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Columna


La salud entre la crítica y la crisis:
de la indefensión sanitaria a la integración responsable

Todo retroceso es enojoso, pero algunos suelen ser
no sólo provechosos sino incluso indispensables”
Maurice Merleau Ponty

Por el Doctor Ignacio Katz


La tendencia a efectuar algún tipo de balance a esta altura del año, nos obliga a reconocer que más que “aprender las lecciones de la pandemia”, lo que urge es una profunda crítica de lo realizado y no realizado a los efectos de reconocer la extensión de la crisis sanitaria que precede y excede a la pandemia, y que debería ser el portal hacia una reestructuración de la salud en nuestro país.
El historiador alemán Reinhart Koselleck señaló la imbricación de ambos conceptos como procesos histórico-sociales en su libro de 1959 Crítica y crisis. La conjunción de ambos términos puede condensarse en la expresión de situación crítica, que asume un diagnóstico (crisis) como resultado de un examen (crítica).
Recordemos, además, que el antecedente de la acepción moderna del término crisis se da en la medicina griega. Efectivamente, krisis significaba en general discriminación, decisión o interpretación, pero para la medicina hipocrática el vocablo denotaba un cambio sufrido en el estado de un enfermo. En su tratado Acerca de las enfermedades, Tucídides afirmaba que “una crisis en las enfermedades es una exacerbación, un debilitamiento, una metaptosis en otra dolencia, o el fin”.
La precisión conceptual amerita, ya que en la Argentina no han faltado quienes se preguntan si padecemos una crisis de larga duración o una sostenida decadencia. La clave pasa por un pensamiento crítico que indague sobre el nudo que genera los atolladeros que reverberan en múltiples males, para entonces pasar a una propuesta política transformadora que signifique, recién entonces, la dichosa oportunidad.
Para graficarlo en lenguaje médico: pasar de los síntomas a la enfermedad, y de ahí a la cura. Padecemos una crisis sanitaria desde hace décadas, porque los cuatro componentes: proveedor, financiador, prestador y usuario no son conducidos por un ente coordinador, con una gestión responsable. La pandemia en parte ha puesto esto al descubierto, pero se lo pretende ocultar de nuevo, aduciendo la dudosa ausencia del colapso. Si no colapsó, entendido como el desborde desmedido en la atención de casos por Covid-19, podemos afirmar que la atención médica ha implosionado inadvertidamente. Basta reparar en la cantidad oficial de fallecidos por (o con) Covid-19 sumados a la incierta cantidad que padecieron y padecerán aún por la falta de atención por otras patologías.
Recordemos, de paso, que cuando el propio oficialismo (o una de sus fracciones) agitó tímidamente una propuesta de reforma sanitaria que apuntaba a la integración de sus tres subsistemas, el debate franco brilló por su ausencia ante el ataque corporativo, la falta de cohesión del propio Gobierno, la ausencia de interés de la oposición, la indiferencia de las instituciones médicas y el desconocimiento de la población.
Desde luego que sería óptimo un gran acuerdo entre todos los sectores y actores, pero aun presuponiendo la dificultad de ese encuentro, la pregunta persiste: ¿un acuerdo acerca de qué? Todos reconocemos problemas puntuales, aunque amplios, como la fragmentación, la inequidad y la ineficiencia. La cuestión pasa por efectuar la crítica y la autocrítica acerca del funcionamiento que produce esos problemas y no acerca del señalamiento de lo penoso de sus efectos.
Algunas diferenciaciones conceptuales pueden resultar útiles para precisar el rumbo. Por caso, consensuar no es consentir, discutir no es dialogar, y mucho menos implica un metálogo, donde todas las voces puedan expresar su punto de vista, no de manera catártica ni aislada, sino en una conversación estructurada sobre un tema pertinente y con el objeto de extraer ideas superadoras para el conjunto.
Por otro lado, se requiere de comprender la particular configuración social pospandémica que arrastra transformaciones ya estructurales previas que aún no han sido satisfactoriamente digeridas por la dirigencia política. Así, por caso, resulta claro reconocer, aunque no siempre esté aclarado, que “el virus se suma a patologías preexistentes, más prevalentes y graves para los socialmente peor situados, y en este proceso, las interacciones biológicas y sociales juegan un papel central”, como se concluye en un estudio reciente. (1)
