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Opinión


De Bismarck a Lorenzo Miguel

Por el Dr. Javier Vilosio (*)

 
Alemania tiene una corta historia como nación: 150 años. Hasta entonces lo que hoy conocemos como República Alemana abarcaba un conjunto de Estados (reinos, ducados, principados, ciudades y un territorio imperial), cuya unificación bajo el Imperio Alemán (nacido en 1871, y que duró hasta el final de la Primera guerra Mundial) implicó un complejo, y sangriento, proceso político y militar en el cual fue fundamental el papel jugado por Otto Von Bismarck.
La figura política de Bismarck es apasionante. Era un hijo de la nobleza, al que aparentemente llamaban “El loco Bismarck” por ciertas peculiaridades de su conducta juvenil, que ingresó a la política en 1847, y es hoy reconocido como el Padre de la Alemania moderna. Gran estratega, y líder enérgico, (para muchos, el cerebro político detrás del Emperador Guillermo I°), era llamado el Canciller de Hierro.
Su estilo de gobierno era francamente autoritario, aún en un contexto constitucional. Gobernó primero con los liberales y enfrentó a los católicos, hasta 1879, cuando se alió con el partido del Centro, católico, virando a una postura económicamente proteccionista, en favor del desarrollo de la industria alemana.
Hacia finales del siglo XIX aprobó leyes represivas contra el socialismo, y promovió la “Ley sobre el seguro médico de los trabajadores” (Krankenversicherungsgesetz, aprobada el 15 de junio de 1883), que establecía que los trabajadores industriales, los artesanos y los comerciantes aportarían, en conjunto con sus empleadores, al incipiente sistema de la seguridad social.
Es relevante recordar que en 1867 se había publicado en Alemania la primera edición de “El Capital”, de Carlos Marx (nacido en Prusia). Y en 1905 se produjo un sangriento conato revolucionario en Rusia. Bismarck, comprometido con el desarrollo industrial alemán, era un enemigo mortal de las ideas revolucionarias que se incubaban en su país, y se concretarían luego con el triunfo bolchevique en 1917.
Probablemente el instituir el que por entonces era un sistema modelo de cuidado de la salud de los trabajadores se relacionaba con la percepción de Bismarck respecto de la gravedad de la amenaza que constituía el “fantasma” que recorría Europa.(1)
Al otro lado del Atlántico, a casi 12.000 km. de Berlín, en los albores del siglo XX también se inició la tradición sindical argentina.
Entre 1880 y 1915 llegaron al país más de 7.000.000 de europeos, que en muchos casos traían consigo cultura y convicciones políticas revolucionarias y convicciones asociativistas, que fueron, de hecho, el origen de la gran cantidad de mutualidades que comenzaron a funcionar en nuestro país por entonces. La organización sindical, mayormente clandestina y violentamente reprimida, se fue extendiendo bajo la influencia ideológica del socialismo, el comunismo y el anarquismo.
Aún antes de ser presidente (por primera vez en 1946) Perón advirtió la importancia de incorporar a su proyecto político a los trabajadores -hasta ese momento ausentes del protagonismo político-, pero organizados, eso sí, a través de estructuras sindicales bajo control del Estado. Y para ello desde 1943 promovió activamente el desplazamiento -muchas veces en forma violenta- de las dirigencias no adictas; fortaleciendo simultáneamente a los dirigentes (y sus sindicatos) que se sumaban a la construcción del Movimiento Justicialista.
En ese programa fue muy importante la aplicación efectiva de leyes laborales y sociales -que en muchos casos ya habían sido sancionadas por el Congreso desde principios de siglo, mayoritariamente por iniciativa de los socialistas, pero que no habían sido reglamentadas ni aplicadas durante los gobiernos conservadores- que beneficiaban a los obreros y los peones en el campo, y que significaron una mejoría muy importante en su bienestar, y obviamente atrajeron hacia el peronismo a grandes masas populares.
La protección de la salud de los trabajadores, por su parte, se organizó en base a estructuras burocráticas dentro del Gobierno nacional, es decir, diferenciada de los sindicatos.
En 1953 el segundo Plan Quinquenal publicado por el Gobierno promovió explícitamente el desarrollo de servicios asistenciales propios de cada gremio, y dio por tierra con el proyecto de Ramón Carrillo de desarrollar progresivamente un Seguro Nacional de Salud.
La historia y relevancia del sindicalismo en nuestro país no puede minimizarse. El llamado modelo sindical argentino constituye una peculiaridad distintiva de la Argentina: se define por el monopolio de una asociación sindical con Personería Gremial (reconocimiento estatal) por rama de actividad, a excepción del ámbito del Estado.
Es un modelo basado en organizaciones sindicales fuertes, ampliamente extendidas, que abarcan a todos los trabajadores de una actividad; y, por lo tanto, una única central nacional formalmente reconocida: la Confederación General del Trabajo (CGT), que a lo largo de los años se ha dividido y unificado en función de las necesidades de la convivencia con el poder político en turno: militares, propios u opositores, pero históricamente reconocida por sus dirigentes como “columna vertebral” del Movimiento Justicialista.
Aún así los recursos económicos de la seguridad social no pasaron a manos de los sindicatos hasta 1970.
Ese año, el presidente de facto Gral. Juan Carlos Onganía, jaqueado políticamente por los levantamientos (2) de fuertes sindicatos industriales mayormente controlados por la izquierda marxista, dictó la Ley 18.160 que estableció el financiamiento de las Obras Sociales con aportes patronales equivalentes al 2% de los sueldos pagados, el 1% del salario de cada trabajador, más un 1% adicional cuando tuviera una o más personas a cargo, y un 2% del haber de los jubilados. Asimismo, se entregó la conducción de las mismas a sus respectivos sindicatos.
En junio de 1969 había sido asesinado en su oficina el secretario general de la por entonces poderosa Unión Obrera Metalúrgica, Augusto Vandor -cercano al Gobierno militar-, quien fue reemplazado por Lorenzo “Loro” Miguel, un hábil dirigente que negoció con el Gobierno de Onganía el dictado de la Ley.
El Gobierno prohibió las organizaciones sindicales de izquierda y persiguió a sus dirigentes y militantes.
De cualquier manera, a Onganía el acuerdo logrado con la dirigencia sindical peronista no le resultó muy útil. En febrero promulgó el Decreto-Ley, y en junio debió renunciar.
Lorenzo Miguel fue un protagonista de la historia política argentina durante muchos años más, diestro en el arte de “golpear y negociar”, tanto en lo gremial como en lo político -dos dimensiones difícilmente diferenciables en la cultura sindical argentina- encarnó la figura del “burócrata sindical”, identificado con las expresiones de la llamada derecha sindical durante los años setenta y ochenta, con buenas vinculaciones en distintas esferas de la política nacionales, y sectores militares.
Es desde entonces que nuestro sistema Bismarckiano se ha consolidado en el corazón de la discusión política, en términos partidarios o faccionales, relegando toda factibilidad de cambio estructural del sistema de salud a la fortaleza relativa de la administración de gobierno en turno (peronista o no) frente al poder sindical. Fortaleza que no ha abundado en la Argentina de las últimas décadas.
Los previsibles y profundos cambios que se producen en el escenario económico y social impactarán gravemente sobre el financiamiento y las posibilidades del sistema ideado originalmente en 1883 y al que nosotros le sumamos las peculiaridades de nuestra historia y cultura política. Ojalá podamos no llegar tarde al futuro.


1 “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”
Así se inicia El Capital.
2 El Cordobazo y el Rosariazo.

 

(*) Médico. Master en Economía y Cs. Políticas.

 

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