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Nunca imaginamos vivir una pandemia con sus secuelas de
enfermedad, dolor, sufrimiento y muerte. ¿Será este un punto de
inflexión en nuestra historia? ¿Seremos más humanos, más
solidarios? ¿El bien común suplirá al creciente egoísmo? ¿El
consumismo dará paso a un ecologismo? ¿El sentido de la vida y
la trascendencia superarán la autorrealización ¿Olvidará la
humanidad estos críticos momentos y las reflexiones que
surgieron? ¿El virus habrá detenido a la humanidad en su carrera
enloquecedora, en esa aceleración sin sentido de la historia y
la vida? ¿Qué será de esa cultura humanista que cultivamos
durante tantos años? ¿Seguiremos siendo iguales, pero ahora solo
con un barbijo para ocultar nuestro fracaso? Para evitar el
olvido es necesario recordar, reiterar, repetir y repetir.
El hombre “todo poderoso” se
redescubrió como débil y vulnerable ante un invisible organismo
viviente.
El ser humano que se consideraba omnipotente, dominador de la
tierra y del resto de los seres vivientes, que ocupo “pandémicamente”
el mundo, se recluyó asustado en su “caverna”. La cultura que
idolatraba al triunfalismo de bienes materiales, de derechos, de
tecnología, engañó al ser humano quien creyó haber usurpado el
poder creador de Dios. Pero hoy recuerda que es una débil
criatura, vulnerable ante un ser invisible a sus ojos. Un virus
que le dice “yo también quiero un espacio en este planeta y hay
otros seres vivos que luchan igualmente por encontrar un lugar”.
“La finitud de la vida”.
Se visibiliza ante el dolor de la enfermedad y la muerte que la
pandemia nos enrostra. La modernidad tendió a cerrarse frente a
la trascendencia, pero la pandemia nos obliga a recordar que no
somos inmortales, que la vida no se agota en la mera existencia
terrena. Según Tati Soler “Cuando el ser humano abrace la
finitud de su vida, al fin gozara del infinito milagro de
vivir”. La religión externaliza nuestra espiritualidad, y esta
nos impulsa a la experiencia de la trascendencia.
El temor al contagio “humanizó” a
las personas que comenzaron a preocuparse por la salud del
“otro”.
El dolor y la enfermedad del otro nos preocupa, las enfermedades
infectocontagiosas hacen más visible esta preocupación, pero
solo por temor al contagio. La enfermedad y el dolor del otro
siempre te llegan, será a través un virus, una bacteria, un
mosquito o a través de la violencia social. Esta inquietud
impulsada por el temor debería estar guiada por el amor al otro.
El ser humano forma parte del tejido social, así como una célula
forma parte de un tejido biológico. La enfermedad de una célula
seguramente afectará al resto. En su encíclica Fratelli tutti el
Papa Francisco, hace un aporte a la reflexión para que, frente a
las diversas actitudes para eliminar o ignorar a otros, seamos
capaces de expresar un sentimiento de fraternidad y de amistad
social que trascienda las palabras.
El ecosistema encontró que el
agente etiológico de su enfermedad era el hombre viralizando el
planeta.
El daño ambiental que propició la humanidad contribuyó al
desarrollo de esta pandemia y favorecerá las que vendrán en un
futuro no muy lejano. En los últimos dos siglos nos encargamos
de “extirpar”, término que prefiero al de “extraer”, recursos de
las entrañas de la tierra para transformarlos en petróleo, gas y
carbón. Al consumo de fósiles se le agregó la desforestación del
planeta, la contaminación de las aguas y las siembras de
monocultivos. Las especies animales están en extinción y su
espacio es ocupado por animales para el consumo humano. El
cambio climático provocó movimientos de la población y de otras
especies; la vida animal y la humana se acercaron como
consecuencia del cambio climático y sus virus viajaron junto a
ellos.