Es en este sentido que decimos que en lugar de pandemia se debiera hablar de sindemia, porque ello obliga a reconocer la complejidad que significa un fenómeno económico y cultural además de médico, en un marco (nacional y global) de agudización de la desigualdad social. Lo cual no quita, desde luego, que el conocimiento epidemiológico deba ocupar un primer lugar, junto a saberes de múltiples disciplinas.
Entre los distintos aspectos que deben considerarse, mencionemos apenas la distinción entre comunidad y sociedad. Retomado una conceptualización originaria de la naciente sociología hacia fines del siglo XIX, la comunidad es entendida como organismo viviente, como vinculo que sentimos y nos une, inmanente a toda agrupación humana; mientras que la sociedad sugiere un agregado mecánico, mediaciones de intercambio, interacción y contrato, propias de la modernidad capitalista. Abarcar ambas, pero sin confundirlas, resulta clave para aprovechar, por caso, las herramientas de la Inteligencia Artificial, sin resignar la dimensión singular y valorativa que acontece desde la asistencia médica personalizada hasta la proyección de superación nacional.
La fragmentación como resultante de la dilución de responsabilidades debería subsanarse mediante una eficiente coordinación entre los cuatro componentes ya mencionados (proveedor, financiador, prestador y usuario) en una Red Sanitaria de Utilización Pública sin distinción de titularidad jurídica. Pero merece aclarar que la coordinación indispensable para optimizar los recursos múltiples (de formación profesional, infraestructura, insumos, etc.) dispersos en inconexas a la vez que superpuestas jurisdicciones políticas, regiones territoriales y niveles de cobertura, requiere una necesaria integración, pero que no implica fusión. La unidad público-privada significa interacción, es decir, complementariedad, intercambio, transparencia, regulación, pero no dilución de las titularidades ni prerrogativas básicas de cada sector.
Otro punto nodal esencial lo constituye la interacción entre contenidos (conocimientos validados, pericia en su empleo, normas y procedimientos) y estructuras (gobernanza, responsabilidad, idoneidad) para conformar un Gabinete Estratégico de Gestión Operacional (es decir, un tablero de comando, interdisciplinario y responsable), que dependa de una Agencia Nacional de Políticas Sanitarias en particular y Públicas en general, que garanticen la información confiable y la comunicación adecuada, y cuenten con una Gerencia Pública Contable que transparente las partidas presupuestarias. Además de un registro de fallas y aciertos que posibiliten la evaluación y consiguiente evolución del tratamiento médico y de gestión.
Claro que, para alcanzar todo este nivel de transformación institucional, debe realizarse al mismo tiempo un proceso de modificación de pautas culturales de trabajo, incentivos profesionales, reformas educativas (sobre todo universitarias) y una interpelación cívica o ciudadana que no sólo acompañe, sino que impulse el cambio estructural. Y, desde luego, una conducción político estratégica firme a la vez que flexible. Esta sinergia es posible si se encauza con un acuerdo abierto (y no un pacto cerrado), que acompañe y dé forma a la transición.
El prerrequisito para empezar con semejante cambio, consiste en superar los obstáculos negacionistas, nihilistas, conformistas o egoístas que en la práctica reproducen el statu quo, porque no ven o no quieren ver la realidad de manera amplia. O que incluso cuando pretenden cambiar algo, pecan de desviacionismo, o distorsión cognitiva, apuntando a expresiones parciales de una totalidad más vasta y compleja.
Es hora, pues, de retornar al pensamiento crítico.

REFERENCIA
1 “Políticas más adecuadas para reducir desigualdades”, Vicente Ortún y Rosa Urbanos en Fundación La Caixa, octubre 2021.


 

(*)  Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” EUDEBA - 2012 “En búsqueda de la salud perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003)

 

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