontrar una estrategia que permita regular
los precios de los medicamentos innovadores? La
respuesta es sí, porque la experiencia colombiana fue
-si bien posteriormente frustra por decisiones
políticas- altamente valiosa. Se trata, en primer lugar,
de crear una plataforma que permita concentrar toda la
información posible acerca de precios y efectividades de
los medicamentos de alto costo que los países de América
Latina compran y pagan a las farmacéuticas, algo
inexistente hoy por nuestras latitudes. Y disponer así
de un espacio virtual, donde los decisores pudieran
ingresar y comprobar si los precios de referencia son
realmente competitivos, si toda innovación es igualmente
relevante y sus procesos de negociación se ajustan a los
valores del mercado internacional. De esa forma,
tendrían la oportunidad no solo de pagar menos o ahorrar
dinero, sino -lo más importante- pagar el precio justo
en base a una efectividad reconocida y generar reglas
del juego transparentes para todas las partes.
¿Porque si en los países de economías desarrolladas se
paga menos, en América Latina tenemos que pagar precios
tan altos? Gaviria pudo en Colombia imponer topes
estrictos en un mercado originalmente monopólico y
concentrado, en base a disponer de los precios
observados de un conjunto de 17 países de referencia,
incluyendo varios latinoamericanos y europeos. Los
medicamentos cuyo precio se iba a regular tenían que
cumplir con tres condiciones: estar en el tope del gasto
(es decir, los más pedidos por los pacientes), ser
costosos y no disponer de tratamientos alternativos.
La idea central consistía en poder controlar el precio
de las moléculas innovadoras a partir de su calidad,
valor terapéutico real y no solo del marketing de las
farmacéuticas. Aplicando el percentil 75, la norma
regulatoria garantizaba que el precio de los
medicamentos no debía superar al que se registraba como
promedio más bajo en cuatro países del conjunto de
referencia. Por ejemplo, si un medicamento costaba en
Colombia 1.000 dólares y en otro 200, el precio de
referencia no debería ser mayor a 400 dólares. Además,
sin disponer del valor terapéutico por parte del INVIMA,
no se autorizaba el ingreso. Una señal clara.
Aplicando este mecanismo, cada país podría mover sus
fichas en el tablero regional de acuerdo al mercado y a
los actores políticos, buscando condiciones favorables
en cuanto a precios para extraer mayor rédito económico
y social. Porque si cada uno negocia por su cuenta, y no
se entera de lo que le están vendiendo a sus vecinos y
bajo qué condiciones, el resultado es quedarse aislado
en la propia desinformación.
Las experiencias están para ser compartidas, y las
políticas para ser analizadas, comparadas y
consideradas. En la Argentina, no es novedad que los
medicamentos oncológicos biotecnológicos de alto costo
tienen los precios más elevados de la Región. Al igual
que algunos para tratamiento de EPOF. ¿No es hora de
pensar una estrategia similar, que ya cuenta con el
antecedente de su implementación y reconocimiento?
A veces, por querer detenerse en inventar regulaciones
desestimando experiencias, lo que se hace es no
aplicarlas y favorecer el juego de la industria. Por
supuesto que, frente a este tipo de medidas, las
farmacéuticas son hábiles para desplegar otro tipo de
estrategias mucho más sofisticadas. Una es la inducción
a la judicialización de ciertos tratamientos de alto
costo, sobre todo cuando la justicia carece de criterios
argumentales y no funciona demasiado bien. Otra es la
presión a través de asociaciones de pacientes, que
exigen al Estado financiar determinado medicamento aun
sin efectividad comprobada.
Las moléculas biotecnológicas, por falta de competencia,
tienen en muchos casos precios astronómicos que
requieren enfrentarlas a biosimilares, favoreciendo
“rutas abreviadas” para su aprobación hasta donde sea
posible, así como regulaciones hasta donde resulten
necesariamente adecuadas. Pero ninguna medida en el
complejo mercado sanitario termina con la regulación,
sino que requiere de mayor competencia y transparencia.
Especialmente si se trata de un submercado opaco como el
del medicamento, donde la medicina suele registrar un
complejo e histórico divorcio entre precio y valor.
Como bien dijo Francisco de Quevedo y popularizara
Antonio Machado 300 años después, “solo un necio
confunde valor con precio”.
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(*) Titular de Análisis de Mercados de Salud. Universidad ISALUD. |
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