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El pensamiento sobre sanitarismo en la Argentina está
necesariamente atado a la figura del indiscutido y
brillante Ramón Carrillo. En Colombia, en cambio, salud
pública es sinónimo de Héctor Abad Gómez, una figura de
gran significado para este país que trasciende sus
fronteras y que renovó su celebridad gracias al estreno
de la película El olvido que seremos
(Fernando Trueba, 2020).
La película lleva el mismo nombre que el libro escrito
por su hijo menor Héctor Abad Faciolince, que había
visto la luz en 2006. Narra de manera personal la
historia de su padre, un sanitarista cuyo final es
conmovedor: murió asesinado en 1987 a los 66 años en
Medellín, tras sus denuncias contra grupos
paramilitares.
Todas las reseñas sobre su vida lo destacan como una
eminencia en salud pública, pero además y sobre todo
como un hombre bueno. La bondad se expresa en ese libro
y en esa película, sostenidos sobre el amor del relato
de su hijo escritor, que no juzga, pero sufre, la
vocación de su padre a estar dispuesto a morir por una
causa que excede a sus afectos. Cuenta que su padre
decía que “hay muertes que honran”.
“Para mí juzgarlo es muy difícil. Ofrecer la vida por
los derechos humanos de los demás, de todos los que no
son hijos -que puede incluir a los hijos- es más
generoso, pero también es más misterioso y difícil de
entender”, dice Abad Faciolince en una entrevista, en la
que reconoce haber dilatado casi 20 años la finalización
del proyecto del libro sobre su padre.
La salud pública de los colombianos fue el mayor desvelo
de Héctor Abad Gómez, por lo que practicó la docencia
universitaria con pasión (había estudiado en Colombia y
completado una maestría sobre salud pública en Estados
Unidos) y escribió más de una decena de ensayos y obras
académicas. Fundó, asimismo, varias escuelas de Salud
Pública en su país.
Sus aportes fueron originales y quizá uno de los más
célebres sea el de “poliatría” (polis= ciudad-Estado e,
iatría= estudio, tratamiento, curación), una disciplina
social y comprehensiva que concibió y propuso para
abordar la complejidad. No la complejidad médica, sino
la complejidad social. Esta nueva disciplina debía
interesarse por los problemas sociales y, sobre todo,
debía estar provista de una gran compasión por lo
humano.
La idea de poliatría concebida por Abad Gómez implica
una profesión totalmente nueva, multi y
transdisciplinaria, destinada a armonizar medicina,
salud pública, epidemiología, antropología, sociología,
psicología social, economía, política. Postuló que esa
disciplina debía entenderse como una orquesta sinfónica:
una complejidad de partituras e instrumentos variados
que se expresarían en una ejecución armónica. Tender a
desarrollar todos los instrumentos de solidaridad humana
utilizando los elementos de la convivencia pacífica, ése
era el postulado.
Su compromiso con la realidad social, económica y
política de Colombia obedeció a esta fundamentación
académica, a su concepción y posicionamiento ante la
vida y a su ideal de ciudadano al servicio de la
sociedad. En sus palabras: “El médico que de medicina
sólo sabe, ni de medicina sabe”.
Creó el año rural obligatorio para los médicos recién
graduados y las promotoras rurales de salud. Participó
de las primeras campañas masivas de vacunación
antipoliomielítica. Pero también luchó activamente
porque las poblaciones vulnerables accedieran a redes de
abastecimiento de agua potable.
Realmente la vida de Héctor Abad Gómez es de película.
Por eso no sorprende que también su nieta Daniela Abad
dirigiera junto a Miguel Salazar un documental sobre su
vida en 2015. El documental también retrata, con otro
lenguaje, lo que se narra en el libro que ya es
considerado el primer clásico de la literatura
hispanoamericana del siglo XXI, una “novela sin
ficción”.
Héctor Abad Gómez también fue cronista fervoroso de la
paz y la violencia colombiana desde el periodismo y
desde la política: “La Universidad está en la mira de
quienes desean que nadie cuestione nada, que todos
pensemos igual; es el blanco de aquellos para quienes el
saber y el pensamiento crítico son un peligro social,
por lo cual utilizan el arma del terror para que ese
interlocutor crítico de la sociedad pierda su
equilibrio, caiga en la desesperación de los sometidos
por la vía del escarmiento”.
En sus últimos años se había abocado al cultivo de rosas
en un jardín sembrado por él mismo. Cuando fue asesinado
por dos sicarios en el velorio de Luis Fernando Vélez
-amigo y dirigente gremial docente- había fundado y
presidía el Comité para la defensa de los derechos
humanos de Antioquía.
En épocas en las que se corre el riesgo de que intereses
políticos primen por sobre la salud, la mirada
sanitarista es necesaria e indispensable. Abad Gómez lo
creyó así.
(*) Abogado. Especialista en Sistemas de Salud.
Presidente de Obra Social del Personal de la Actividad
del Turf (OSPAT) y Secretario General de Unión de
Trabajadores del Turf y Afines (UTTA)
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