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La ciencia médica ha avanzado
tanto, que ya casi no queda nadie completamente sano”,
decía el escritor y filósofo británico Aldous Huxley
(1894-1963).
Si el brillante escritor de “Un mundo feliz” viviera en
el siglo XXI, creo que sería más categórico aún con esta
idea.
Y no quiero imaginar que diría si viviera en nuestro
país y conociera el funcionamiento del sistema de
Entidades de Medicina Prepaga argentino con redes de
prestadores excesivamente amplias, libre acceso a todas
las especialidades, prestaciones mayormente sin cargo
por parte del usuario y coberturas prácticamente
ilimitadas, ya sea porque así están definidas por el PMO
(Programa Medico Obligatorio) o porque deben otorgarse
mediante instancias judiciales, a través de la
vulgarmente llamada “medicina basada en la sentencia”.
El año 2021 finaliza con una crisis de tal magnitud como
no recuerdo en mis casi 30 años trabajando en el sector.
El gasto médico ha subido de manera exponencial,
producto del rebote por la merma causada por la pandemia
del año 2020 y por un consumo que crece año a año.
Definitivamente como decía Huxley, no queda gente sana…
Los precios de los planes no han acompañado este
crecimiento del gasto. Por consiguiente, los precios que
se pagan a las instituciones que prestan los servicios
tampoco subieron lo requerido. A excepción por supuesto
de los medicamentos, que como es habitual, se
incrementan por encima de los ingresos de prepagas y
obras sociales.
Financiadores y prestadores cierran sus ejercicios con
resultados negativos. En algunos casos con pérdidas muy
significativas. Hemos atravesado años donde a unos les
fue bien y a los otros mal, pero no recuerdo esta
situación de “déficits gemelos”, como lo denomina el
presidente de una de las cámaras del sector.
Esta falta de recursos en “ambos lados del mostrador”,
genera una puja distributiva que tensa día a días las
relaciones entre los diferentes actores. Las distintas
cámaras intentan llegar a acuerdos, pero es muy complejo
cuando la brecha entre lo disponible y lo necesario es
tan grande. El “sálvese quien pueda” podría ser
lamentablemente lo que atravesemos en la industria si
esto no tiene una inyección de recursos de magnitud o un
cambio estructural en algunas de sus variables.
Si comparamos con los deportes de equipo, es habitual
que cuando se gana los protagonistas suelen hablar de la
“gran unión que tiene el plantel”. Parece que es
sencillo estar unidos cuando se gana. Lo difícil es
estar unidos cuando se pierde. Aquí es cuando los
títulos de los medios deportivos suelen hablar de las
peleas entre jugadores, técnicos y dirigentes, que los
vestuarios se parecen a un cabaret y de jugadores que
“echan a los técnicos”. En el sector están todos
perdiendo.
Es cierto que a veces a las empresas “no las une el amor
sino el espanto”, pero cuando es tan grande la necesidad
de recursos es esperable, aunque no deseable, que cada
uno intente salvar a la institución que representa como
pueda. Esperemos que el sector se mantenga lo más unido
posible para solucionar los problemas de fondo que
afectan a todos.
Veamos algunos números que reflejan la magnitud del
problema. En el Gráfico 1 podemos ver desde el 2011
(cuando se reguló la actividad y comenzó el control de
precios) la relación entre la suba de sueldos de la
paritaria de ADECRA, que refleja una parte importante
del aumento de costos de los prestadores, versus el
aumento autorizado de las cuotas de las EMP (Entidades
de Medicina Prepaga).

En los
últimos 3 períodos el incremento acumulado de la
paritaria fue del 241%, mientras que a las prepagas se
les autorizó aumentar sólo un 152%.
Nunca hubo una brecha de semejante magnitud.
Insostenible. Demás está aclarar que nadie pone en
cuestionamiento, por ejemplo, lo que gana una enfermera,
que hoy cobra aproximadamente $ 80 mil por mes y debiera
ganar aún mucho más. El retraso está en el valor de las
cuotas, que no ha acompañado este crecimiento y, por
ende, no han podido otorgar a los prestadores los
aumentos necesarios para pagar esos incrementos.
En el Gráfico 2 podemos visualizar la diferencia entre
los puntos porcentuales de aumento de prepagas y el de
la paritaria. El rojo de los últimos tres períodos es
muy llamativo. No creo en las conspiraciones y suelo
pensar que es más común la torpeza que los planes
secretos de destrucción, sin embargo, estos datos
alimentan las sospechas.

En el Gráfico 3,
podemos apreciar los incrementos otorgados a las EMP con
la inflación y el valor de dólar “blue”. El dólar
paralelo y la inflación prácticamente duplicaron los
aumentos autorizados entre enero 2020 y noviembre 2021.
Esta situación no tuvo consecuencias en el año 2020. La
estricta cuarentena y el temor de los asociados en
concurrir a los centros asistenciales hicieron caer de
manera significativa la utilización de los servicios
médicos. Era evidente el posterior “rebote” y que los
aumentos reprimidos iban a complicar seriamente a la
actividad.

