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La Argentina vive uno de sus
momentos socioeconómicos más
críticos. La consecuencia de la
pandemia y las acciones para mitigar
sus efectos sanitarios, impactaron
de lleno en la pobreza, el
desempleo, la caída de la actividad
económica y el déficit fiscal. Sin
embargo, la caída ha sido más
pronunciada, y las expectativas de
recuperación son más lentas que en
la mayoría de los países.
Esto se debe principalmente a las
condiciones estructurales del país,
como ser un piso de pobreza del 25%
o el déficit fiscal crónico, donde
apenas 12 de los últimos 60 años se
logró tener superávit fiscal. Cuando
se buscan soluciones, la mayoría de
las voces apuntan a la generación de
empleo genuino, y la herramienta
elegida para la discusión, por una
parte importante de estas voces, es
la flexibilidad laboral.
UN
POCO DE HISTORIA, LA DÉCADA DEL 90 Y
LOS 2000
Bajo la doctrina del “Consenso de
Washington”, la política laboral
adoptada durante la década del 90 se
centró en la reducción del costo
laboral como estrategia para lograr
eficiencia y competitividad. Se
formularon decretos y normativas con
los objetivos del control del
salario y la reducción de las cargas
sociales, la refuncionalización de
los convenios colectivos y el rol de
los sindicatos, y, con especial
énfasis, en la flexibilización de
los contratos de trabajo y de la
indemnización por despido. Se
incorporaron los períodos de prueba,
horarios flexibles, sobre horarios,
contratos por tiempo determinado y
contratos a tiempo parcial.
Contrariamente a lo deseado, el
resultado en la década fue el mayor
índice de desempleo registrado en la
historia moderna del país y la
creación de empleo precario
(inestable, mal remunerado, con
jornadas laborales prolongadas
(sobreexplotación) o reducidas
(changas). Por un lado, como señal
del deterioro del salario,
originando la necesidad de aceptar
las jornadas por más de 45 horas
semanales, con extensión de hasta 60
horas. Por otro lado, como contraste
un aumento considerable del número
de trabajadores que se incorporaron
al mercado laboral trabajando menos
de 30 horas por semana (changas,
trabajo a tiempo parcial, etc.).
Otro efecto observado fue el
crecimiento del desempleo de larga
duración.
Luego de la crisis del 2001-2002,
donde se alcanzó el máximo desempleo
en el país, las tasas bajaron
abruptamente acompañando el
crecimiento de la economía hasta
2010, donde se estancó durante
varios años para luego crecer
sostenidamente desde 2014 hasta
nuestros días. El dato más
destacable de la década es que se
generó empleo aun cuando se
rigidizaron las normativas
laborales. Se dio la mejora del
salario y las condiciones laborales,
incluida la doble indemnización
desde 2002. También es necesario
resaltar que el piso de desempleo
fue de 7.1%, es decir, más de dos
puntos por encima del piso de la
década del ´80, dando a entender que
el problema estructural se agravó,
ya que es gente que permanentemente
está fuera del sistema.
EL
MERCADO LABORAL Y SU IMPACTO EN LA
SALUD
La consecuencia inmediata, en el
sector sanitario argentino, del
desempleo, informalidad y pérdida
adquisitiva de los salarios es la
baja de recursos en el subsector de
obras sociales y el aumento de
población que depende de la
asistencia del subsector público. A
su vez, dicho subsector también
tiene menos recursos dada la baja en
la recaudación de impuestos por la
consecuente caída del consumo.
Sin embargo, quiero destacar las
consecuencias en la salud de las
personas. Estudios de diversas
universidades demuestran el impacto
del desempleo en la salud como así
también el impacto sobre la
flexibilización laboral sobre los
trabajadores. Algunos datos
destacables son: el impacto en la
tasa de mortalidad, donde las
personas desempleadas tienen una
tasa de mortalidad 20% más alta que
las personas con empleo; la tasa de
suicidios aumenta cuando aumenta el
desempleo; y cuando la incertidumbre
laboral crece aumenta la ansiedad,
la depresión y el riesgo de
enfermedades cardíacas. Según el
investigador inglés Michael Marmot,
el desempleo juvenil debería ser
considerado una catástrofe sanitaria
con efectos en las generaciones
futuras.
En resumen, la consecuencia directa
de los efectos de las caídas en el
mercado laboral empeora las
condiciones de salud de la
población, siendo qué a la vez,
reducen los ingresos al sector
salud. Un combo complicado para un
sistema de salud argentino que se
encuentra en crisis de recursos.
UNA
CONCLUSIÓN ABIERTA
La primera conclusión a la que
arribo es la coincidencia con
aquellas voces que indican que la
salida a la crisis es la generación
de empleo genuino. Tanto desde el
impacto económico como sanitario, la
generación de empleo es la respuesta
adecuada.
Sin embargo, es necesario dar la
discusión de como generar este
empleo. Como lograr que las empresas
tomen personal, bajo condiciones
dignas, siendo a la vez competitivas
y eficientes. Según las lecciones
que se observan en la historia
inmediata de nuestro país, el
“costo” del trabajador no es el
principal problema para la
generación de empleo, sino el
crecimiento económico y el aumento
de la demanda (interna y externa).
Es necesario mejorar las condiciones
económicas que incentiven el ingreso
de capitales productivos. Tener un
plan económico consistente con
nuestra realidad, donde la lucha
contra la inflación no esté centrada
solamente en la microeconomía (los
precios de venta en el mercado) sino
en revertir condiciones
macroeconómicas que den estabilidad
a los mercados.
Esto no significa que las
condiciones laborales actuales sean
las adecuadas y que algunos cambios
se puedan dar. Pero hay que generar
el debate con evidencia sustentable
sobre la generación del empleo. Es
probable que la solución no sea la
flexibilización laboral de los 90,
pero si sea necesario mejorar
aspectos en la normativa que impida
que la industria del juicio crezca o
protección para las Pymes.
Los extremos no sirven. En
definitiva, uno de los grandes
problemas de la Argentina es no
tener puntos medios.
(*) Asociación de Economía de la
Salud.
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