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 Columna

    

La salud en la encrucijada:
el sistema sanitario en un mundo en transición

“Los principios son los capaces de producir los motivos de acuerdo
con los cuales la voluntad de un ser social se determina a la acción”
Percy Bysshe Shelley

Por el Doctor Ignacio Katz


La pandemia ha puesto a prueba a los sistemas sanitarios del mundo entero, y aunque resulte excesivo una evaluación global, algunas experiencias nos ayudan a pensar nuestra posición. Desde el Observatorio Europeo de Sistemas y Políticas de Salud, por caso, han destacado una serie de indicadores sobre lo que constituye una respuesta resiliente de los sistemas a la crisis pandémica con reducción de la desigualdad.
En primer lugar, destacaron una gobernanza eficaz, como vector clave que une todo lo demás, porque da confianza en el sistema y permite que los demás órganos funcionen. Lo cual trasciende al sistema propiamente sanitario y lo fortalece. Proporciona una base y una palanca para la obtención de los necesarios recursos y su aplicación idónea.

Además, incluyeron:

  • Sistema de seguimiento, vigilancia, alerta precoz.

  • La coordinación eficaz dentro del gobierno, de todas las jurisdicciones, de manera horizontal y vertical.

  • Comunicación clara y transparente con la población, personal e instituciones.

  • Involucrar a organizaciones de la Sociedad Civil.

  • Coordinación internacional.

  • La importancia de la solidaridad.