Podríamos
compararlo, considerando las diferencias, con los
aumentos de tarifas de luz, gas y agua. Estos “aumentos
reprimidos” tarde o temprano ya sabemos que traen
consecuencias. Si quien paga la diferencia de tarifa es
el Estado, tenemos mayor déficit fiscal que se paga con
endeudamiento, inflación y/o mayores impuestos a la
actividad privada (que redunda en menos inversión, menor
generación de empleo y mayor recesión). Si el Estado no
paga la diferencia necesaria, al cabo del tiempo
indefectiblemente afectará la calidad de los servicios.
Las empresas proveedoras dejan de invertir, tenemos
caída de oferta, cortes de luz, restricciones de gas a
las empresas, etc.
En salud pasa lo mismo. Sin embargo, a veces no
percibimos esa disminución en la calidad. Como el viejo
cuento de la rana en la olla de agua que va calentándose
de poco. No nos damos cuenta. El mejor ejemplo es el
tiempo que dura una consulta médica. Hace años solían
ser de 20 o 30 minutos y hoy probablemente entre 5 y 10
minutos.
La situación es muy compleja y seguramente crezcan los
conflictos y las tensiones entre los prestadores con las
prepagas y obras sociales. Esto mismo sucedió entre los
años 2011 y 2015, pero como podemos apreciar en los
gráficos, la situación actual es mucho más delicada.
Pese a esto, el sector sigue creciendo en cantidad de
asociados. Evidentemente es un servicio aspiracional
para aquellos que pueden acceder al sistema, ya sea
pagando la cuota de manera directa, a través de planes
superadores de obras sociales o vía derivación de
aportes.
Se puede apreciar que la tasa de crecimiento era mayor
entre los años 2003 y 2011 cuando crecía el empleo
privado en la Argentina. Sin embargo, el sector sigue
creciendo pese a que el empleo privado está estancado
hace 10 años.

El crecimiento
del sector últimamente no proviene de un incremento en
las ventas. Están disminuyendo la cantidad de bajas.
Los usuarios de EMP cada vez realizan mayores
esfuerzos económicos para mantenerse dentro del sistema.
Debido a la crisis, hay más usuarios que eligen pasar a
planes más económicos ya sea dentro de su prepaga o
cambiando a otra. Esto genera que las EMP que
comercializan planes de precios altos y medio altos,
mantengan sus carteras y crecen aquellas con planes de
precio medio. Esta grave crisis del sector es una
oportunidad para resolver temas estructurales y cambios
de fondo.
Recordemos por ejemplo que en la crisis del año 2002 se
subió el coseguro en farmacia un 10%, adecuando la
cobertura al 40% de descuento como dice el PMO.
Hay un relativo consenso en la mayoría de los actores y
especialistas del sector sobre los siguientes cambios
que en este escenario se podrían realizar:
-
Extender los
planes con copagos y coseguros que harían más
racional el uso de los servicios médicos.
-
Creación de
un fondo nacional de cobertura para prestaciones de
alto precio y baja incidencia, especialmente en
medicamentos.
-
Eliminar la
obligatoriedad a prepagas y obras sociales a cubrir
discapacidad social, como por ejemplo transporte y
educación.
-
Fomentar el
acceso al sistema a través de médicos de atención
primaria.
-
Creación por
ley de una Agencia de Evaluación de Tecnologías, que
apruebe sólo aquellos nuevos medicamentos y
prestaciones que puedan adaptarse a los recursos
disponibles y la mejora de los procesos.
¿Podemos ser
optimistas en el corto plazo? Creo que no.
Vienen meses muy difíciles. Las tensiones y las
dificultades serán muy desafiantes. Cerrando este
artículo a mediados de diciembre de 2021, ya pueden
verse claramente nubarrones que serán difíciles de
atravesar.
Tiempo atrás leí un artículo de Sergio Sinay sobre un
ensayo titulado “Esperanza sin optimismo” escrito por un
crítico cultural británico llamado Terry Eagleton.
El ensayo hacía una interesante diferencia entre
el optimista “por naturaleza” y quien tiene
esperanza. El optimista “por naturaleza” cree que todo
irá bien, tiene una fe innata, es un creyente que no
necesita fundamentarse más que en su creencia. Cuestión
de fe.
El esperanzado, en cambio, reconoce el
dolor, el sufrimiento, el malestar de una circunstancia
presente, quiere salir de ella, tiene una visión de la
situación a la que aspira (puede llamársela utopía si se
desea), pero sabe que ésta no advendrá porque sí,
mágicamente. Quien tiene esperanza, dice, anhela que lo
próximo sea mejor, pero no lo aguarda de manera pasiva.
Está dispuesto a trabajar o a luchar por ese anhelo sin
pedir garantías de realización ni contar con alguna
seguridad de éxito.
Mientras el optimista “por naturaleza” espera
que la realidad encaje en su expectativa, el esperanzado
trabaja para que su esperanza, convertida en acciones,
pueda encajar en la realidad para transformarla.
Está dispuesto a hacer lo que sea necesario hacer, aun
cuando nada le asegure el resultado. Porque su acento no
está puesto en el resultado sino en la acción.
La esperanza no es cuestión de fe, sino de compromiso,
es “hacer lo que hay que hacer”.
No perdamos las esperanzas.
(*) Consultor de Entidades de Medicina Prepaga.
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