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En 1978 Italia atravesada por la violencia de las Brigadas Rojas
y en particular por el asesinato de Aldo Moro vivía desde el
punto de vista institucional una estación de colaboración
impensable que permitió aprobar el texto de la Ley 833 (Ley de
salud) pasando de las deudas de las mutuales (heredadas del
fascismo) a la salud como un derecho ciudadano.
Un movimiento modernizante en el marco de un entorno difícil de
gobernar pero que permitió el encuentro y las coincidencias por
encima de las diferencias de los partidos políticos. Desde la
democracia cristiana hasta el partido comunista italiano votaron
la reforma.
En Italia existían tres centrales sindicales (una comunista, una
socialista y otra demócrata cristiana) con mayor o menor
representatividad y combatividad, pero ninguna tenía en su
ideario la administración de los servicios de salud de la
población en relación de dependencia, el objetivo básico de un
sindicato ha sido en todo el mundo la defensa de los derechos de
los trabajadores que representa salvo en la Argentina.
Me pregunte muchas veces que falló en la Argentina que ingresaba
a la democracia en 1983 para no alcanzar los acuerdos que él
momento exigía y lograr avanzar hacia una verdadera democracia
social. El presidente Alfonsín ganaba las elecciones con una
propuesta para avanzar en la democratización de un país
agobiado, hastiado y arruinado por la dictadura militar.
Entre las propuestas modernizadoras estaba presentar una ley
para crear un seguro de salud para todos los ciudadanos de esa
naciente democracia que fue liderado intelectualmente por el Dr.
Aldo Neri. Sería muy fácil decir que el peronismo dilato la
discusión hasta el momento donde el oficialismo perdió las
elecciones y fue imposible avanzar en la línea de progreso que
permitiera consagrar un seguro de salud para todos los
habitantes con independencia de su ingreso o su condición
laboral. Pero sería una explicación que no representaría la
complejidad del momento.
El país tenía grandes deudas. La primera una deuda externa que
era una carga muy pesada en un mundo muy difícil, pero también
la cuestión clave de los derechos humanos que mostraba toda su
veta de dificultad, dado que el gobierno se debía enfrentar
diariamente con un sector que había dejado el poder (los
militares) y que tenía todavía muchos poderes intactos, metidos
en la estructura del Estado.
Adicionalmente el sistema político estaba atrasado con la
presencia de un radicalismo que había estado en el poder entre
1963-66 y tenía un diagnóstico correcto desde la política, pero
carecía del conocimiento y la experiencia en el manejo de la
economía.
La dictadura había impedido que los partidos funcionen como
alternativas de poder y que se prepararan para el ejercicio del
gobierno. Pero lo más grave era la presencia de un partido que
había sido mayoritario en las urnas en 1973 y que había
fracasado estrepitosamente con esa combinación amplia de
izquierda y derecha que condujo a un enfrentamiento que dejo a
la mayoría de los habitantes como testigos de una violencia y un
fundamentalismo sin razón.
En 1983 el peronismo era como siempre lo fue un partido vertical
donde además para agravar las cosas, la muerte de su líder en
1974 había generado variantes infinitas y la lucha política que
se desató por su control terminó por embarcar a todo el país en
un clima de violencia. Ese peronismo emergente de la dictadura
militar tenía comportamientos retrógrados en primer lugar por
las dificultades para reconocerse como minoría y luego por los
intereses que representaba.
Respecto de la deuda todavía podemos recordar “Hay patria mía,
yo quiero un presidente como Alan García” que había propuesto
romper y no pagar la deuda con una irresponsabilidad propia de
la postulación del Teorema de Baglini (más lejos del poder se
está, más irresponsable resultan las propuestas).
Y por el otro lado es ya conocida la negativa a formar parte de
la CONADEP y el escaso reconocimiento a la proeza que
significaban en ese momento los juicios a las juntas militares.
Recuerdo que en ese momento los militares no eran leones mansos
que no tenían mando sobre la tropa como lo fueron algunas
décadas después donde fueron vapuleados por algunos gobiernos
que aprovecharon para pegarle al caído y construir un relato de
valentía que no había tenido en los tiempos aciagos.
Y por supuesto en esta línea de confusión, no fue distinto el
comportamiento respecto de la cuestión sanitaria. El peronismo
con serios problemas de identidad intento hacerse fuerte con el
sindicalismo y las obras sociales. Los sindicatos de estado o
más cercano en el tiempo los sindicatos – empresas que se han
construido en la Argentina, le da a este sector un poder muy
grande en materia de salud y de manejo económico.
