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La pandemia ha puesto a prueba a los sistemas sanitarios del
mundo entero, y aunque resulte excesivo una evaluación global,
algunas experiencias nos ayudan a pensar nuestra posición. Desde
el Observatorio Europeo de Sistemas y Políticas de Salud, por
caso, han destacado una serie de indicadores sobre lo que
constituye una respuesta resiliente de los sistemas a la crisis
pandémica con reducción de la desigualdad.
En primer lugar, destacaron una gobernanza eficaz, como vector
clave que une todo lo demás, porque da confianza en el sistema y
permite que los demás órganos funcionen. Lo cual trasciende al
sistema propiamente sanitario y lo fortalece. Proporciona una
base y una palanca para la obtención de los necesarios recursos
y su aplicación idónea.
Además, incluyeron:
-
Sistema de seguimiento, vigilancia,
alerta precoz.
-
La coordinación eficaz dentro del
gobierno, de todas las jurisdicciones, de manera horizontal
y vertical.
-
Comunicación clara y transparente con la
población, personal e instituciones.
-
Involucrar a organizaciones de la
Sociedad Civil.
-
Coordinación internacional.
-
La importancia de la solidaridad.
Si posamos la mirada hacia nuestro país,
resulta evidente que debemos rectificar mucho de lo realizado
para mejorar el rumbo. Debemos volver a las prioridades
relegadas, fortalecer los pilares indispensables y atrevernos a
innovar. Efectivamente, el sistema sanitario, así como el mundo
entero, está en transición. Su cambio es incierto pero
irreversible. La digitalización, por mencionar un ejemplo,
seguirá avanzando. Pero para eso necesitamos fortalecer dos
pasos previos que carecemos en pasmosa medida: la confección de
datos certeros y su transparencia, que en medicina se
corresponde en buena medida al concepto de trazabilidad. Es
decir, el seguimiento, rastreo y monitoreo de medicamentos o
procedimientos (vacunación, testeos, etc.) como así también de
resultados. Algo que las herramientas tecnológicas actuales
hacen posible en una nueva dimensión, acorde a su complejidad.
Pero además se trata de volver a las prioridades esenciales, con
una clara consciencia de nuestro estado de indefensión
estructural, más allá de “desbordes” puntuales. En este sentido,
entre otros, debemos encarar casi desde cero aspectos como el
sistema de (ciber) vigilancia, la transparencia financiera y la
formación profesional continua.
Este último punto merece ser subrayado. Todavía seguimos
pensando en camas como antes en respiradores y ahora en los “autotests”,
en lugar de suficiente personal idóneo. Debemos avanzar en la
capacitación en protocolos procedimentales del personal de
salud, lo cual se logra con práctica, es decir, la formación
junto a profesionales experimentados, lo que antes llamábamos
“maestros”. Las salas de terapia intensiva deben contar con
personal competente, entrenado y descansado. La sobrecarga de
trabajo genera el ya estudiado agotamiento (burnout), que
compromete la calidad del trabajo.
Frente al escenario actual, debemos distinguir el concepto de
problema del de dilema. No se trata de resolver un problema sino
de decidir sobre un rumbo a seguir. Crecientemente esto se hace
evidente a diversos actores y sectores de la medicina, pero el
camino a recorrer no resulta tan prístino. No se trata de elegir
entre dos o tres portales luminosos con indicaciones sobre su
evolución, sino más bien de un bosque oscuro con múltiples
senderos estrechos y peligrosos. Más que bifurcación de caminos
se trata de un verdadero laberinto.
Nadie duda de la necesidad del cambio, la pregunta que se impone
es doble: ¿qué cambiar y cómo? Ambas están entrelazadas. El
cambio debe empezar por reconocer y precisar la mutación en la
configuración social y partir de diferenciar situación de
condición. La pandemia no implica una situación puntual, sino
que expresa (y magnífica) toda una condición sanitaria y social
estructural a la vez que dinámica.