Si posamos la mirada hacia nuestro país, resulta evidente que debemos rectificar mucho de lo realizado para mejorar el rumbo. Debemos volver a las prioridades relegadas, fortalecer los pilares indispensables y atrevernos a innovar. Efectivamente, el sistema sanitario, así como el mundo entero, está en transición. Su cambio es incierto pero irreversible. La digitalización, por mencionar un ejemplo, seguirá avanzando. Pero para eso necesitamos fortalecer dos pasos previos que carecemos en pasmosa medida: la confección de datos certeros y su transparencia, que en medicina se corresponde en buena medida al concepto de trazabilidad. Es decir, el seguimiento, rastreo y monitoreo de medicamentos o procedimientos (vacunación, testeos, etc.) como así también de resultados. Algo que las herramientas tecnológicas actuales hacen posible en una nueva dimensión, acorde a su complejidad.
Pero además se trata de volver a las prioridades esenciales, con una clara consciencia de nuestro estado de indefensión estructural, más allá de “desbordes” puntuales. En este sentido, entre otros, debemos encarar casi desde cero aspectos como el sistema de (ciber) vigilancia, la transparencia financiera y la formación profesional continua.
Este último punto merece ser subrayado. Todavía seguimos pensando en camas como antes en respiradores y ahora en los “autotests”, en lugar de suficiente personal idóneo. Debemos avanzar en la capacitación en protocolos procedimentales del personal de salud, lo cual se logra con práctica, es decir, la formación junto a profesionales experimentados, lo que antes llamábamos “maestros”. Las salas de terapia intensiva deben contar con personal competente, entrenado y descansado. La sobrecarga de trabajo genera el ya estudiado agotamiento (burnout), que compromete la calidad del trabajo.
Frente al escenario actual, debemos distinguir el concepto de problema del de dilema. No se trata de resolver un problema sino de decidir sobre un rumbo a seguir. Crecientemente esto se hace evidente a diversos actores y sectores de la medicina, pero el camino a recorrer no resulta tan prístino. No se trata de elegir entre dos o tres portales luminosos con indicaciones sobre su evolución, sino más bien de un bosque oscuro con múltiples senderos estrechos y peligrosos. Más que bifurcación de caminos se trata de un verdadero laberinto.
Nadie duda de la necesidad del cambio, la pregunta que se impone es doble: ¿qué cambiar y cómo? Ambas están entrelazadas. El cambio debe empezar por reconocer y precisar la mutación en la configuración social y partir de diferenciar situación de condición. La pandemia no implica una situación puntual, sino que expresa (y magnífica) toda una condición sanitaria y social estructural a la vez que dinámica.
A su vez, ello remite a identificar las nuevas necesidades, partiendo de la diferencia entre grieta política o brecha económica, por un lado, y desgarro social, por otro. Nuestra sociedad tiene una herida abierta, a lo que debemos responder reordenando las prioridades.
En segundo lugar, reconocer la complejidad en juego. No se trata de un solo elemento que pueda resolver lo que constituye un fenómeno tan amplio y complejo como lo es una pandemia, o la salud en general. Al decir de H. L. Mencken: para cada problema complejo hay una respuesta sencilla… ¡Pero equivocada! Efectivamente, la complejidad impone evitar la confusión (aturdimiento), y evaluar la interacción y multidimensionalidad con equivalentes diagnósticos y especialidades disciplinares.
En definitiva, reconocer el efecto ocaso oculto bajo distintas categorías (válidas, pero ya “lavadas” en discursos repetidos): fragmentación, ineficiencia, deficiencia institucional. Se trata en el fondo de una indefensión sanitaria de la cual esos son nodos centrales pero propios de una regresión histórica y estructural.
Nuestra propuesta es la integración mixta de todos los subsectores sanitarios, en un Sistema Federal Integrado de Salud, lo cual no debe confundirse con su fusión. Pero no se trata de un pacto al que se arribaría con un consenso. Hay que pasar a un acuerdo resultado de negociaciones. El consenso, en todo caso, ya está suficientemente alcanzado en términos de reconocer las falencias estructurales. La dificultad pasa por efectuar las transformaciones que modificarían esta realidad. En lograr compromisos de acción por parte de los sujetos que pueden empujar el cambio y que son de manera conjunta e inseparable los actores políticos (en funciones de gobierno ejecutivo, sobre todo, pero también de la oposición) y los actores corporativos (colegios médicos, sindicatos, empresas de medicina privada, laboratorios y farmacéuticas, etc.). Y la garantía de acuerdo entre ellos (que no son dos actores monolíticos, sino múltiples y heterogéneos e imbricados de muchas maneras) es la propia ciudadanía involucrada en lo que constituye en definitiva un pilar de su propio proyecto vital como objetivo común.
La regulación estatal es insustituible: la ley instaura su imperio y revela su necesidad allí donde existe o es posible el conflicto. Pero tampoco se trata de una imposición trasnochada, que está predestinada al fracaso. Debe responder a una negociación con los actores involucrados, al tiempo que se efectúe un proceso de debate abierto a la opinión pública para que la ciudadanía funcione como tutor de los acuerdos y garantía de su cumplimiento.
El principio guía es reconocido e indelegable para el progreso de nuestra democracia: el derecho al acceso a la atención de salud de manera oportuna, equitativa y eficiente. Este norte sólo puede ser alcanzado haciendo uso de todos los recursos existentes, maximizando su rendimiento con su complementariedad y evitando la dupla de carencia y derroche. A la vez que planificando estratégicamente avances en formación, prevención y atención a partir de un mayor conocimiento y evaluación de los recursos, población, necesidades, prioridades, etc.
Esto se logra con una concertación de comando pero que no implica ni verticalismo, ni estatismo ni impedimento de lucro del sector privado. Lo que significa es una coordinación con regulación que corrija abusos y evite dilapidar recursos. Una firme gobernanza que coordine y conduzca estrategias sanitarias con conocimientos rigurosos de salud pública y de epidemiología en particular. Seguramente haya readecuaciones que impliquen compromisos, pero el funcionamiento de un verdadero sistema que integre a todos sus componentes redundará en mejoras que beneficiarán a todos los subsectores y, sobre todo, claro está, a los pacientes, es decir, a la población en su conjunto dado que ésta es su genuina finalidad.

 

(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” - (2012); “En búsqueda de la salud perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003).


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