Ya los sindicatos habituados al manejo de la caja de las obras
sociales habían desafiado al mismísimo Perón en 1974 cuando se
presentó el proyecto del SNIS. Los legisladores sindicalistas
desarmaron en el Congreso la iniciativa de crear un sistema
integrado de salud que había tenido el apoyo del Poder
Ejecutivo, armado por un grupo de técnicos independientes y que
contaba con la anuencia del jefe de la oposición (presidente de
la UCR - Dr. Ricardo Balbín).
Y porque no iban a entorpecer y generar cuestionamientos al
proyecto de ley presentado ahora por el gobierno radical cuando
el mismo desafiaba junto con la ley de democratización sindical
una de las estructuras de poder más importantes dentro del
peronismo. El PJ se puso espalda contra espalda para defender el
poder que daba la administración de las obras sociales y poco a
poco fueron recuperando los gremios el manejo de las mismas.
Pero también el partido oficial tuvo sus problemas internos. En
primer lugar, no contar con una masa crítica de legisladores
dispuestos a analizar, profundizar y avanzar sobre esta ley. No
estaban convencidos de cómo democratizar el derecho a la salud y
la gobernabilidad con los gremios siempre fue más fuerte que la
vocación de organizar un sistema sanitario de calidad para
todos.
No estaba preparada la sociedad que no tenía grupos reclamando
por el acceso. Es cierto que los resultados sanitarios, el
acceso y la calidad de los servicios de salud en la Argentina
siempre fueron mejores que en el resto de los países de la
Región, también es cierto que siempre tuvieron diferentes
estándares según la posición económica y social de la población.
Tampoco las universidades participaron del debate en el Congreso
dado que estaban normalizándose.
Había otras prioridades y cuando una ley carece de debate social
y no se amplia y perfecciona la discusión, las palabras que
expresa la ley quedan en manos de pocas personas que muchas
veces están alejadas de las verdaderas necesidades sanitarias,
se corre el riesgo de negociar por arriba perdiendo de vista los
grandes objetivos y valores que se dice o se intenta expresar
más allá de las buenas intenciones.
En el debate parlamentario de diciembre 1988 los partidos
fijaron sus posiciones respecto de los proyectos de ley que se
estaban por aprobar. El Partido Justicialista había alcanzado su
objetivo de desdoblar el proyecto del Seguro Nacional de Salud,
por un lado, lo que termino siendo la Ley 23660 y que regula el
sistema de obras sociales (“como agentes naturales del seguro de
salud”) y por el otro la Ley 23661 que si bien fue reglamentada
nunca el Estado Nacional durante los años posteriores tuvo la
vocación de avanzar en esta línea.
Como bien expresó Jorge Mera: “Debe recordarse que la imagen
objetiva que se tuvo en cuenta al presentar el Seguro Nacional
de Salud fue el sistema canadiense, y que el de Canadá no es
tanto un seguro nacional de salud, como un conjunto de seguros
provinciales de salud unidos por una normativa muy flexible y
una modalidad compartida de financiación”.
En esa sesión memorable, la última vez que el Congreso Nacional
discutió el tema salud en términos sistémicos el Dr. Aldo Neri
que era Diputado en ese momento expresó: “Nos tuvimos que pelear
un poco con la dirigencia sindical, con la dirigencia
profesional, con las empresas vinculadas al área de la salud,
con la industria de equipamiento y de medicamentos. Pero con
quien nunca nos tuvimos que pelear fue con el pueblo argentino
cuyos intereses – apuntando siempre al bien común – sentíamos
representar con estos proyectos de ley que hoy vamos a votar”.
“Aunque nuestros amigos de la oposición hablen exclusivamente de
las obras sociales que agrupan a los trabajadores organizados
deseo destacar que estas iniciativas constituyen un progreso
manifiesto como consecuencia de la incorporación progresiva al
seguro de un tercio de la población argentina, que no tiene obra
social. Se trata de un paso fundamental en la búsqueda de una
mayor equidad para el funcionamiento de este sistema, ya que
inclusive estarán encuadrados en esta normativa los trabajadores
autónomos y los indigentes asistenciales, que solo han sido
cubiertos desparejamente por el Estado o por sus propios
recursos cuando realmente los tenían”.