A su vez, ello remite a identificar las nuevas necesidades,
partiendo de la diferencia entre grieta política o brecha
económica, por un lado, y desgarro social, por otro. Nuestra
sociedad tiene una herida abierta, a lo que debemos responder
reordenando las prioridades.
En segundo lugar, reconocer la complejidad en juego. No se trata
de un solo elemento que pueda resolver lo que constituye un
fenómeno tan amplio y complejo como lo es una pandemia, o la
salud en general. Al decir de H. L. Mencken: para cada problema
complejo hay una respuesta sencilla… ¡Pero equivocada!
Efectivamente, la complejidad impone evitar la confusión
(aturdimiento), y evaluar la interacción y multidimensionalidad
con equivalentes diagnósticos y especialidades disciplinares.
En definitiva, reconocer el efecto ocaso oculto bajo distintas
categorías (válidas, pero ya “lavadas” en discursos repetidos):
fragmentación, ineficiencia, deficiencia institucional. Se trata
en el fondo de una indefensión sanitaria de la cual esos son
nodos centrales pero propios de una regresión histórica y
estructural.
Nuestra propuesta es la integración mixta de todos los
subsectores sanitarios, en un Sistema Federal Integrado de
Salud, lo cual no debe confundirse con su fusión. Pero no se
trata de un pacto al que se arribaría con un consenso. Hay que
pasar a un acuerdo resultado de negociaciones. El consenso, en
todo caso, ya está suficientemente alcanzado en términos de
reconocer las falencias estructurales. La dificultad pasa por
efectuar las transformaciones que modificarían esta realidad. En
lograr compromisos de acción por parte de los sujetos que pueden
empujar el cambio y que son de manera conjunta e inseparable los
actores políticos (en funciones de gobierno ejecutivo, sobre
todo, pero también de la oposición) y los actores corporativos
(colegios médicos, sindicatos, empresas de medicina privada,
laboratorios y farmacéuticas, etc.). Y la garantía de acuerdo
entre ellos (que no son dos actores monolíticos, sino múltiples
y heterogéneos e imbricados de muchas maneras) es la propia
ciudadanía involucrada en lo que constituye en definitiva un
pilar de su propio proyecto vital como objetivo común.
La regulación estatal es insustituible: la ley instaura su
imperio y revela su necesidad allí donde existe o es posible el
conflicto. Pero tampoco se trata de una imposición trasnochada,
que está predestinada al fracaso. Debe responder a una
negociación con los actores involucrados, al tiempo que se
efectúe un proceso de debate abierto a la opinión pública para
que la ciudadanía funcione como tutor de los acuerdos y garantía
de su cumplimiento.
El principio guía es reconocido e indelegable para el progreso
de nuestra democracia: el derecho al acceso a la atención de
salud de manera oportuna, equitativa y eficiente. Este norte
sólo puede ser alcanzado haciendo uso de todos los recursos
existentes, maximizando su rendimiento con su complementariedad
y evitando la dupla de carencia y derroche. A la vez que
planificando estratégicamente avances en formación, prevención y
atención a partir de un mayor conocimiento y evaluación de los
recursos, población, necesidades, prioridades, etc.
Esto se logra con una concertación de comando pero que no
implica ni verticalismo, ni estatismo ni impedimento de lucro
del sector privado. Lo que significa es una coordinación con
regulación que corrija abusos y evite dilapidar recursos. Una
firme gobernanza que coordine y conduzca estrategias sanitarias
con conocimientos rigurosos de salud pública y de epidemiología
en particular. Seguramente haya readecuaciones que impliquen
compromisos, pero el funcionamiento de un verdadero sistema que
integre a todos sus componentes redundará en mejoras que
beneficiarán a todos los subsectores y, sobre todo, claro está,
a los pacientes, es decir, a la población en su conjunto dado
que ésta es su genuina finalidad.
| (*) Doctor en Medicina por la
Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director
Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica
en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del
Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de
Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud
que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro
oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y
Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal
Integrado de Salud” - (2012); “En búsqueda de la salud
perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003). |
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