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Hace mucho tiempo que insistimos que
la salud no es un gasto sino una
inversión, que como tal genera un
beneficio para la sociedad en su
conjunto. Es una inversión cuyo
rendimiento se mide en términos
económicos y sociales. Sin embargo,
la realidad nos muestra que no todos
los esfuerzos económicos que se
hacen en el sector salud son
verdaderas inversiones, sino que son
gastos que no se traducen como
beneficios en la salud poblacional.
En otras palabras, invertir en salud
no es lo mismo que gastar en el
sistema de salud.
El mejor ejemplo que podemos
encontrar son las vacunas. Estas han
permitido combatir las enfermedades
y disminuir la mortalidad como
ninguna otra tecnología sanitaria,
incluso logrando erradicar la
viruela, enfermedad que se había
convertido en una grave epidemia en
varios continentes. Otra enfermedad
como la poliomielitis fue eliminada
en varias regiones del mundo,
notificándose el último caso, en la
República Argentina, en 1984.
Millones de vidas en el mundo se
salvan actualmente gracias a Jenner,
Salk, Sabin, Pasteur y muchos otros
científicos que dedicaron (y
dedican) gran parte de su vida a la
investigación, en pos de un mundo
más saludable.
Bajo esta misma línea de
pensamiento, y ya con resultados
concretos, encontramos las vacunas
contra el Covid-19. Europa padeció,
durante el último trimestre del año,
un gran incremento de contagios,
pero con el “desacople” de las
internaciones y muertes. También se
visualizó una diferencia importante
entre los países con mayores niveles
de vacunación que aquellos que no
habían logrado vacunar masivamente.
Tomando el caso de la Argentina,
luego de una gran segunda ola de
contagios y muertes, con la
vacunación hemos logrado
“normalizar” la situación. A pesar
del crecimiento reciente de casos,
no se han disparado las
internaciones ni las muertes. A
mediados de diciembre 2020, se
informaban un promedio de 3.500
internados en terapia intensiva y
200 muertes diarias, mientras que
actualmente (15 de diciembre 2021)
se reportaron 742 internados y 31
fallecidos.
Además, en 2020 aún no todas las
actividades estaban regularizadas,
como ser los colegios, donde en
algunos casos se volvía a la
presencialidad reducida o en otros
no se volvería hasta marzo 2021. El
costo económico y social que se pagó
por la llegada de un nuevo virus,
para el cual no había vacunas ni
cura, fue catastrófica. Las vacunas
fueron, son y serán la mejor
inversión en salud.
MÁS
INVERSIÓN
Más allá de las vacunas, la pandemia
nos ha demostrado la necesidad de
invertir en salud para lograr tener
un sistema prestacional preparado y
fuerte. Hoy contamos con una gran
cantidad de camas de terapia
intensiva y tecnología adecuada para
enfrentar futuros aumentos de
internaciones. De todos modos,
hospitales y centros médicos
requieren grandes inversiones para
incorporar nuevas tecnologías o
reemplazar las existentes. Sin
embargo, esta no es la única
inversión necesaria, incluso, no es
la principal.
La otra gran inversión necesaria es
en la Atención Primaria de la Salud.
Lo he escrito con mayúsculas porque
me refiero a desarrollar una
estrategia que rompa con las
barreras culturales,
administrativas, legales, económicas
y de toda índole, y no solamente a
invertir en centros de salud que se
dediquen a la cura de enfermedades.
En estos dos años, donde el sistema
se llevó al límite para enfrentarse
al Covid-19, se han postergado la
atención de enfermedades,
especialmente de aquellas
silenciosas. Existe una gran demanda
contenida y oculta. Debemos
coordinar los sistemas públicos, el
nacional, los provinciales y los
municipales con los sistemas de
obras sociales y el sistema privado.
A la vez, debemos articular los tres
niveles de atención para atender
adecuadamente a toda la población.
El verdadero desafío será
desarrollar una verdadera estrategia
de detección y priorización de
pacientes, para trabajar primero con
aquellas enfermedades que causen la
mayor cantidad de muerte e
invalidez. En definitiva, se deben
poner a disposición todos los
recursos para trabajar con los Big
Killers de las sociedades modernas:
enfermedades cardiovasculares,
enfermedades cerebrovasculares y
cáncer. En cuanto a invalidez, la
inversión debe ir hacia la salud
mental, un gran problema mundial que
se ha potenciado con la pandemia.
Será fundamental trabajar con
campañas masivas de prevención de
enfermedades y promoción de la salud
como así también será necesario
complementar con campañas sobre la
población objetivo. Además, hay que
preparar al sistema para detectar
pacientes que han cortado sus
tratamientos o directamente no han
sido atendidos. El mismo debe
funcionar activamente incorporando a
la población y no esperando
pasivamente en los hospitales y
centros médicos. La prevención
primaria, secundaria y terciaria
debe ser el eje estratégico
fundamental que sustente el accionar
del sistema.
MÁS
PLATA PARA SALUD
Este es el momento ideal para lograr
una verdadera inversión en salud.
Aún en pandemia, con argumentos
sólidos y resultados tangibles, es
el momento de convencer a la
población y los políticos de
nuestras necesidades como sistema.
Será una tarea dificultosa, nada
fácil, especialmente en nuestro
contexto económico, pero factible.
Sin embargo, requiere un verdadero
compromiso nuestro de trabajar para
transformar el sistema. Debemos
estar dispuestos a trabajar en la
Atención Primaria de la Salud.
Debemos trabajar mancomunadamente
entre el Estado y los privados. Es
necesario un plan integral de salud
pública que integre a los tres
subsectores, donde se definan las
obligaciones de cada sector y que
rol deben cumplir cada una de las
instituciones.
Se debe invertir en salud y no,
simplemente seguir gastando plata.
En definitiva, si gastamos más y los
resultados son mejores, habremos
logrado grandes beneficios para
nuestra sociedad. No hay que
olvidarse que el sistema de salud es
un gran motor de desarrollo
económico de un país. Es una
inversión con una gran recompensa.
(*) Asociación de Economía de la
Salud.
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