Y el presidente del bloque de la oposición en ese momento el
diputado José Luis Manzano expresaba lo siguiente: “Está no es
la norma que queríamos sino la posible. Esté era el argumento
que permitía a tirios y troyanos convencer a los propios
partidarios de unos y otro modelo, de que esto era lo mejor en
virtud de que se habían mezclado dando a luz este híbrido”.
“Perón que era un gran conocedor de las cosas simples, decía que
el peor mueble inventado era el sofá-cama porque era malo para
dormir y peor para sentarse. Este proyecto de ley es el
sofá-cama del sistema de salud, porque es malo para curar y peor
para prevenir, peor aún, es muy malo para ahorrar dinero, que
era otro de los objetivos buscados”.
El Poder Ejecutivo que asumió en 1989 ignoró la Ley 23661
dejando de lado el debate y la construcción de consensos
parlamentarios tan importantes para que las definiciones
políticas trasciendan los gobiernos. Siempre la ansiedad de
querer ir más rápido y de imponer el pensamiento del ejecutivo
de manera absoluta.
Desafortunadamente la aún joven democracia argentina sigue
teniendo un sistema de gobierno fuertemente presidencialista y
los ministros de salud más allá de los mejores o peores
antecedentes que ostenten se concentraron en el bronce del corto
plazo sin pensar un poco más allá del poco tiempo que dura la
función pública.
El consenso para alcanzar una reforma sanitaria o educativa
tiene que ser amplio y sostenido en el tiempo. No es suficiente
con ganar las elecciones y poder poner en marcha una
transformación. Los cambios que se proponen en democracia deben
ser sostenidos y apoyados institucionalmente por una mayoría
transversal de los partidos políticos. Ganar a lo pirro no da
ningún beneficio.
En el corto o en el largo plazo esas reformas terminan quedando
en el camino. Nos guste o no se requieren pactos y consensos
amplios para sostener el rumbo durante más de 30 años por lo
menos para pasar la barrera de las idas y vueltas. Uruguay acaba
de pasar la prueba de fuego, cuando un gobierno opositor gana y
los cambios quedan y se mantienen y todos trabajan en pos de las
mejoras. México en cambio por razones fuertemente ideológicas no
lo ha pasado.
Salomón Chertorivski (ex titular de salud en el sexenio de
Felipe Calderón) criticó a la actual administración por haber
hecho desaparecer al Seguro Popular sin un diagnóstico previo,
ya que ahora los pacientes están sufriéndolo. “Lo que tenía el
Seguro Popular es que generaba certeza de ciertos derechos, un
catálogo de servicios, a partir de ello es que tú puedes hacer
exigibles tus derechos. Cuando ahora te dicen que no, que ya no
requieres la afiliación, que es todo para todos de manera
gratuita en lugar de generar certeza lo que generas es una
ilusión”.
¿Y dónde estamos ahora? Luego de dos intentos de reforma para
coordinar e integrar el sistema sanitario argentino durante los
años setenta y finales de los ochenta, la sociedad y la política
parece haber dejado a un costado el interés por una
modernización del funcionamiento del sistema de salud y cada uno
intenta arreglarse como puede.
No existe una misión y menos aún una visión sobre hacia donde se
quiere ir. La diaria invade las agendas y se trabaja para
superar los escollos, pero no hay tiempo para el futuro, la
sustentabilidad del sistema y menos aún para la innovación.
Si no sabes adónde ir, no vas a llegar a ninguna parte era lo
que el gato le contestaba a Alicia respecto a que puerta debería
abrir. El sistema necesita urgentemente trabajar en tres líneas
de acción: eficiencia, mejor calidad de servicios y uso
racional.
El problema es que los tres subsistemas que conviven muchas
veces se chocan entre sí y se anulan los esfuerzos realizados.
Resulta clave definir un consenso sobre un rumbo común y la
conformación de autoridad para gobernar un sistema pluralista y
diversificado. Dejemos de pensar en una reforma al estilo de la
inglesa, italiana, española o brasileña y comencemos a valorar y
aceptar lo que tenemos y lo que hemos construido.
Vivimos con una crisis de valores importantes que se requieren
para construir sistemas sanitarios como son la equidad y la
solidaridad a lo que debemos agregarle una alta cuota de
desconfianza en todo lo que intenta hacer el Estado. La pandemia
abrió una puerta de oportunidad para plantear un camino de
construcción diferente pero esa puerta comienza a cerrarse en la
medida que nos alejamos del peligro que la misma entrañaba.
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