Al fenómeno de que el virus exista, pero no entre en contacto
con nuestra especie se lo conoce como “huésped de final del
camino” (dead-end host). Diversos estudios sugieren que una
mayor diversidad de especies, incrementan las posibilidades de
que el virus no llegue nunca a las personas. Los mercados
húmedos y la ingesta de animales exóticos completaron el cuadro
de un homo sapiens consumista y depredador. Ya en 2015 el Papa
Francisco en Laudato Si nos alertaba sobre el daño que le
estábamos ocasionando a la madre tierra.
Todos estamos expuestos, pero no
en la misma magnitud.
La pandemia demostró que frente a un agente agresor como el
Covid-19 todos somos susceptibles y expuestos a riesgo, pero la
magnitud de esa exposición no es la misma para toda la
población, así como tampoco la accesibilidad al sistema de
atención de la salud. Gran parte de la población vive bajo la
línea de pobreza.
Las condiciones de hábitat impiden el distanciamiento social,
hacinamiento y viviendas precarias favorecen la difusión viral.
Niños y adultos que comparten cochones para dormir. Viviendas
sin agua potable o en algunos casos sin agua, hacen utópica la
recomendación de la higiene de manos. Como en el caso del
hundimiento del Titanic, todos estaban en el mismo barco, pero
algunos viajando en primera clase accedieron a los botes
salvavidas mientras que las otras categorías no tuvieron igual
posibilidad.
Las estadísticas volvieron a
confirmar que se pueden utilizar para confundir a la opinión
pública con notable razonabilidad.
Un ministro de salud relativizó una noticia periodística que
decía que su país en el mes de octubre tenía en la región la
tasa de mortalidad por Covid-19 más alta, y decidió que era
mejor publicar que en noviembre su país era el que había tenido
el mayor descenso de esa misma tasa… No hace falta alterar los
resultados estadísticos, solo hay que ver la forma y el momento
en que se presentan. Anunciar cuantas vacunas se administraron
no es lo mismo que informar que porcentaje de la población
recibió las dos dosis para llegar al 80% de cobertura que
requiere la inmunidad de rebaño. Las estadísticas no mienten,
pero los que las presentan las manipulan. El sector salud de la
Argentina tiene una importante deficiencia en cuanto a la demora
y oportunidad en que las estadísticas son presentadas y
utilizadas para la toma de decisiones.
Un sistema de salud ineficiente,
inequitativo y falto de calidad.
Fue necesaria una pandemia para recordar que nuestro sistema de
salud está fragmentado, segmentado, sin políticas de recursos
humanos, sin gestión y cargado de una retórica dialéctica
inconducente. Un sistema que no se resuelve con más equipamiento
o más camas, tampoco “importando” médicos generalistas con
formación mínima y básica como para desempeñarse en el primer
nivel de atención; sino que requiere de una verdadera
reingeniería, una reconversión integral que proponga un nuevo
modelo de atención, de gestión y de financiamiento.
Reforma que no debe ser a través de una revolución sino una
evolución del sistema, reforma que no atente contra la libertad
de elección, reforma que respete al sector privado ya que su
afiliación es voluntaria, reforma que garantice la equidad
dentro de cada uno de los subsectores, reforma que promueva la
calidad asistencial, reforma que revierta la ineficiencia del
actual sistema, reforma que considere su propia sustentabilidad.
Un falso debate entre salud y
economía.
Volvimos a confundirnos en el debate si la enfermedad lleva a la
pobreza o la pobreza lleva a la enfermedad. Ambas están
íntimamente relacionadas. Desde hace más de un siglo Chadwick
nos enseñó que enfermedad y pobreza forman parte de un círculo
vicioso en donde una retroalimenta a la otra.
También R. Virchow afirmaba que una epidemia es un fenómeno
social con algunos aspectos médicos en donde se debe valorar la
salud de la población, pero también la economía, el impacto
social y psicológico, el componente educativo, los movimientos
poblacionales, la comunicación social y tantas otras dimensiones
que concurren a la salud.
El golpe que recibió la humanidad ha sido brutal, el virus nos
obligó no solo a recluirnos en nuestras cavernas y parar nuestro
enloquecido rumbo hacia la nada, sino también nos dio el tiempo
para reflexionar nuestra misión y sentido en este mundo.
| (*) Rector de la
Universidad Católica Argentina. |
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