|
A pesar de que la medicina digital habita en algunos
espacios pioneros de la comunidad médica desde hace ya
décadas, en 2018 llamó la atención un artículo publicado
en The New Journal of Medicine por Stacey Chang, MS, y
Thomas H. Lee, MD, titulado “Beyond evidence-based
medicine”.
En tal artículo básicamente los autores introducían un
concepto sorprendente al mundo de los médicos, afirmando
que la medicina basada en la evidencia no era suficiente
para generar los mejores outcomes para los pacientes.
Su explicación era sencilla y poderosa: de que sirve la
mejor evidencia sobre tratamientos y los diagnósticos
certeros y las indicaciones médicas adecuadas, si
desconocemos si el paciente puede ser adherente y
cumplir con éstos.
Como solución introducían el concepto superador de
“interpersonal medicine”, una práctica potenciada por
las herramientas digitales que permite a los médicos
meterse en la casa de sus pacientes, interactuar con su
entorno y lograr una efectividad superior en sus
tratamientos. “No se trata de ser buenos; se trata de
ser efectivos”, afirmaban, sentando una posición
evolucionada sobre el concepto del médico contenedor.
Los últimos cinco años han sido explosivos para la
medicina digital, ya no es novedad. Lo que sí es novedad
es que la comunidad médica se ha sentado a investigar y
publicar sobre estas nuevas prácticas médicas,
comenzando a generar nueva evidencia médica,
complementaria a la tradicional, sobre los resultados
que genera el uso de herramientas tecnológicas en los
tratamientos.
Según el estudio Digital Health Trends publicado
recientemente por el IQVIA Institute of Human Sciences,
hasta el año 2020 se habían publicado 2.009 Digital
Health Efficacy Studies, incluyendo Meta-analyses como
Systematic Reviews, de los cuales casi 1.500 fueron
publicados en los últimos cinco años. Esto quiere decir
que se ha abierto un nuevo mundo para los ensayos
clínicos: hacer estudios sobre la eficacia que ofrecen
las nuevas herramientas de la medicina digital.
El estudio indica la creciente consolidación y
maduración en el uso de apps y wearables a través de los
distintos pasos del “patient journey”.
“La evidencia ahora promueve la inclusión de
herramientas de medicina digital en guías de
tratamientos de un grupo extendido de indicaciones.
Estas incluyen aplicaciones en la especialidad
cardiovascular applications (por ejemplo, el screening
de fibrilación atrial y de disritmias cardíacas, manejo
de CHF, rehabilitación cardíaca e hipertensión), su uso
atado a la modificación de los comportamientos de los
pacientes (manejo de medicación, ejercicio físico,
comida sana, manejo del peso y cesación del tabaco) y el
manejo de ciertas condiciones crónicas (dolor,
enfermedades infecciosas, incluyendo HIV)”.
Como impacto adicional, según el reporte mencionado, hoy
un creciente porcentaje de los ensayos clínicos han
incorporado tecnología de wearables o sensores en manos
de los pacientes estudiados. “Desde 2016, el porcentaje
de ensayos que usan devices médicos conectados se ha
duplicado y es ahora el 8%, siendo el 10% ensayos de
Fase II y III trials usando connected devices”.
A título personal, recuerdo en mis incipientes comienzos
de humilde apóstol de la medicina digital, cuando años
atrás encontré el famoso estudio “DIAL” (RanDomized
telephone Intervention in chronic heArt faiLure),
publicado hace ya casi 20 años por el Grupo de Estudio
de Sobrevida de Insuficiencia Cardíaca en la Argentina (Gesica).
El estudio generaba evidencia de cómo el contacto
periódico con los pacientes para asegurar el seguimiento
de las indicaciones, a través de la modernísima
tecnología de los llamados telefónicos desde un call
center, había generado resultados claramente superiores
en la eficacia de los tratamientos.
Los escasos oyentes de mis charlas debieron soportar mis
especulaciones y proyecciones, incomprobables hasta ese
momento: “Imaginen el impacto que tendrán las nuevas
tecnologías como apps, wearables y sistemas de
telemedicina si el mero uso del teléfono pudo hacer
semejante diferencia”, afirmaba como speaker y
entusiasta tecnológico, mientras observaba como se
arqueaban las cejas de mi abnegada audiencia.
Pero ya no se trata de opiniones de entusiastas ni
profesionales tecnológicos; hoy son los médicos, las
publicaciones científicas, las sociedades médicas y las
agencias reguladoras de salud de primera línea mundial
que ponen sus nombres y prestigios en juego, promoviendo
la incorporación de tecnología en los tratamientos,
publicando nueva evidencia, y hasta aprobando (como es
el caso de la FDA) flamantes tecnologías de terapias
digitales que hasta hace 10 años podían considerarse
poco serias o simplemente pertenecientes al campo de la
ciencia ficción.
El 1 de mayo de 2019 la revista The Lancet lanzaba su
nueva publicación enfocada en “medicina digital” desde
el artículo titulado “A digital (r) evolution:
introducing The Lancet Digital Health”. Su línea
editorial era muy clara: “Este approach ha guiado a los
objetivos de nuestra publicación desde su lanzamiento:
darles soporte a los estudios de digital health robustos
y reproducibles, y a unir investigadores y clínicos de
distintas disciplinas, ayudándoles a descubrir,
colaborar y a inspirar”.
A nivel local, tanto en la Argentina como en el resto de
Latinoamérica, los profesionales médicos avanzan todos
los días en el uso de tecnología con sus pacientes,
primero desde sus prácticas privadas, más ágiles y
autónomas, y después desde sus espacios institucionales
y de representación desde Sociedades médicas.
Desde 2018 se volvió habitual encontrar publicadas
periódicamente nuevas guías, recomendaciones, consensos
o guidelines que se expiden sobre la experiencia clínica
de sumar tecnologías de distinto tipo en los
tratamientos y ensayos.
Los websites oficiales de gobiernos, sociedades médicas,
medios científicos e instituciones líderes son la
evidencia de que la comunidad médica ha abrazado la
tecnología y crece diariamente en la generación de nueva
evidencia alrededor de ella.
Se sabe que, en la medicina, como en la tecnología,
todos somos alumnos y sólo podemos aprender y crecer a
partir de la experimentación y el análisis profesional
de los resultados que generamos. Una vez más suena el
timbre, y es tiempo de volver a clases.
|