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Alemania tiene una corta historia como nación: 150 años.
Hasta entonces lo que hoy conocemos como República
Alemana abarcaba un conjunto de Estados (reinos,
ducados, principados, ciudades y un territorio
imperial), cuya unificación bajo el Imperio Alemán
(nacido en 1871, y que duró hasta el final de la Primera
guerra Mundial) implicó un complejo, y sangriento,
proceso político y militar en el cual fue fundamental el
papel jugado por Otto Von Bismarck.
La figura política de Bismarck es apasionante. Era un
hijo de la nobleza, al que aparentemente llamaban “El
loco Bismarck” por ciertas peculiaridades de su conducta
juvenil, que ingresó a la política en 1847, y es hoy
reconocido como el Padre de la Alemania moderna. Gran
estratega, y líder enérgico, (para muchos, el cerebro
político detrás del Emperador Guillermo I°), era llamado
el Canciller de Hierro.
Su estilo de gobierno era francamente autoritario, aún
en un contexto constitucional. Gobernó primero con los
liberales y enfrentó a los católicos, hasta 1879, cuando
se alió con el partido del Centro, católico, virando a
una postura económicamente proteccionista, en favor del
desarrollo de la industria alemana.
Hacia finales del siglo XIX aprobó leyes represivas
contra el socialismo, y promovió la “Ley sobre el seguro
médico de los trabajadores” (Krankenversicherungsgesetz,
aprobada el 15 de junio de 1883), que establecía que los
trabajadores industriales, los artesanos y los
comerciantes aportarían, en conjunto con sus
empleadores, al incipiente sistema de la seguridad
social.
Es relevante recordar que en 1867 se había publicado en
Alemania la primera edición de “El Capital”, de Carlos
Marx (nacido en Prusia). Y en 1905 se produjo un
sangriento conato revolucionario en Rusia. Bismarck,
comprometido con el desarrollo industrial alemán, era un
enemigo mortal de las ideas revolucionarias que se
incubaban en su país, y se concretarían luego con el
triunfo bolchevique en 1917.
Probablemente el instituir el que por entonces era un
sistema modelo de cuidado de la salud de los
trabajadores se relacionaba con la percepción de
Bismarck respecto de la gravedad de la amenaza que
constituía el “fantasma” que recorría Europa.(1)
Al otro lado del Atlántico, a casi 12.000 km. de Berlín,
en los albores del siglo XX también se inició la
tradición sindical argentina.
Entre 1880 y 1915 llegaron al país más de 7.000.000 de
europeos, que en muchos casos traían consigo cultura y
convicciones políticas revolucionarias y convicciones
asociativistas, que fueron, de hecho, el origen de la
gran cantidad de mutualidades que comenzaron a funcionar
en nuestro país por entonces. La organización sindical,
mayormente clandestina y violentamente reprimida, se fue
extendiendo bajo la influencia ideológica del
socialismo, el comunismo y el anarquismo.
Aún antes de ser presidente (por primera vez en 1946)
Perón advirtió la importancia de incorporar a su
proyecto político a los trabajadores -hasta ese momento
ausentes del protagonismo político-, pero organizados,
eso sí, a través de estructuras sindicales bajo control
del Estado. Y para ello desde 1943 promovió activamente
el desplazamiento -muchas veces en forma violenta- de
las dirigencias no adictas; fortaleciendo
simultáneamente a los dirigentes (y sus sindicatos) que
se sumaban a la construcción del Movimiento
Justicialista.
En ese programa fue muy importante la aplicación
efectiva de leyes laborales y sociales -que en muchos
casos ya habían sido sancionadas por el Congreso desde
principios de siglo, mayoritariamente por iniciativa de
los socialistas, pero que no habían sido reglamentadas
ni aplicadas durante los gobiernos conservadores- que
beneficiaban a los obreros y los peones en el campo, y
que significaron una mejoría muy importante en su
bienestar, y obviamente atrajeron hacia el peronismo a
grandes masas populares.
La protección de la salud de los trabajadores, por su
parte, se organizó en base a estructuras burocráticas
dentro del Gobierno nacional, es decir, diferenciada de
los sindicatos.
En 1953 el segundo Plan Quinquenal publicado por el
Gobierno promovió explícitamente el desarrollo de
servicios asistenciales propios de cada gremio, y dio
por tierra con el proyecto de Ramón Carrillo de
desarrollar progresivamente un Seguro Nacional de Salud.
La historia y relevancia del sindicalismo en nuestro
país no puede minimizarse. El llamado modelo sindical
argentino constituye una peculiaridad distintiva de la
Argentina: se define por el monopolio de una asociación
sindical con Personería Gremial (reconocimiento estatal)
por rama de actividad, a excepción del ámbito del
Estado.
Es un modelo basado en organizaciones sindicales
fuertes, ampliamente extendidas, que abarcan a todos los
trabajadores de una actividad; y, por lo tanto, una
única central nacional formalmente reconocida: la
Confederación General del Trabajo (CGT), que a lo largo
de los años se ha dividido y unificado en función de las
necesidades de la convivencia con el poder político en
turno: militares, propios u opositores, pero
históricamente reconocida por sus dirigentes como
“columna vertebral” del Movimiento Justicialista.
Aún así los recursos económicos de la seguridad social
no pasaron a manos de los sindicatos hasta 1970.
Ese año, el presidente de facto Gral. Juan Carlos
Onganía, jaqueado políticamente por los levantamientos
(2) de fuertes sindicatos industriales mayormente
controlados por la izquierda marxista, dictó la Ley
18.160 que estableció el financiamiento de las Obras
Sociales con aportes patronales equivalentes al 2% de
los sueldos pagados, el 1% del salario de cada
trabajador, más un 1% adicional cuando tuviera una o más
personas a cargo, y un 2% del haber de los jubilados.
Asimismo, se entregó la conducción de las mismas a sus
respectivos sindicatos.
En junio de 1969 había sido asesinado en su oficina el
secretario general de la por entonces poderosa Unión
Obrera Metalúrgica, Augusto Vandor -cercano al Gobierno
militar-, quien fue reemplazado por Lorenzo “Loro”
Miguel, un hábil dirigente que negoció con el Gobierno
de Onganía el dictado de la Ley.
El Gobierno prohibió las organizaciones sindicales de
izquierda y persiguió a sus dirigentes y militantes.
De cualquier manera, a Onganía el acuerdo logrado con la
dirigencia sindical peronista no le resultó muy útil. En
febrero promulgó el Decreto-Ley, y en junio debió
renunciar.
Lorenzo Miguel fue un protagonista de la historia
política argentina durante muchos años más, diestro en
el arte de “golpear y negociar”, tanto en lo gremial
como en lo político -dos dimensiones difícilmente
diferenciables en la cultura sindical argentina- encarnó
la figura del “burócrata sindical”, identificado con las
expresiones de la llamada derecha sindical durante los
años setenta y ochenta, con buenas vinculaciones en
distintas esferas de la política nacionales, y sectores
militares.
Es desde entonces que nuestro sistema Bismarckiano se ha
consolidado en el corazón de la discusión política, en
términos partidarios o faccionales, relegando toda
factibilidad de cambio estructural del sistema de salud
a la fortaleza relativa de la administración de gobierno
en turno (peronista o no) frente al poder sindical.
Fortaleza que no ha abundado en la Argentina de las
últimas décadas.
Los previsibles y profundos cambios que se producen en
el escenario económico y social impactarán gravemente
sobre el financiamiento y las posibilidades del sistema
ideado originalmente en 1883 y al que nosotros le
sumamos las peculiaridades de nuestra historia y cultura
política. Ojalá podamos no llegar tarde al futuro.
1 “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del
comunismo”
Así se inicia El Capital.
2 El Cordobazo y el Rosariazo.
(*) Médico. Master en Economía y Cs. Políticas.
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